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Reloj de Arena

Juan el Camas, discurso de la libertad

Tenía ese tipos de salidas, entre el desahogo y el calambre de la chispa rinconetera. Sentarse frente a él en una timba era muerte segura

Juan el Camas a todo color ABC
Felix Machuca

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En los papeles sellados su nombre era Juan López Romero . Pero fuera del universo de las pólizas y los reglamentos, en la galaxia de la realidad de la calle, la gente lo conocía por Juan El Camas o por Chiquito de Camas . Se cantiñeaba por fandangos muy sentíos y lacrimógenos. Firmando en los colmaos aquellos en los que entraban dos cajas de vino, un guitarrista de afilados dedos y gente con ganas de verle el ombligo a la luna del madrugón, maneras y letras que en su día elevara a los altares al Bizco Amate .

Lo suyo fue el arte. El arte y la picardía . Sentarse frente a él en una timba era muerte segura. Jugaba de ventaja con el apoyo de otros burlandas y jugativos que estaban en la onda. Y comprarle una quiniela millonaria era un dos fijo en tu casillero: partido perdido. Una mañana, cerca de su casa en Ciudad Jardín , desayunando como solía hacer en el Blandino de la Gran Plaza, Juan el Camas, se encarnó en tonto perdío, con una quiniela falsificada en la mano. Los parroquianos lo jaleaban: tienes catorce resultados. Y uno que mandaba mucho en la zona, con dinero dentro y fuera del banco, se la compró. Le calentó la mano a Juan con cincuenta mil de la época. Un billete tras otro. Juan salió escopetado para casa Marciano . Lo compró todo: desde embutidos hasta bolas de queso.

Fue de tal volumen el botín que hasta e n la librería de su casa se podían ver latas de chícharos, lentejas y de caballas en aceite acompañando a las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Cuando el engañado se presentó en su domicilio con la policía y la quiniela falsa, Juan El Camas fue tajante: «Yo no he querido estafar a nadie; me querían estafar a mí dándome mucho menos dinero de lo que la quiniela valía».

Tenía ese tipo de salidas, entre el desahogo y el calambre de la chispa rinconetera. Obligado por el impulso de quien no reconocía sobre sí más autoridad que la que le dictaba sus triunfales arcos. Saliendo del mismo bar en la Gran Plaza , Juan se topó con un amigo que iba en vespa. Se saludaron y nuestro cantaor le preguntó: ¿a dónde vas? A Barcelona, le respondieron. Juan El Camas, sin siquiera mandar un telegrama a su casa, se montó en la moto y se fue para la guasa.

Allí estuvo unos años. En la parte más andaluza de las Ramblas , en sus bares y bujíos donde se encontraba cruzcampo y aguardiente de Huelva, escuchando a los flamencos dar las quejas por cante. Se llevó a la familia. Se ganó la vida en el mercadillo de su pelea con la necesidad. Y siempre llevó a gala que lo único que sabía enjaretar en catalán era: «Bona nit, tinguis» . Hoy hubiera sido una amenaza charnega para cualquier inspector de la lengua oficial del soberanismo. Al que, por supuesto, habría tangado…

Juan El Camas fue cuñado de Paco Lira . Y en la Carbonería se echaba sus cantes inflamados de doctrina. «La yerba del camino/la pisaban los caminantes/y a la hija del obrero/la pisan cuatro tunantes/ de esos que tienen dinero». En cierta ocasión, unos jipis pasados de rosca en la Carbonería, le dieron un lisérgico como el que te pasa un caramelo de Reyes. Camino de su casa, a la altura del Sánchez Pizjuán, comenzó a caer en los efectos delirantes de la acidez… y no precisamente de estómago. Con el arrebato en lo alto se agarró a una de las columnas del estadio y así se pasó la noche entera. Ni la escena final de «Apocalypsis now» se acerca al entripado del Camas en aquella madrugada. Camarón lo quería a rabiar porque Juan le encontraba siempre un retiro silencioso y apartado, casi monacal, donde se recluía para hablar con sus letras y acordes antes de grabar. Una vez, en agradecimiento, el Jagger del flamenco, le regaló un peluco de jeque árabe.

Un reloj de verdad y no de arena. Uno quiso verlo al día siguiente. «Llegas tarde. Ya está en el monte de piedad», le dijo sin inmutarse. Grabó un disco de flamenco con Ramón de Algeciras , el hermano de Paco de Lucia . Y estuvo presente en el chalé de Umbrete donde se reunieron con Pata Negra para preparar con Camarón «La Leyenda del tiempo».

Allí se bebió mosto y se abusó de la verdura marroquí . Tanto que no había manera de saciar el hambre. El Camas se fue para el chalé de al lado y cogió cuatro patos. Los amadores trajeron un saco de naranjas. Y el Camas se las maravilló para hacer alta cocina francesa: pato a la naranja. En tanta abundancia que con sorna comentó: aquí hay pato hasta para Walt Disney…

En ese mismo chalé de Umbrete , delante de una grabadora Nagra, Juan El Camas, sin que él lo supiera, grabó una hora que dan cuerpo a su discurso de la verdad. Dejando para siempre frases como: «Libertad pero con mucho respeto. El que se quiera fumar un porro que se lo fume y el que quiera ser falangista que se apunte» O esta otra: «Hay que echarle más carducha a los cuervos que se lo llevan todo las águilas imperiales». Un genio de cuidado. Con su verdad y sus hechos que no fueron, precisamente, los de los apóstoles…

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