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Reloj de arena

Pepe Peregil: Vox populi

Estaba en posesión de una voz huracanada que, sin quererlo, cuando hablaba conquistaba espacios infinitos

Pepe Peregil cantando encima de la barra de su taberna, Quitapesares Archivo personal Pepe Peregil

Félix Machuca

No sé si alguna vez fue capaz de hablar bajito. Y si le costó mucho esfuerzo conseguirlo. Juan Alba, boticario del barrio, le preguntó una vez a Alfredo Kraus si el Peregil tenía voz para cantar ópera . Y aquel fino tenor, de voz cara y ojos claros, le contestó sin regateos: tiene voz para cantar lo que le dé la gana, pero no hubiera sido tan feliz como es ahora.

Delante de un palio fue a cantarle una saeta a la Virgen. Y el capataz le pidió por favor que se separara un poco porque con aquella voz podía apagar la candelería.

A José de la Tomasa se le imputa, entre picardías de amigos, que solía decirle con la guasa al uso: tú no cantas saetas, le riñes a los santos . Basta abstraerse en su recuerdo para que aquella voz de Zeus tonante y tunante de Manzanilla te llene los oídos.

En cambio, siempre guardó silencio de los salvavidas que le tiró a los náufragos que flotaban por su auxilio: recibo de luz, de agua, una comida, llenar un frigorífico. Fue una ONG para los que tenían arena en los bolsillos . Lo de Quitapesares nunca fue una casualidad…

Las duquelas y los gañafones del alma tenían prohibida la entrada a su tasca. De puertas hacia fuera se quedaban los graves, serios, malajes, esaboríos y fuera de compás. De puertas hacia adentro se agolpaban los bendecidos, los agraciados, los bohemios, los pícaros y los tocados por la gracia del cielo de una corte milagrosa que bebía manzanilla sin parar y estaba loca por caer en el coma ibérico del jamón y el morcón.

En esa tasca se encontró Jesús Quintero con parte de su cuerda de picados, que le recomendó Pepe Peregil: el Risitas, el Cuñao y el Tito Triana . Al lado del bar hay un hotel para guiris. Y frente a la taberna paraba el autobús de los makandé del manicomio.

Lo que allí se reunía era más explosivo que un cinturón del Isis . Y todos iban a lo mismo: a quitarse los pesares y a espantar las honduras. Eso hacía diariamente Flores, un pícaro del barrio, de talla corta y puño cerrado, que se proclamaba caballero legionario. Peregil le daba la ribera del Duero sabiendo que nunca se la devolvería. Un día le preguntó: ¿Flores me vas a pagar hoy? Y el legionario, con la bayoneta calada que defiende al tieso, le dijo: sí hombre, para perder la antigüedad de no pagar nunca…

Cuarenta y cinco años se pegó Pepe en el Quitapesares de la plaza de Jerónimo de Córdoba , junto al cine Rialto. Cuarenta y cinco años de paz y felicidad, abriendo todos los días y cerrando cuando lo dejaban.

A las horas de las brujas solía acercarse El Vito , montañés con Rinconcillo en el barrio, ave nocturna de pico caliente, para camelarlo. Peregil interpretaba su papel: ¿pero éstas son horas de llegar? Y El Vito se ponía caracolero y le cantaba: está mi niña embruja por culpa de tu querer. Y Peregil se pintaba bravo: tú no eres cántabro, tú lo que eres es un tan cabrón… Y El Vito se reía y le respondía: ¡oleeeeeeee! Y «pá» dentro.

El Satoru era un japonés que vino a Sevilla a aprender guitarra y español . Y no aprendió ninguna de las dos cosas. Pero se sabía de largo el punteo del Quitapesares y las alegrías del Peregil. Era también de los que llegaban rezagados, últimos en la carrera popular de la noche buscando la meta de la taberna.

Y se repetía la escena. ¿A estas horas vienes, Satoru? Y el japonés se arrancaba: tiritiritiriri. Para que Peregil le preguntara ¿cómo se dice cabrón en japonés? Y el japo respondía: Pelegil… Los momentos de esa taberna son de fiesta y volteretas con doble tirabuzón.

Momentos tan exclusivos como el que dio Rafael Riqueni tocando sus Amarguras, la única pena que se permitió la casa por tan descomunal composición. O las actuaciones de la Minimorris , uno de la piompa de la calle Alhóndiga, que cantaba «cuando supe toda la verdad, señora» le respondía el Peregil con una yoya que entraba en el guión.

Monseñor Amigo le bendijo la Virgen del Rocío que guarda la taberna . Y los austriacos del Mozarteum de Salzburgo, finalizados sus conciertos, se iban najando al sitio para acabar la noche tocando las trompetas en lo alto de la barra e inventándose instrumentos ruidosos con una manguera y un embudo.

Allí Johann Sebastian Mastropiero de Les Luthiers perdía severamente la sobriedad. Su última voluntad está a punto de concedérsele. Un disco tributo a su Virgen del Valle de Manzanilla, patrona del pueblo que nos regaló la voz más potente de la noche sevillana, la vox populi del Quitapesares…

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