Muere Naranjito de Triana, uno de los cantaores más influyentes de las últimas décadas
José Sánchez Bernal, Naranjito de Triana, murió ayer a las siete de la mañana en su casa de la calle Pagés del Corro a los 68 años de edad. Un infarto de miocardio, unido a su débil estado de salud a causa de una larga enfermedad, pudo con la vida de un maestro del flamenco que no se va de vacío: aquí, en su tierra, deja una escuela venerada por las nuevas generaciones.

SEVILLA. La petenera se ha muerto. Hoy la llevan a enterrar. Sólo 68 años tenía. El 12 de noviembre iba a cumplir 69. Pero no quiso esperar más tiempo para reunirse con Pastora Pavón, Antonio Chacón o Manolo Oliver. A las siete de la mañana de ayer, en su casa de Pagés del Corro, adonde había vuelto en busca de su Esperanza de Triana tras varios años de exilio en el barrio de Santa Cruz, José Sánchez Bernal, Naranjito, dejó su vida en manos de un infarto de miocardio que no logró resistir. Andaba ya el maestro en convalescencia a causa de un tumor en el intestino que le había sido extirpado el pasado verano, pero que volvió a reproducirse en su cuerpo a finales de año. El mismo viernes pasado había llegado de Madrid, donde había estado tratándose. Pero el destino no le dilató la vida mucho tiempo más. Y atrás quedó un resquicio de historia que abría la puerta de una carrera seria y disciplinada, formal y jonda a un mismo tiempo. Su propia hija, María José Sánchez, lo definía: «Mucha gente lo ha criticado por no ser el típico flamenquito que se pegaba la juerga, pero él era así, un hombre muy apegado a su familia».
Los Niños Hispalenses
Nacido en la trianera calle Fabié en 1933, y devoto de la Esperanza de Triana desde sus primeros pasos, Naranjito arrancó a cantar con tan sólo cinco años. Pronto embarcó en numerosas giras, pero su primer momento entrañable se produjo con la visita de Evita Duarte a Sevilla, cuando Naranjito y Narci Díaz -Los Niños Hispalenses- homenajearon a la musa de los descamisados argentinos, una imagen que incluso llegó a plasmarse en el cine. A partir de aquí, José comenzó a hacer giras internacionales con diversos espectáculos y trabajó en los tablaos de Sevilla y Madrid. Sin embargo, su gran reconocimiento llegó con el nacimiento de los Festivales Flamencos de Andalucía, apadrinado por Antonio Mairena. Con el de los Alcores grabó su famosa «Misa flamenca».
Además, para la historia quedará su relación con Paco de Lucía, junto al que cambió los tiempos de la bambera de Pastora Pavón pasándolos del fandango a la soleá por bulería. También grabó Naranjito junto con Sabicas, Manolo Sanlúcar, Paco Cepero o Juan Habichuela. En la IX Bienal de 1996 ofreció un concierto de retirada, después del cual se dedicó exclusivamente a la docencia del cante en la Fundación Cristina Heeren de Sevilla. Eran destacables también sus aptitudes como guitarrero y guitarrista, faceta algo desconocida, pero que él siempre citaba como culpable de su buen oído.
Hoy, a las once de la mañana en el Tanatorio de la SE-30, el párroco de la Esperanza de Triana oficiará el sepelio tras el que los restos del cantaor serán trasladados al cementerio de San Fernando.
«El duende no existe»
«El duende no existe, lo que existe es mucho vino». Esta frase definía el carácter de un cantaor que siempre estuvo del lado del sacrificio, del trabajo duro y de la formación. Para Naranjito nada brotaba de la nada. No creía en la transmisión genética del arte, sino en el esfuerzo por aprender a transmitir los cantes con hondura y sentimiento. Y con el ejemplo predicó hasta el final de sus días. Ya llevaba un tiempo sin ir por la calle Fabiola a enseñar sus verdades a los alumnos de la Fundación Cristina Heeren. Pero ellos no habían olvidado sus directrices. Ni las olvidarán. «Disciplina, eso es lo que yo le debo a él, y si consigo ser cantaor, él será quien tenga la culpa, porque he aprendido una cosa básica: sin trabajo no se consigue nada», decía uno de sus pupilos, Javier Rivera, mientras entornaba la vista hacia no se sabe dónde por los pasillos del tanatorio al mediodía. Por allí estaban también Virginia Gámez, Rocío Bazán, Nazaret Cala, Vicente Gelo e Inma del Viso, los jóvenes que tendrán a Naranjito siempre en sus gargantas por culpa de decenas de mañanas entre cuatro paredes escuchando sus pláticas, sus melismas, viendo sus anotaciones en la pizarrilla para clasificar cada cante. La soleá de Triana anda ya esparcida por toda Andalucía por sus enseñanzas.
Y de todo esto es consciente su compañero de batallas en la docencia José de la Tomasa, que se encontró su casa de Pagés del Corro vacía cuando fue a enterarse de lo sucedido junto al guitarrista Eduardo Rebollar. Y también lo sabe Paco Taranto, que se bebía las lágrimas en el velorio. Y Milagros Mengíbar, que escondía su dolor tras sus ojos turbios. Y Jesús Heredia, que caminaba sin rumbo con las manos en los bolsillos. Y el Niño de Pura. Y José Luis Postigo, que le arropó sus últimos cantes en el barrio de Santa Cruz. Y Carmen Linares. Y su hijo Pedro, que ya no podrá volver a abrigar su jondura con su guitarra. Y su mujer, Esperanza, que como su otra Esperanza, la de Triana, ya no podrá oírle más saetas por la calle Pureza.
Ha muerto Naranjito. Y una rama del tronco cabal se ha ido con él. De aquel hombre que heredó el apodo de su padre, porque además de ser guardia civil recogía naranjas, quedarán muchos recuerdos. Y su impecable obra discográfica. Pero hoy se tambalean los cuatro puntalitos que sostienen a Triana, porque se ha muerto la petenera y la llevan a enterrar. Descanse en paz.
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