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Universidad

El largo viaje de la primera graduada universitaria del Polígono Sur de Sevilla

Ana Abularach abrirá el camino en la Loyola a alumnos procedentes del barrio más pobre de España; allí empezó la ESO con 100 compañeros y sólo cinco la acabaron

Ana Abularach Córdova, en el centro, delante del campus de la Universidad Loyola en Sevilla con varios compañeros Raúl Doblado

Jesús Álvarez

Ana Abularach Córdova tiene 22 años y se acaba de graduar en la Universidad Loyola de Sevilla. Es la primera alumna del Polígono Sur que lo logra, aunque no será la única, pues hay otros siete vecinos suyos estudiando en este centro que lo harán en los próximos años. Ella ha terminado un grado de Educación Primaria bilingüe y sus siete compañeros cursan Psicología, Criminología, Comunicación, Educación Infantil y Primaria e Ingeniería Informática.

En el instituto donde Ana inició la educación secundaria con 12 años tenía a cien compañeros del barrio y sólo cinco acabaron la ESO . Lo cuenta con la naturalidad que refleja una realidad persistente (el fracaso escolar en esa zona de Sevilla) a la que ella también tuvo que enfrentarse. En el bachillerato humanístico que Ana cursó «había siete en mi clase gracias a que se incorporaron alumnos de otros colegios de la zona».

Si los estudios que realiza un persona fueran como una carrera ciclista podríamos decir que Ana tuvo que subir bastantes más puertos de montaña que el resto de sus compañeros universitarios. Ella no le da importancia a todas las dificultades a las que se ha enfrentado y dice simplemente que «ha tenido suerte » y que otros «que se esforzaron tanto como yo no lo lograron». Sus profesores no opinan lo mismo.

Empezó a estudiar en el colegio Paz y Amistad y continuó su formación en el instituto Polígono Sur , del que habla maravillas, aunque pocos alumnos salen de allí con el bachiller en la mano o la selectividad aprobada. No es cosa de sus profesores, que hacen lo que pueden, sino de un contexto socioeconómico difícil donde tener un título universitario no constituye ninguna meta , ni siquiera una prioridad. «Gracias a ese instituto pude enderezarme y valorar la importancia de los estudios. Fue mi vía de escape frente a todo lo que veía a mi alrededor y me empujaba en sentido contrario», reconoce.

Estudiar en su casa no era fácil. A su dormitorio, que comparte con su tía los fines de semana, llegaban los ruidos que hacían muchos de sus compañeros que se pasaban las tardes enteras en la plazoleta. Más de una vez tuvo que decirles por la ventana que no hicieran tanto ruido porque ella tenía que estudiar. En ocasiones eran sus hermanos los que la liaban o ponían la tele muy alta. «Me ponía de muy mal humor y solía dar un grito», cuenta.

Empezó a ir a la biblioteca del Centro Cívico El Esqueleto para poder estudiar con más tranquilidad. Más tarde descubriría la biblioteca de la Facultad de Derecho, en Viapol, que abría incluso por las noches. «Allí estaba muy tranquila y podía concentrarme, aunque a veces no había sitio y tenía que esperar a que alguien se fuera». También recuerda que algunas veces tenía que ayudar a su madre a limpiar casas, cuando le dolían las manos o la espalda y no podía hacer sola su trabajo.

Ni Ana ni sus demás compañeros quieren irse de Polígono Sur cuando empiecen a trabajar: «Es nuestro barrio y queremos transformarlo desde dentro. Los que lo estropean son una minoría y nosotros somos más»

Antes de eso, de convertirse en esa hija de la que cualquier madre se sentiría orgullosa, Ana tuvo también su etapa «chunga» . Empezó a fumar con 11 años y su adolescencia fue complicada. El primer puerto que tuvo que escalar en su carrera hacia la universidad fueron las malas compañías. «Con 12 ó 13 años me juntaba con gente que no era buena, como tantos jóvenes de mi barrio, y recuerdo que era muy rebelde con mi madre».

Ana Córdoba, su progenitora, tuvo la templanza y habilidades necesarias para reconducir esa situación. Ella fue su gran apoyo para superar esa rebeldía, además de «algunos profesores muy buenos que me ayudaron a canalizar en los estudios mis inseguridades ». En los estudios y en la escritura porque a Ana le encanta escribir. En tercero de ESO ganó un concurso de relatos en el instituto y abrió un blog en el que publicó por entregas algunas novelas cortas.

Todo iba más o menos bien hasta que llegó la crisis de 2008 y su madre perdió su trabajo como limpiadora en Cruz Roja. Ana ya quería entonces ser profesora de Educación Infantil pero dada la situación económica de su familia (su madre en paro, el padre desaparecido y tres hijos adolescentes) pensó que no podría seguir estudiando. Asumió que tendría que ponerse a trabajar en lo que fuera, como tantas de sus compañeras de instituto. Con una diferencia muy importante: ella quería ir a la universidad y ser profesora. Ahí empezó el segundo puerto de montaña que le tocó escalar.

Antes de que su hija naciera, la madre de Ana, había cursado varios años de de Derecho y Periodismo en Bolivia y trabajado en varios periódicos. Fue sobreviviendo hasta que la situación del país andino se puso imposible y tuvo que emigrar a España para dar de comer a su familia. Ana llegó al Polígono Sur con 3 años y apenas recuerda nada de su país natal, al que nunca regresó. Acostumbrada a situaciones difíciles, su madre, Ana Córdova, no se rindió tras ser despedida y siguió empujando la bici de su hija para que pudiera seguir estudiando. Tuvo que ponerse a limpiar escaleras y a cuidar ancianos (a 3,5 euros la hora, recuerda) y pedirles a sus otros dos hijos que arrimaran el hombro por su hermana . Aunque «son muy nobles -dice su madre- ninguno de ellos tenía tantas ganas de estudiar como Ana y sus estudios se convirtieron en la prioridad familiar». Ahora su hermano mayor, que hizo un grado medio en hostelería, quiere cursar un grado superior de técnico audiovisual. El problema es que cuesta 150 euros al mes y no hay dinero en este momento en la familia para pagarlo. «Lo más importante ahora son las oposiciones de Ana, porque ella ha terminado la carrera y no puede parar. Necesita un preparador y apoyo para seguir estudiando; cuando las saque, todos arrimaremos el hombro para ayudar a mi hijo mayor a cumplir su sueño», cuenta Ana Córdova.

Muchas compañeras de instituto de Ana están en paro o con contratos muy precarios. Otras hacen cursos de formación o trabajan en pequeños negocios familiares; otra parte se quedó embarazada y ya es madre . Uno de sus compañeros del colegio que trabaja en un taller de mecánica, acaba de ser padre y otro espera ya su tercer hijo. Ninguno de los dos ha cumplido los 23.

Para lograr su sueño de seguir estudiando, Ana necesitó la ayuda de la fundación Alalá , a la que se siente enormemente agradecida. La institución que dirige Blanca Parejo se interesó por su caso y la profesora de Lengua de segundo de Bachillerato le informó de las becas para estudiar en la Loyola. «Yo pensaba ponerme a trabajar de lo que fuera pero no podía dejar de pasar esta oportunidad . Y mi madre me apoyó», cuenta sonriente. Otros siete estudiantes del Polígono Sur recibieron también el apoyo de sus familias y de Alalá para seguir estudiando en la universidad.

Ana Albularach con Alba Sillero, Fran Borrero, Josué Vizárraga y David Concejero Raúl Doblado

El tercer puerto de montaña, de primera categoría, que tuvo que escalar Ana nada más llegar a la universidad fue el inglés, cuyo dominio es imprescindible para superar el grado de Educación Infantil. De sus 11 asignaturas, siete se dan en el idioma de Shakespeare. «En mi casa no teníamos dinero para poder pagarnos una academia por las tardes y el nivel de inglés con el que salí del instituto era muy básico. En bachillerato empezábamos con el verbo «to be», aunque eso yo ya lo sabía. Cuando llegué a la Loyola pude comprobar que muchos de mis compañeros lo dominaban porque tuvieron profesores o academias e incluso pudieron mejorarlo con estancias veraniegas en Inglaterra o Estados Unidos. Lo pasé muy mal porque el desnivel era enorme », cuenta Ana con una sonrisa de envidia sana en la que no se atisba resentimiento alguno.

Tuvo un roce con una profesora del primer curso que le afeó en una clase que no le hablara en inglés y echara mano del traductor de su móvil. No sabía de dónde venía Ana y al día siguiente, tras averiguarlo, le pidió disculpas. La Loyola la ayudó mucho a partir de ese momento con su propia academia de inglés y enviándola después a Irlanda. Francisco J. Pérez Fresquet, adjunto al rector, destaca su «potencial y creatividad» y anima a todos sus compañeros a seguir su ejemplo y aprovechar todas las oportunidades que se les presenten.

El cuarto puerto de montaña que tiene enfrente ahora es acaso el más difícil, el «Tourmalet» de su tour académico: encontrar trabajo. «He hecho prácticas en dos colegios, uno de ellos en Los Pajaritos, que es el tipo de colegio donde me gustaría dar clase porque siento que allí podría ayudar más que en otros menos problemáticos», cuenta. El otro colegio donde se fogueó como profesora estaba en Nervión. Ana ha echado muchos currículum pero no he logrado nada. «Tengo el B2 de inglés, pero algunos centros me piden ese nivel de francés o alemán. Me encantaría aprender más idiomas pero todo eso cuesta un dinero que no tengo», dice. Por eso ha decidido estudiar oposiciones para ser profesora en un colegio público.

El cuarto puerto de montaña que tiene enfrente ahora es acaso el más difícil, el «Tourmalet» de su tour académico: encontrar trabajo

Lo que también tiene decidido es que no se irá del Polígono Sur cuando lo logre. Esto puede parecer increíble pero no lo es. Todos sus compañeros becados (siete) dicen que les gustaría seguir en él cuando tengan un trabajo y que, si no pueden por razones laborales, nunca dejarán de ir allí. La transformación desde dentro. Ana es activista de su barrio y participa en Juventud Obrera Cristiana . Se reúnen en la parroquia de San Pío X y desde allí ve las fronteras físicas de su barrio: las vías del tren, la carretera y muchos edificios abandonados, metáfora de su aislamiento y de su soledad. Ana recuerda que cuando tenía que ir a Palmas Altas, antigua sede de la Loyola, tenía que coger dos autobuses (el 2 y el 34) y que tardaba más de una hora. «Una vez me quedé sin dinero para el autobús y me fui andando. Tardé lo mismo», cuenta.

«Yo quiero mucho a mi barrio, sé que tiene muchos problemas pero es donde me he criado y quiero seguir allí para mejorarlo. Devolverle un poco lo que me ha dado . Y no soy la única. Hay muchos jóvenes como yo», cuenta.

Francisco José Borrego dejó un trabajo como mecánico para estudiar en la Universidad. Un profesor se lo desaconsejó diciéndole que él n«o valía para estudiar» ABC

Entre ellos está Fran Borrego , de 22 años, que ha empezado el grado de Educación Infantil y Primaria bilingüe en la Universidad Loyola. «Amo a mi barrio, en el que he vivido de todo, cosas buenas y no tan buenas». Una de las menos buenas fue la recomendación de un profesor de su instituto de que dejara los estudios. «Me dijo que yo no valía para estudiar y que hiciera un grado medio de mecánica. Era un adolescente inseguro y acepté el consejo. Cuando terminé, empecé a trabajar en un taller y ahí me di cuenta de que no quería estar toda la vida en eso y que quería formarme más ». Dejó el trabajo, hizo un grado superior de animación socioturística y cuando lo terminó, le ofrecieron la beca para estudiar en la Universidad. «Estoy muy contento y me siento muy afortunado por esta oportunidad, que no pienso desaprovechar», dice.

Alba Sillero reconoce que fue un poco «vaga» durante parte de su adolescencia pero que «si los profesores creen en nosotros, los jóvenes del Polígono Sur echamos el resto» ABC

Alba Sillero, que tuvo tantos problemas como Ana con el inglés, acabará este año Psicología. Hizo la ESO en el instituto Ramón Carande con un programa de diversificación para estudiantes con problemas. «En mi caso mi problema obviamente es que era muy vaga». Cuando acabé la ESO, se despertó en ella un inesperado deseo de hacer el bachillerato pero sus profesores le dijeron que ella no valía para estudiar y que era mejor que hiciera un grado medio. «Acepté el consejo pero cuando llegó septiembre no me dieron plaza en ninguno. Me desanimé pero me surgió la posibilidad de entrar en el instituto Domínguez Ortiz y allí pude hacer bachillerato. Pensé que no aprobaría pero lo logré. Y en segundo de bachillerato, antes de la Feria de 2017, una de mis profesoras me dijo que yo valía para la universidad y que me tenía que preparar la Selectividad». Alba se echó a llorar porque no se esperaba que ningún profesor le dijera eso alguna vez . Se preparó la Selectividad y la aprobó. Gracias a la beca de Alalá pudo cursar Psicología en la Universidad Loyola, donde ha aprobado todas las asignaturas. No creyeron en ella en su primer instituto pero Alba demostró que los profesores también se equivocan. «Si alguien cree en nosotros, creo que los jóvenes del Polígono Sur echamos el resto».

Alba acaba de hacer sus prácticas en un centro penitenciario y dice que le han llamado la atención las adicciones que ha visto allí y que ve mucho por su barrio. «La mayor parte de la gente que va a prisión es por eso, por una dependencia que les hace delinquir. Creo que es lo mío y podré ayudarles», dice.

Josué Vizárraga, que temió convertirse en un «nini» cuando no obtuvo la nota para entrar en Trabajo Social, quiere «empoderar» a los jóvenes de su barrio y darles voz ABC

Josué Vizárraga , que hace el mismo grado que ha terminado Ana , cree que el barrio necesita ayuda y que son los jóvenes los que tienen que liderarla. «A mí me gustaría permanecer en el barrio y dar voz a los sin voz de allí y empoderar a la gente de allí. La gente que lo estropea es una minoría y nosotros somos más». A sus 21 años, tiene toda vida por delante pero no piensa perder el tiempo tras acabar un grado superior en animación sociocultural . «Tenía miedo de acabar siendo un "nini" tras no poder estudiar la carrera de Trabajo Social por no tener la nota suficiente y me salió la beca de Alalá. Me he podido reenganchar a los estudios y estoy muy contento», dice.

David Concejero , de 22 años, que ha empezado el grado de Ingeniería Informática, dice que su trabajo como ingeniero le llevará lejos de España pero que siempre llevará consigo Polígono Sur y tratará de ayudar a los jóvenes de allí «que quieran estudiar». Era el mejor estudiante de su clase y terminó con buenas notas primero de Bachillerato pero una depresión le hizo abandonar los estudios . Algo recuperado, aunque sin mucho ánimo, se apuntó a un grado medio de informática, del que salió como el mejor expediente de su promoción. Continuó con un grado superior en desarrollo y aplicaciones web con idéntico resultado. Y cuando lo acabó, un profesor de su instituto, en el Polígono Sur , le informó de las becas de la Fundación Alalá para la Loyola. Le han ofrecido trabajo pero tiene aspiraciones más altas y quiere seguir formándose. Sus profesores dicen que es un «crack» y que lo logrará.

David Concejero fue el mejor expediente de su promoción en bachillerato y se hará ingeniero informático en la Universidad Loyola ABC

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