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NO DO

Las monjas multadas

La Junta que sanciona a las más desfavorecidas es la que derrama su dinero para los cazadores de subvenciones

Órgano del Convento de Santa Inés que inspiró a Gustavo Adolfo Bécquer y que las monjas han mandado a restaurar Rocío Ruz
Francisco Robles

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Ea, ya han terminado definitivamente con los adjetivos. Se lo han propuesto y lo han conseguido. Los prebostes y prebostas —toma paridad de género gramatical— del régimen andaluz le han cascado una multa de 170.000 euros a las trece monjas del convento de Santa Inés por restaurar el órgano de Maese Pérez. Hagan las cuentas. Tocan a 13.000 pavos por toca. Un dineral imposible para las monjas que mantienen viva la leyenda becqueriana que debería proteger, hasta en lo minimalista de sus detalles, esa institución abandonada al ERE y al curso de formación más falso que un billete de 25 euros. Porque aquí quien ha fallado es la misma Junta, que declaró BIC, que no es un boli sino un Bien de Interés Cultural, el mismo órgano que tenía abandonado a su suerte mientras, generosamente, la Cultura con mayúscula de la televisión pública e impúdica sirve para entontecer al personal.

La Junta que ha multado a las monjas es la misma que no quiere recuperar el dinero de los ERE o la que puede sentirse orgullosa por la escasez de camas en los hospitales sevillanos. Estamos a la cola de Europa, aunque pregonen que la sanidad andaluza es la joya de la corona de doña Susana. La Junta que multa a las más desfavorecidas es la que derrama su dinero para los cazadores de subvenciones de Invercaria, por poner un poner. No dejan que las monjas restauren su patrimonio de forma gratuita y altruista, poniéndolo en manos de unos auténticos profesionales que nada tienen que ver con la multitud de enchufados en las empresas públicas para las que sí hay dinero a mansalva. Tampoco restaura el convento de San Leandro, tan cernudiano y tan valioso desde el punto de vista artístico, pero se gasta un pastizal en asesores contratados a dedo para que le trabajen al partido de forma descarada.

Es una auténtica salvajada lo que ha hecho esta institución que es el núcleo duro, como se dice ahora, de los nuevos señoritos sevillanos. No hay que buscarlos en casinos ni cenáculos. Están en San Telmo, en las consejerías, en los organismos creados para enchufar a los propios y para saltarse todas las normas habidas y por haber. A las monjas las multan y a un sindicalista de la cuerda le permiten que tenga dinero para asar una vaca. Es tal el descaro que cuesta trabajo asumirlo. Pero hay algo que lo explica: el silencio sumiso de una ciudad donde las voces críticas se cuentan con los dedos de una mano… mientras la otra se lo lleva calentito en connivencia con los nuevos señoritos y las nuevas señoritas del caciquismo andaluz. Y quien piense que exageramos, recurso muy utilizado por los tibios que viven del cuento, que no se corte a la hora de las odiosas comparaciones. ¿A qué trincón le ha puesto la Junta una multa así? ¡Pero si no son capaces de recuperar el dinero que les han tangado porque ellos mismos lo han facilitado con su forma de gobernar! Este complot no se explica sin la omertá sevillana, sin el silencio hispalense. Trece monjas multadas por restaurar el órgano becqueriano. Ahí queda eso para la historia local de la infamia.

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