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Reloj de arena

Isabel Gómez Oñoro: ni debajo del agua

No se perdió los recitales que el grupo teatral Esperpento organizaba vía facultad de Derecho, franquicia del Moscú más rojo en Sevilla

Nicanor Sainz: antes de los chinos

Collage realizado por la artista Isabel Gómez Oñoro Isabel Gómez Oñoro
Félix Machuca

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Sus ojos vieron cosas que ni Pegasus podrían haber visto. Vio a una de las musas más radicales de los sesenta, comunista hasta las cachas, pasear en pelotas picadas por su apartamento de la calle Virgen de Guaditoca emulando a Lady Godiva pero sin caballo, que eso es cosas de señoritos; vio cómo el inolvidable pintor y agitador de bares, Paco Molina , abandonaba una galería muy vanguardista porque le pagaban un salario de coolie chino; vio a Elizabeth Burgos , esposa de Regis Debray , que junto al Che Guevara se involucró en montar en Bolivia un foco revolucionario internacional, marcharse calentita a la cama por un bofetón como el de Gilda que recibió de otra mano femenina con mucho arte y, en fin, vio, vivió y padeció la matraca grave, depresiva, cargante y aburridísima de una progresía, zurda y sin capacidad de reírse de sí misma, que entendió que hacer la revolución era una asunto exclusivo de empalagosos con caras de acelgas. Ella, niña bien del Prado de San Sebastián, con padre con un bufete muy conocido, quiso ser artista y salió hasta el mismo moño de su trato con aquellos marcianos del planeta rojo que la tomaron por una burguesa de mierda.

Pero la burguesa de mierda era la que costeaba, amueblaba y les daba de comer los buenos chicharrones de la calle Espíritu Santo a todos los siniestros que se pasaban por el estudio que Rolando Campos tuvo en la calle Castellar. Aquel fue un punto de encuentro de soviets a la sevillana, donde no se hablaba de arte ni de artistas, solo de asaltar los palacios de invierno del gran capital y chorradas semejantes. A nuestra chica le dejaron una maleta repleta de propaganda maoísta, a la que la social le seguía el rastro. Se lo dejaron a ella porque su padre era un conocido abogado y ella una burguesa de mierda a la que no le pasaría nada. Con las mismas, nuestra futura heterodoxa, pintora, grabadora y ceramista cogió la maleta y se la llevó a su propietario, acojonado de que descubrieran en su poder tan selecta literatura amarilla…

Antes de esta peripecia ya conoció a Gerardo Delgado , Pepe Soto y Enrique Roldán , propietario de la galería la Pasarela. Y frecuentó una azotea de la calle Cristóbal de Castillejo que Delgado había alquilado y que era frecuente rompeolas de activistas sin mucha actividad y compromisos de boquilla de tabaco ducales. Pero el estudio tenía una posición privilegiada: estaba cerca la bodeguita Virgen de los Reyes de la calle Arfe y la solera de Casa Morales, estimulantes necesarios paras soportar la soporífera atmósfera del planeta rojo. Con semejantes amistades, la Oñoro acabó entrando en el cuadro de admiradores del grupo teatral Esperpento , no perdiéndose un ensayo de los que se hacían en un patio de la calle Espíritu Santo que cedió el genial librero (y también actor) José Manuel Padilla , que en gloria esté. Lo que más le ponía a la Oñoro de aquel ambiente eran los yogures Frigo de piña que se tomaban en una lechería cercana con Enrique el Cojo y el actor de Esperpento Martín Vega . En aquella compañía, faro y guía del teatro de los nuevos tiempos, se integraron Justo Ruiz , Antonio Andrés de la Peña y el fotógrafo, fantástico fotógrafo, Carlos Ortega . El ambiente teatral no era tan asfixiante como el de los pintores de la vanguardia sevillana, donde Paco Molina , Paco Cuadrado y Paco Cortijo no eran divergentes con sus ideas.

Perejil de todas las salsas, Gómez Oñoro no se perdió los recitales que Esperpento organizaba vía facultad de Derecho, franquicia del Moscú más rojo en Sevilla, viendo a Pete Seeger , Paco Ibáñez , Ovidi Montllor y Raimon . 'Al vent' de aquel huracán de emociones no se descartaba salir con las constantes vitales en estado crítico, pero los revolucionarios de salón salían como de terapia, vivificados, prosiguiendo con más fuerzas sus estrategias para el asalto final…a la próxima cervecería. Por los setenta, al calor ambiental de aquellos vientos de cambio, abrió la galería Juana de Aizpuru , emblema de la Sevilla vanguardista, la que era capaz de defender ante cualquier cátedra que Duchamp era más artista que Murillo, ese pintor de latas de membrillos. A propósito de Duchamp, a Juana de Aizpuru se le ocurrió en 1971 darle un homenaje, al que asistió Juan Manuel Bonet , quien, hablando bajito y con el corazón encogido, le comentó a Gómez Oñoro que Juana quiso invitar al artista de los urinarios a su homenaje. Había un problema insalvable: Duchamp en 1971 llevaba tres años criando malvas…

Gómez Oñoro estudió cerámica, pasó por Bellas Artes, consiguió brillar con luz propia en la Bienal Internacional de Vallauris con su producción cerámica, se dejó seducir por los estudios urbanísticos y se tituló como asesora de inversiones. Tenía vista demasiadas revoluciones como para no emprender la de su propia vida. Fundó la asociación de defensa del patrimonio Demetrio de los Ríos y encontró en el patio de Paco Lira , aquella ágora irreverente entre jazmineras, jipis, gatos y flamencos, su segunda casa. Allí conoció a directores de cine y al pianista Pepe Romero , que, junto a Oñoro, llevaban la voz cantante de los debates de mesón que a diario se celebraban. Hablaban hasta debajo del agua y Paco Lira los bautizó como los 'muditos', de tanto como largaban. Como La mudita, en determinados círculos, conocieron a nuestra heterodoxa durante un tiempo. Luego, antes de que se hablara de la España vaciada, ella y su esposo, arquitecto, marcharon a un lejano pueblito extremeño, a una casa de muros gordos y tejas viejas, para seguir pintando mientras veía pasar la vida en la que, aquellos posturitas revolucionarios de los sesenta, llegaron a convertirse en directores generales del desahogo y en verdaderos burgueses de mierda…

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