Reloj de arena
Manuel Rodríguez Luque: el hombre que mira a los toros
Pese a su irreductible palanganismo, Manolón puede ser el único sevillista que ha llegado a Nervión en el autobús del equipo de La Palmera

Rogelio Sosa , la izquierda de caoba que le puso al fútbol verdoso el lujo de la madera noble, decía que tenía un cuerpo ideal para colocarlo en las barreras. Manolo tiene jechuras de cabo gastador. Es grande como un pívot y sólido como ... Sierra Morena. Todo el mundo lo conoce por Manolón , que es el eco fonético de sus dimensiones rotundas. Hijo del banderillero Tito de San Bernardo , que en gloria esté, pocos dones toreros le dieron virtudes a su afición, a la que accedió de la mano de su abuelo materno. Siendo un chinorri, su abuelo, lo llevaba a los toros y al fútbol. Y ahí prendieron las dos grandes candelas de su vida, las que incendiaron con una llama inextinguible su amor a los toros y su militancia sevillista. Nunca se puso delante de un toro . Dios le concedió ese don a su padre. Pero a Manolón le regaló el arte de saber mirarlos, de entender la bondad o esquinura de sus ojos. Se ha ganado la vida como veedor de toros . Y también tiene el valor de arrimarse a los micrófonos y hablar de fútbol con el verduguillo en la mano. En cierta ocasión, tras un cinco a uno en Nervión a favor de los dueños del local, Manolo Aguilar le pidió que hiciera un resumen de aquel Sevilla-Betis. Y Manolón se vistió con las luces del desparpajo y le contestó: «Hoy estamos todos contentos en Sevilla. Por la mañana nos han ganado jugando a los barquitos y por la noche les hemos metido cinco.» Ese día fue el hombre más buscado en las redes sociales…
Pese a su irreductible palanganismo, Manolón puede ser el único sevillista que ha llegado a Nervión en el autobús del equipo de La Palmera. Era muy amigo de aquellos jugadores que entrenó Iriondo y le dieron altura histórica al Betis de la posmodernidad. Es verdad que ha toreado en un tentadero con Biri-Biri. Pero también lo ha hecho con Joaquín y Oliveira , aquel exquisito portugués aquejado del mal francés. Entre el toro y el fútbol ha compuesto la sinfonía de su vida. Una música entreverá con notas de Nerva y del Arrebato. Cuentan las lenguas antiguas que Manolón tiene facultades sobradas para ver a los toros y para comprender a los maestros más literarios y difíciles del mundo de los callejones. Su padre apoderó a Paula durante varios años. Un día, tras torear el gitano de Jerez en la Maestranza, se fueron a casa de Tito de San Bernardo para echar unos tintos y mordisquear unos quesos, faena que bordaba el señor Paula. Manolón le preguntó qué le había pasado con el tercer toro, donde el gitano estuvo rascacielos con el capote hasta el punto de que saltó la música pero con la muleta se ganó la bronca gorda. Paula le dijo: «¿Tú concibes a un toro con ocho patas? Este las tenía.» Se hizo el silencio. El tinto templó el momento. Y Manolón quiso saber más. «Y al quinto, ¿qué le has visto?» Al parecer el quinto tenía mucho de antidisturbio, embestía a empujones, muy bronco y con la porra en los cuernos. Y Paula le dijo: «Tenía bondad en la mirada…»
Nuestro hombre jamás entendió aquello. Hasta que Paula, en el campo, le explicó cómo es la bondad de un toro. Nuestro hombre jamás entendió aquello. Hasta que Paula, en el campo, le explicó cómo es la bondad de un toro. Si tú vas al campo y ves a la fiera absolutamente a gusto, relajada, feliz en su entorno y cuando te mira parece que te dice: «Vete de aquí y déjame tranquilo», ese toro es bondadoso. Pero los que se encampanan o empestillan, con cara de malaje, esquinando la mirada como las personas con vinagre en el carácter, esos no conocen la bondad.
Manolón es el hombre que sabe mirar a los toros. Ha trabajado durante veintitrés años para las ganaderías del conde de la Maza y Peñajara. Y aunque jamás trató a los toros de tú, siempre de usted y guardando la distancia social obligatoria, una vez estuvo al borde de la tragedia. Fue en casa del ganadero Benítez Cubero , en el campo, donde entraron con una furgoneta en el cerrado mientras se le daban capotazos a los bondadosos... En el cerrado se celebraba una corrida con toros de Santa Coloma de Pallarés . Los animales eran complicados como una ecuación de tercer grado. Complicados y celosos de su territorio. Uno de ellos se fue para la furgona, metió la cara debajo del motor y empezó a zarandear al coche hasta hacerlo parecer el látigo de la feria. Manolón miró al ganadero y le dijo mientras se agarraba al salpicadero como el musgo a la piedra: «Don José, la corrida está vista…»
A otro que vieron y calaron para siempre fue a un novillero que le había cortado las dos orejas en Sevilla a un novillo del conde de la Maza. El chaval aún saboreaba la azuquita del éxito en su paladar cuando en un tentadero del ganadero se encaró con una becerra. Las musas lo abandonaron. Más que un novillero prometedor parecía un vendedor de mercadillos, por la de mantazos que repartió. El ganadero le preguntó a Manolón quién era el osado. Y Manolón le respondió que era el novillero que unos días antes en Sevilla les cortó las orejas a dos novillos de la casa. La respuesta que oyó Manolón fue definitiva: «El novillo sería muy bueno pero el torero es muy malo». También es mala su relación con los animalistas. En un mano a mano en el Puerto entre Morante y El Juli , Manolón se fue para un grupo de ellos y comenzó a contarlos. Uno se le subió de manos, como los caballos de Peralta, y le preguntó qué estaba contando. Manolón echó el pie palante y le dijo que cincuenta tíos no podían llevar la razón frente a los once mil quinientos que aplaudían a rabiar en la plaza. El hombre que sabe mirar a los toros también sabe calar a los enemigos de la fiesta, donde es posible que vea en sus ojos poca bondad y mucha ignorancia, un signo que domina este tiempo de peligrosísimos mansos…
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