Entrevista
«La pedagogía progresista está llevando a la infantilización e idiotización de los alumnos»
Ramón Espejo, catedrático de Filología Inglesa y director del Centro de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Sevilla, advierte contra la deriva de un sistema educativo que «ha dinamitado la cultura del esfuerzo y no la ha sustituido por ninguna otra destreza o capacidad»

Ramón Espejo es catedrático de Filología en la Universidad de Sevilla. Aunque nació en Barcelona, reside en Andalucía desde mediados de los 80 y cursó la carrera de Filología Inglesa en la Hispalense, donde logró doctorarse en 2000. Desde 1997 viene ejerciendo sus labores como ... docente de literatura inglesa y norteamericana. Siempre le ha apasionado la docencia y la investigación y ha enseñado literatura norteamericana a varias generaciones de estudiantes en Cádiz y Sevilla. Reconocido eespecialista en teatro norteamericano y autor de ediciones críticas de diversas obras de Arthur Miller y Tennessee Williams, dirige el grupo de investigación de Estudios Norteamericanos de la Universidad de Sevilla y el seminario permanente que lleva el nombre de Pilar Marín Madrazo, su mentora.
Se ha mostrado muy crítico con la evolución del sistema educativo en España. ¿Era mucho mejor la EGB y el BUP que la ESO?
El BUP era un sistema fantástico que dejó atrás el bachillerato franquista y que formaba bien a sus alumnos. El profesorado también tenía otra mentalidad y exigía más a los estudiantes. Llegó la Logse y todo esto fue desapareciendo. Desde entonces vamos de mal en peor.
¿En qué nota todo eso un docente universitario?
Todo lo que se hace en educación primaria y educación secundaria nos llega a la Universidad. Es verdad que no todo el mundo llega a la enseñanza superior pero los que llegan proceden todos de ahí. El alumno bueno de hoy puede ser el alumno que era regular hace algunos años. Los profesores están bajando los estándares porque no se puede suspender a todo el mundo y hay que hacer adaptación a lo que hay.
¿Cuál es la mayor diferencia entre el alumno universitario de ahora respecto al de hace quince o veinte años?
En las primeras promociones a las que yo enseñé como docente observo muchas diferencias, sobre todo en actitud. Antes la actitud del universitario era más receptiva, más respetuosa y más consciente de que a la universidad se venía a trabajar, no a divertirse. Hoy te encuentras con gente que no sabe muy bien qué hace en la universidad. Veo que muchos son muy infantiles, que esperan que se les dé todo hecho. Hace algunos años impartí una asignatura sobre Historia de Gran Bretaña y Estados Unidos en primero de Filología y traté de que mis alumnos apartaran también el tema memorístico y analizaran las cosas de una manera más personal y crítica con debates y charlas. A las tres semanas me vino un grupo de alumnos pidiendo que les dictara unos apuntes para que ellos los pudieran memorizarlos de cara al examen.
La facultad de la memoria ha perdido muchos puntos en el sistema educativo actual. Y se ha ejemplificado su decadencia en lo absurdo de tener que memorizar la lista de los reyes godos.
Desde luego no es necesario ni demasiado pedagógico tener que memorizar esa lista pero la memoria es una facultad que conviene ejercitar. Este ejemplo que le pongo refleja, en mi opinión, que el sistema educativo se ha cargado la disciplina y el esfuerzo y no lo han sustituido por ninguna otra cosa. No veo mucho interés por pensar en una buena parte de los universitarios.
¿Los estudiantes son culpables de no pensar o de no esforzarse por aprender en un ambiente que no les invita o incentiva a hacerlo?
-No, los chavales no tienen culpa de nada. Quizá sean los menos culpables de todo esto.
¿Hay muchos derechos y pocas obligaciones?
A los alumnos les han vendido que tienen derecho absolutamente a todo. Y por eso no tienen ninguna tolerancia a la frustración porque nunca nadie les ha dicho que no. Estamos, por supuesto, generalizando. El culpable es el sistema que hemos creado entre todos, unos activamente y otros por omisión. Empezando por los gestores, luego por los inspectores, que son los intermediarios entre los gestores y los profesores, y por los propios docentes. Unos por intereses políticos, otros por conservar un status, y otros por miedo o comodidad. Pero el aprendizaje y la formación no pueden llegar a buen puerto en estas condiciones.
¿Por qué se ha perdido la cultura del esfuerzo en los centros educativos?
No se ha perdido, se ha dinamitado. Y si yo menciono la cultura del esfuerzo y la reivindico, hay mucha gente que me acusa de reaccionario, facha o franquista.
¿Qué saben sus alumnos de Franco?
En general, han escuchado que es un dictador pero no saben mucho más. Yo puedo entender que los conocimientos no sean tan importantes y que no haya que darle tanta importancia a memorizar las cosas. Pero nos dicen los nuevos pedagogos que han cambiado el sistema educativo que estos alumnos sin muchos conocimientos tienen, sin embargo, capacidades para enfrentarse a la vida o al mundo laboral, «destrezas» que antes no tenían. Pero eso es completamente falso.
¿Y se puede arreglar?
Soy un poco pesimista porque no hay recetas fáciles. La situación se ha venido deteriorando durante mucho tiempo y todo el mundo se ha dejado ir y ha mirado para otro lado. Y ahora tenemos un problema mucho más difícil de resolver que entre todos tendemos a taparlo. Casi no nos atrevemos a mirarlo y menos a hablar de ello.
¿No hay voluntad de corregir fallos o cambiar conceptos equivocados?
No veo esa voluntad por parte de nadie. En los políticos, por supuesto, que no, pero tampoco de los implicados en el sistema educativo. El caso de Andalucía me parece muy significativo porque cuando llegó el cambio de Gobierno hace tres años teníamos puestas muchas esperanzas. El discurso de Javier Imbroda y su equipo era ilusionante e incluía muchas cosas sensatas como recuperar la cultura del esfuerzo y eliminar la burocratización de la enseñanza, en fin, depurar un poco toda la mafia que había en la Consejería de Educación.
¿A qué se refiere cuando habla de «mafia»?
Quizá se pueda utilizar una palabra más suave como «lobby». Me refiero a un grupo de personas y pedagogos interesados en que continúe esta infantilización e idiotización que llevamos viviendo durante veinte años. Y en estos tres últimos años no veo que hayan hecho nada reseñable para cambiar las cosas desde entonces hasta donde yo veo y hablo con mis compañeros de instituto.
Dice Pérez Reverte que teme más a un idiota que a un malvado.
Los mediocres son los que se cargan el mundo, no los malvados, y para un mediocre cualquier persona inteligente es percibida como una amenaza, a la que apartan calificándola con desprecio de «sabionda» o «enterada». El poder político percibe a la persona con conocimientos como una amenaza. La maldad es más fácil de combatir, la mediocridad es casi imposible.
¿Todo sigue igual que antes en nuestro sistema educativo?
A los inspectores lo único que les sigue interesando es cuántos alumnos han suspendido y para rebajar esa cifra de la manera más perversa siguen intentando hacer la vida imposible al profesor que los ha suspendido para que cambien de idea o bajen el nivel y los aprueben. Supongo que no es fácil vencer a estos lobbies pero francamente no he visto ningún avance en esta legislatura.
La Consejería de Educación se opuso a la ley Celaá y a poder presentarse a Selectividad con suspensos en el Bachillerato.
Pero no han promovido el cambio de mentalidad ni han recuperado el valor del esfuerzo en los centros, que es lo importante. La cultura del esfuerzo ya estaba erradicada antes de la ley Celaá, que solo ha abundado en ello.
¿A qué pedagogos se refería antes cuando hablaba de «lobby»?
Me refiero a los defensores de la pedagogía renovadora o progresista, como les gusta llamarse a sí mismos, gracias a la cual se ha dinamitado precisamente la cultura del esfuerzo en base a un dogma pedagógico absurdo. Esto tampoco es nuevo y quizá provenga del «mayo del 68», cuando se gritó en las calles: «Fuera clases y fuera exámenes». Se dijo que que los alumnos deberían estudiar en libertad y que no había que reprimirlos en nada. Esto es una tendencia mundial de esa nueva pedagogía que ahora se llama a sí misma renovadora y que me parece a mí que no es tan renovadora.
¿Esta pedagogía de la que habla es la dominante entre los pedagogos?
-No, curiosamente es una minoría. Pero es una minoría políticamente legitimada. La mayoría no está de acuerdo con ellos pero muchos tienen miedo de que les acusen de retrógrados y se callan y miran para otro lado. Creo que es el caso del actual equipo directivo de la Consejería de Educación. Claro que no se lo creen pero no quieren que les acuse de reaccionarios. El fracaso de esta pedagogía lo he visto en mis clases y en las de muchos compañeros. No hay capacidades ni destrezas que sustituyan a los conocimientos que se han eliminado.
¿Qué capacidades deberían tener esos alumnos que no observa, en general en sus clases?
¿Y le han llamado franquista por denunciar eso?
Nos dicen cualquier cosa, incluso que hacemos una enseñanza del siglo XVIII, sin más matices. Me refiero a estos pedagogos renovadores o progresistas.
¿Cree que hay muchos docentes que piensan como usted en los centros educativos y académicos?
Me consta que son muchos pero a la mayoría les da miedo reconocerlo porque te estigmatiza frente a la dirección del centro y, por supuesto, en el caso de colegios e institutos, frente a los inspectores educativos.
¿Le decepciona la actuación de los inspectores educativos?
Los inspectores siguen siendo policías políticos, básicamente. Si un profesor de un instituto pone un diez a todos sus alumnos, el inspector no va a preguntarle cómo es posible que todos sean tan listos; pero si ese mismo profesor suspende a la mitad con un cero debe prepararse porque el inspector de turno le va a enterrar en una maraña burocrática y va a tener que hacer todo tipo de informes y justificaciones sobre cada suspenso que ha puesto. Ese profesor sabe que si persiste en suspender a esos alumnos porque no dan el nivel mínimo requerido va a estar enterrado en informes burocráticos un montón de tardes y de noches.
¿Y qué es lo que suelen hacer, en general, los profesores ante ese dilema?
Ante eso, hay algunos profesores que prefieren no complicarse la vida y optan por aprobar a muchos de esos suspensos. Lógicamente se preguntan si merece la pena meterse en ese lío, sabedores de que el sistema es demasiado perverso y demasiado poderoso. Y muchos piensan seguramente que dará igual que se mantengan erre que erre en el suspenso porque al año siguiente le tocará a otro profesor que posiblemente lo aprobará. Hay gente un poco miedosa y gente también que es cómoda. Y mucha gente acaba arrojando la toalla. Tampoco se les puede pedir a los profesores que sean héroes, entre otras cosas, porque nadie se lo va a reconocer ni agradecer.
Hace algunos años, con los gobiernos anteriores, se pusieron de moda los «aprobados de despacho» promovidos desde la Inspección y gracias a los cuales algunos alumnos fueron considerados aptos tras presentar exámenes literalmente en blanco. Pero algunos centros protestaron y los denunciaron a los medios de comunicación.
Sí, algunos centros protestaron pero observo que que se ha venido formando un tejido de silencio y que no se puede cuestionar el nuevo dogma. Hemos pasado de un dogma al contrario y de éste es que ni siquiera se puede discrepar.
¿El fracaso escolar se puede tapar?
Los suspensos no venden y hay muchas maneras de maquillar las cifras de fracaso escolar. Usted recordará que hace ya algunos años, con el anterior Gobierno, hubo un plan que pagaba a los centros educativos si aprobaban a más alumnos. A mí todo eso me pareció un soborno.
Pero la mayoría de los centros se opusieron a ese plan y renunciaron a esos cobros públicamente.
La actitud del 90 por ciento de los centros fue un rayo de esperanza porque en efecto la inmensa mayoría se negaron, pero dos o tres años después el mismo Gobierno que aprobó el primero volvió a sacar otro plan parecido, algo suavizado y mejor adornado, camuflado los incentivos con inversiones en equipamiento informáticos que hacían falta y y demás, y creo que ya hubo más centros que dejaron de protestar.
¿No hay nada, en su opinión, que se salve de esa pedagogía «renovadora» o «progresista»?
Hay cosas que me gustan como la de fomentar el espíritu crítico, cosas con las que es casi imposible no simpatizar. Pero el problema es que esa pedagogía renovadora al final se ha convertido en una especie de idiotización masiva. El credo de lo lúdico, de que el alumno tiene que ser feliz y divertirse, y que los conocimientos en realidad no sirven para nada porque vivimos en un mundo cambiante en el que sólo valen las «destrezas», han arruinado esa parte positiva que podría tener esa pedagogía renovadora o supuestamente progresista.
¿No cree que vivimos en un mundo cambiante?
Claro que sí, y creo también que es importante desarrollar destrezas, además de conocimientos. Pero hay que enseñarlas con rigor y con exigencia e intentando conseguir la excelencia y no todo lo contrario, que es lo que está pasando. La cuestión no es qué enseñamos sino cómo hacerlo. Enseñar sólo contenidos no tiene mucho sentido hoy en día pero el dogma de que la enseñanza tiene que ser algo divertido y ameno ha impedido la eficacia de la enseñanza. Si mi objetivo al entrar en un aula no es enseñar sino que se lo pasen bien los alumnos, la eficacia se pierde. Le pongo un ejemplo: si vas a un médico a una consulta y el médico en vez de curarte se empeñara únicamente en que no lo pases mal en la consulta, o en que te lo pases bien, creo que no cumpliría con su función primordial. Y el paciente le diría: «Deje usted de divertirme y haga su trabajo». Antes también había algún profesor así pero esta nueva pedagogía ha obligado a casi todos a actuar de esta manera. Y si no eres ameno o no haces que tus alumnos se diviertan mucho en clase, se considera que prácticamente estás torturando a tus estudiantes con tus exigencias.
¿Cuál suele ser la actitud de los padres de los alumnos ante esto?
Estoy generalizando lógicamente porque no todos son así, pero muchas familias conciben los institutos como sitios donde almacenar a los niños donde no molesten ni les causen demasiados problemas. Y por ese instinto de sobreprotección y de no decirles que no a sus hijos, cuando un profesor es capaz de hacerlo o de suspenderles, no lo entienden. Y algunos llaman al inspector o a la Consejería y denuncian que el profesor persigue a su hija. A eso se suma que algunas acusaciones, según qué cosas, han obtenido una legitimidad social y política que revierte la presunción de inocencia en presunción de culpabilidad. Y el profesor se siente solo, aislado y sin ningún apoyo o respaldo de nadie.
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