Joaquín Moeckel Gil: Un alemán en el Arenal

Un cruce genético entre Baviera y Sanlúcar de Barrameda da, según sus propias palabras, un mixto lobo. O sea, una sangre cruzada pero aliñada por todas las virtudes que se le presuponen a los tenaces hombres del norte y toda esa amplia y variada paleta de astucia, ingenio, color y picardía que también se le imputan a los hombres del sur. En realidad, Joaquín Moeckel, es un encuentro celebrado entre el norte y el sur, entre la intensidad y la argucia, entre la cerveza y la manzanilla, entre la tecnología y el invento. Mirándolo fijamente a sus ojos se le adivinan las brumas invernales y los fríos celestes de las montañas bávaras de sus ancestros. Pero cuando abre la boca y gesticula con las manos y te agarra y te lleva y te habla al oído y te cambia de conversación, que la tiene buena y de sobra, entonces tienes que darle la razón a su madre, con la que acaba de encontrarse en pleno Arenal y le dice a Joaquín: mi hijo, qué ciclón de hijo... Y ese ciclón es un ciclón sureño, un remolino impetuoso de recuerdos, ideas, proyectos y trabajo. «Me encanta trabajar con presión, sin presión me aburro», dice. Para después aclarar ese mestizaje que canta su apellido y proclamarse, en primera instancia, rotundamente alemán: «De arriba me queda todo. Me siento alemán. Pero mi madre es de Sanlúcar de Barrameda, no te vayas a equivocar...».
En el escaparate. Un conflicto jurídico entre Palacio y la hermandad del Baratillo, de la que hasta hace poco tiempo fue hermano mayor, sobre la autonomía o no de las hermandades para decidir la salida de hermanas nazarenas en la estación penitencial, lo proyectó, al margen de la estricta geografía del capirote, hasta los escaparates más amplios de la vida mediática hispalense. Hoy está desligado de su cargo directivo en la hermandad, pero continúa en el mundillo acudiendo allí donde lo llaman para arbitrar en las porfías cofradieras. «Cuando aquel conflicto con Palacio hubo hermanos mayores que me daban la razón en los mostradores de los bares, pero nunca les ví protagonizar un titular de prensa a favor de la causa», dice sin mucho rencor. Pero la gente lo conoce y sabe de la intensidad de su ánimo y de la astucia de sus planteamientos por lo que nadie quiere creerse que Moeckel se haya jubilado, tan joven, de otras ambiciosas metas. «Dicen que quiero ser presidente del consejo, del Colegio de Abogados e incluso que me voy a meter en política. Pero yo ahora no me veo en ninguno de esos sitios. Mi meta es llegar a la categoría que tuvo mi padre. Y eso nunca lo conseguiré».
Un dandy a medida. Abogado de profesión y vocación ha defendido las causas, entre otros, de Vitorio y Luchino, Carmen Martínez Bordiú, el hotel Benazuza...Y por lo que le suena el móvil el trabajo lo persigue. Me enseña su nueva casa en Varflora, con guiños sevillones en la azotea, pero sobre todo me descubre el dandy que viste sus principios estéticos. Zapatos a medida, pantalones a medida, chaquetas a medida y pañuelo a la medida de su picardía. «Este se lo gané al Menotti en Pineda. ¿Es o no es?», me dice buscando complicidad. Su compromiso con la normativa estética lo lleva a ser uno de los pocos abogados que se ven hoy día por los tribunales sevillanos vistiendo corbata negra, camisa blanca a medida y toga también a medida. Todo en su estilo es norma y medida. Menos ese ciclón sureño que le proporciona tanta intensidad de ánimo. «¿Sevilla?. No, no es una ciudad para gente valiente. Y yo no me considero un cobarde. Prefiero la ojana a la diplomacia. Me gustaría cambiar esta ciudad en los palos que toco: la abogacía y las cofradías». Meta esta que, personalmente, considero que está lejos incluso para este alemán del Arenal que cree en él y en el trabajo diario siempre y cuando Dios se lo permita.
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