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Muere Esperanza Albarrán, recordada catedrática de Griego del instituto San Isidoro

El exalcalde Juan Espadas le concedió la medalla de la ciudad en 2017

La catedrática de Griego, en el archivo del instituto San Isidoro, de cuyo claustro formó parte durante décadas ABC
Silvia Tubio

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Su acento castellano, su mirada miope y su perfil enjuto como una vara desnuda de hojas eran los primeros rasgos que los alumnos de Griego del IES San Isidoro veían de una docente abrazada siempre a los libros que acarreaba de una clase a otra. Los estudiantes más entregados a las Humanidades pronto descubrirían la inmensa suerte que habían tenido al elegir como optativa una asignatura sentenciada hoy en día a muerte.

En aquellas aulas de la calle Amor de Dios les daba lecciones una catedrática que un buen día había decidido abandonar la universidad para enseñar a los adolescentes a traducir textos de Jenofonte y a mucho más... porque el magisterio de doña Esperanza Albarrán (1933-2021) iba más allá de los fríos análisis morfosintácticos. Albarrán enseñaba a amar una asignatura desde la perspectiva de quien sabe que del conocimiento de las raíces se puede alcanzar una notable sabiduría; todo ello aderezado con el apasionante universo mitológico y un dedicado empeño por que entendiéramos que sin esfuerzo, la pasión a secas se quedaba en mecha mojada. Qué cosas...

A doña Esperanza le tocaba lidiar con aquellos estudiantes que huían de las matemáticas y en 3º de BUP no tenían más opción que refugiarse en el Latín y el Griego para darle el esquinazo definitivo a las ciencias. Ella, sin embargo, renegaba de esa división insuperable y les hablaba también a sus alumnos de sus lecturas ociosas sobre teoremas y algoritmos. A COU llegaba un reducido número de alumnos a su cargo, aquellos que habían decidido apostar por el Griego por encima de otras materias, como la Historia del Arte , para enfrentarse a la temida selectividad desde la más puras de las opciones de Letras ; desde el convencimiento de que había y hay sitio para las Humanidades en un mundo que reclama más y más ciencia desde hace décadas.

Los alumnos de Esperanza Albarrán habían creado escuela en las pruebas de acceso a la universidad. No sólo porque solían obtener calificaciones muy elevadas sino por la forma en la que tenían de afrontar el examen y presentarlo ante el juez calificador. Precisos, pulcros, infalibles en sus análisis de las declinaciones. Referentes llegados desde la enseñanza pública y que querían conquistar el mundo desde unas enseñanzas denostadas.

En 2017, cuando el Ayuntamiento la distinguió con la medalla de la ciudad de Sevilla ABC

«Disculpe que la moleste señorita, pero usted es alumna de Doña Esperanza ¿no? » A aquella aspirante a ingresar en la facultad de Periodismo le extrañó la pregunta que le hacía aquel profesor que vigilaba el aula mientras ella completaba el primer ejercicio sin problemas. Los nervios sólo le dejaron asentir con la cabeza. «Sois inconfundibles» . Aquella estudiante rozó el 10 en aquella prueba y nunca olvidó a su profesora.

Veinticinco años después y a través de un grupo de viejos alumnos del San Isidoro , esa alumna, hoy periodista, se ha enterado del fallecimiento de doña Esperanza Albarrán. La había seguido desde la distancia porque a pesar de que se jubiló en 1998 del instituto donde estuvo impartiendo lecciones durante medio siglo , siguió formando parte de la vida intelectual de un centro educativo clave en la formación de generaciones y generaciones de sevillanos y andaluces notables.

Aquella zamorana de ojos diminutos ha sido también responsable de ese legado y así lo atestigua un libro homenaje publicado en 2011 donde se recoge su desazón por la mala evolución de los sucesivos sistemas educativos que han ido arrinconando a las humanidades, la exigencia y el esfuerzo. El Ayuntamiento de Sevilla le concedió la medalla de la ciudad en 2017 .

A mi profesora, incansable defensora de la educación en mayúsculas, descanse en paz.

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