Pigafetta, el cronista italiano de la primera vuelta al mundo que desmonta la leyenda negra de España

Los españoles no somos unos santos, pero nunca se nos pasó por la imaginación edificar América con osamentas indígenasLos aztecas le arrancaban el corazón a los guerreros de los pueblos vecinos y se lo ofrecían a sus dioses con la sangre aún bullendo, empalaban luego sus cabezas y finalmente construían torres cuyos ladrillos eran las calaveras de los sacrificados. El ‘zompantli’ de los mexicas, muralla de cráneos, es un icono de la historia de la barbarie humana. Los españoles no somos unos santos, pero nunca se nos pasó por la imaginación edificar América con osamentas indígenas. Por eso el Archivo de Indias es la meca de todos los sudamericanos que a diario se hacen un selfi en su fachada. La leyenda de la devastación española del Nuevo Mundo se desvanece en los pasillos del monumento sevillano, por donde pasean con naturalidad aborígenes de todas las tribus precolombinas que cinco siglos después conservan sus rasgos primigenios. Es probable que el casco de alguno de sus antepasados esté ensamblado en un muro azteca. También es posible que uno de sus deudos fuese pasado a cuchillo por un español. Quizás una gran parte de la opulenta cultura maya y de la inca se perdió. Tal vez algunos desmanes de la Inquisición hispánica sobraron. Pero España llevó al nuevo territorio los mayores avances sociales de la época. Ahora derriban allí estatuas de Colón, que es como demoler las universidades y las imprentas, pero hace cinco siglos muchos indígenas recibían a los conquistadores españoles con esperanza para librarse de las atrocidades de los imperios autóctonos. En aquel tiempo se practicaba en aquella tierras el canibalismo, entre otras muchas animaladas. Las primeras expediciones advirtieron a su vuelta del atraso que aquellas sociedades tenían con respecto a Europa, pero la primera gran crónica de aquel choque cultural la escribió el italiano Antonio Pigafetta, embarcado en la aventura de Fernando de Magallanes para llegar a las Islas Molucas por la ruta atlántica. Aquel caballero de Vicenza partió de Sevilla el 10 de agosto de 1519 y regresó el 8 de septiembre de 1522 con Juan Sebastián Elcano al mando de la Nao Victoria, la única superviviente de las tres que habían comenzado la singladura. Durante el viaje fue recogiendo en diversos manuscritos las vivencias de aquellos marineros y luego redactó una «Relazione» que entregó al emperador Carlos V para su divulgación. Muchos de esos originales se conservan en el Archivo de Indias. Son la piedra roseta de la conquista española, el evangelio de aquella hazaña en la que por primera vez el hombre circunnavegó la Tierra alcanzando el Pacífico por el Oeste. El resto de territorios se conocía, pero América era un misterio que el escritor fue relatando con un estilo entre ojiplático y angustioso. Antonio Pigafetta«Los brasileros, tanto las mujeres como los hombres, se pintan el cuerpo, especialmente el rostro, de una manera extraña y en diferentes estilos. Tienen los cabellos cortos y lanudos, y carecen de pelos en todo el cuerpo, porque se los arrancan. Usan una especie de chupa hecha de plumas de loro, dispuestas de manera que las mayores de las alas y de la cola les formen un círculo en la cintura, lo que les da una figura extraña y ridícula. Casi todos los hombres llevan el labio inferior taladrado con tres agujeros por los cuales pasan pequeños cilindros de piedra del largo de dos pulgadas. Las mujeres y los niños no poseen este incómodo adorno. Añadid a esto que andan enteramente desnudos por delante. Su color es más bien oliváceo que negro. Su rey lleva el nombre de cacique», describe Pigafetta en el primer puerto al que llegaron. Días después descendieron hacia el Sur, «donde encontramos un gran río de agua dulce», el Río de la Plata. Atención a su sorprendente relato. «Aquí es donde habitan los caníbales, es decir, los que comen carne humana. Uno de ellos de estatura gigantesca y cuya voz se asemejaba a la del toro, se aproximó a nuestra nave para tranquilizar a sus compañeros, que, temiendo que les quisiésemos hacer daño, se alejaban de la costa para retirarse con sus efectos hacia el interior del país. Para no dejar escapar la ocasión de verles de cerca y de hablarles, saltamos a tierra en número de cien hombres, persiguiéndolos a fin de poder atrapar algunos, mas daban unos pasos tan desmesurados, que, aun corriendo y saltando, no pudimos nunca alcanzarlos». Tardaron dos meses en volver a ver a alguno de aquellos indígenas de descomunal estatura. «Se nos presentó un hombre de estatura gigantesca, estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla a que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita». Como estaba en actitud amistosa, «el comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante, que no tenía la menor idea de este mueble y que sin duda por vez primera veía su figura, retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él. Le dimos cascabeles, un espejo pequeño, un peine y algunos granos de cuentas; en seguida se le condujo a tierra, haciéndole acompañar de cuatro hombres bien armados. Su compañero, que no había querido subir a bordo, viéndolo de regreso en tierra, corrió a advertir y llamar a los otros, que, notando que nuestra gente armada se acercaba hacia ellos, se ordenaron en fila, estando sin armas y casi desnudos, dando principio inmediatamente a su baile y canto, durante el cual levantaban al cielo el dedo índice, para damos a entender que nos consideraban como seres descendidos de lo alto». Para los gigantes caníbales, los españoles parecían extraterrestres. «Los hombres, que sólo conservaban el arco y las flechas, hacían llevar todo por sus mujeres, como si hubieran sido bestias de carga», continúa Pigafetta, que en numerosas ocasiones recalca su condición de seres salvajes: «Si tienen dolor de cabeza, se hacen una incisión en la frente, efectuando la misma operación en todas las partes del cuerpo donde sienten dolor, a fin de dejar salir una gran cantidad de sangre de la región dolorida. Su teoría, que nos fue explicada por uno de los que habíamos cogido, está en relación con su práctica: el dolor, dicen, es causado por la sangre que no quiere sujetarse en tal o tal parte del cuerpo; por consiguiente, haciéndola salir debe cesar el dolor». Con ninguna otra civilización mostró Pigafetta mayor asombro en sus escritos, que obviamente podrían estar manipulados en favor del imperio que le pagaba por hacer ese trabajo o incluso rebosados de imaginación literaria, pero han sido de gran ayuda para los grandes americanistas, que rechazan de forma contundente el actual acoso de los indigenistas.Nao VictoriaEl catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla Pablo Emilio Pérez-Mallaína es de los más claros. ¿Quién sabe si el actual presidente de México, López Obrador, desciende de uno de los tripulantes de la expedición magallánica? «Este señor es un descendiente de españoles, lo que en México llaman un güero, que son minoritarios allí porque aquel sigue siendo un pueblo mestizo, gracias a dios. Lo que le ocurre a López Obrador en su ataque a los españoles es que tiene que hacerse perdonar que él lo es, nada más. Como es descendiente de españoles se pone mucho más combativo que ningún otro. Es un converso que ataca con más fuerza para justificarse». Pérez-Mallaína denuncia lo que los historiadores llaman presentismo, que es juzgar con los ojos de hoy lo que ocurrió en el pasado. Pigafetta construyó una narrativa favorable a España y casi de zoológico para los indígenas, pero sus crónicas a veces se quedaban cortas. «Todos los imperios se han construido a base de sangre, incluidos los aztecas, que hacían barbaridades mucho peores que las nuestras con los pueblos vecinos. Los romanos también nos pasaron a sangre y fuego a los españoles. ¿Le decimos a los italianos ahora que nos pidan perdón? Los romanos nos pasaron a cuchillo, sí, pero también nos trajeron una cultura riquísima. Ahí está el derecho romano. En América pasó algo parecido. Es verdad que los españoles pasaron a cuchillo a los aztecas, pero los aztecas rajaban con obsidiana a otras civilizaciones, por eso los españoles fueron apoyados por muchos indígenas, porque la conquista española respetaba a sus enemigos». El catedrático recuerda que Hernán Cortés se enamoró de una indígena y tuvo varios hijos con ella. «Eso no lo han hecho los ingleses. Lo que los españoles hicimos fue juntar sangre. Los ingleses, en cambio, fueron por ahí exterminando, por eso sólo es mestiza Iberoamérica».«Lo que los españoles hicimos fue juntar sangre. Los ingleses, en cambio, fueron por ahí exterminando, por eso sólo es mestiza Iberoamérica»Pablo Emilio Pérez-Mallaína, Catedrático de Historia de América de la Universidad de SevillaLas naos del imperio español llevaron enseres impensables para aquellas civilizaciones. Pigafetta cita algo tan simple como un espejo, que tal vez sirve como metáfora para la reflexión. Quizá el problema de los indígenas que nos atacan es que no se conocen. «Es verdad que impusimos la religión y que por donde ha pasado España la gente es católica. De hecho, el único país católico de Asia es Filipinas. Pero también es evidente que hubo salvaguardias para el bienestar de los indios. Hubo abusos, sí, pero la ley de protección se aplicó. Además, llevamos las primeras universidades, las calzadas… Y a cambio los indígenas nos dieron a nosotros muchas cosas, el tomate, el pimiento... Ese intercambio es el que hay que potenciar. Después de 500 años eso ha fructificado en un pueblo mestizo que es muy rico, pero hay políticos modernos que por su interés, como tratan bastante mal a los indios allí, le echan la culpa a los españoles», resuelve el catedrático. «Hay que conseguir un culpable para que no sean los culpables ellos. México, por ejemplo, tiene unos niveles de criminalidad y corrupción tremendos. Y los políticos, que son independientes desde hace 200 años allí, nos siguen culpando a nosotros. Pero en la América colonial española se vivía con más orden. Los españoles no llevamos la civilización, pero sí eliminamos la crueldad». Pérez-Mallaína resume su visión con una frase que podría haber escrito el cronista de la vuelta al mundo: «Los aztecas no eran hermanitos de la Caridad. ¿Por qué no piden perdón por haber sojuzgado a los guatecas, por ejemplo? Dominaron a sangre 38 provincias».«Los indios desde los Reyes Católicos fueron considerados súbditos como cualquier español, las llamadas colonias no eran tales, sino provincias regidas por gobernadores y virreyes y se elaboraron unas leyes modélicas que no siempre se cumplieron y de ahí los abusos que se cometieron»Enriqueta Vila Vilar, Catedrática de Historia de AméricaEs muy similar la visión de una de las americanistas más prestigiosas del último siglo, Enriqueta Vila: «Teniendo en cuenta que en los territorios de grandes civilizaciones indígenas, México, Perú o Bolivia, existe actualmente una amplia población de descendientes puros de aquellas –en México o Guatemala unos 12 millones que sólo hablan nahualt, maya o mixteca y en los Andes más de un cuarenta por ciento de nativos que hablan quechua o aymara y hasta 47 lenguas más- población que después de dos siglos de Independencia siguen siendo las poblaciones más marginadas, es lógico que reivindiquen sus derechos pero se equivocan de instancia peticionaria. Después de tres siglos de dominación española ellos siguen viviendo para poder reivindicar sus derechos, pero no somos nosotros los más indicados para poder remediarlo». ¿Por qué entonces la conquista española tiene tan mala prensa y, en cambio, la inglesa no? «Tampoco la tiene la portuguesa, la francesa o la holandesa. Esa es la pregunta del millón y en la que habría que centrarse y concentrarse para demostrar que la nuestra fue la menos dañina para la población india y la única que se preguntó por su legalidad. Porque los indios desde los Reyes Católicos fueron considerados súbditos como cualquier español, las llamadas colonias no eran tales, sino provincias regidas por gobernadores y virreyes y se elaboraron unas leyes modélicas que no siempre se cumplieron y de ahí los abusos que se cometieron». A Enriqueta Vila le solivianta la acusación de genocio y la combate con todas sus fuerzas: «Según el diccionario, genocidio es ‘aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos políticos, raciales o religiosos’. Evidentemente eso no se dio en nuestra conquista porque nadie quería aniquilar a la que era su fuerza de trabajo. Los indios murieron por guerras, abusos, problemas de adaptación y sobre todo por los virus que portaban los europeos sin saber las consecuencias, como viruelas, gripe, paperas…». Por lo tanto, ni tenemos que pedir perdón, ni nos tienen que dar las gracias. «La historia es la historia para aprender de ella, pero llevar actos del pasado al presente es un anacronismo. ¿Alguien ha dicho nunca a los romanos que pidan perdón por romanización de Europa? Romanización e hispanización son procesos muy similares», coincide Vila con Pérez-Mallaína. Pero para ella hemos fracasado en la difusión de nuestra historia. «La leyenda negra se ocupa sólo de resaltar lo negativo y no hemos sabido defendernos».Uno de los 21 mapas del diario de Antonio Pigafetta. Yale UniversityFrente a Pigafetta, otro de los manuscritos que se conserva en los anaqueles a los que peregrinan los indígenas americanos es la 'Brevísima relación de la destrucción de las Indias' de Fray Bartolomé de las Casas, la biblia de los que nos exigen que pidamos perdón. «Aquello fue un breve opúsculo lleno de exageraciones absurdas que les vino muy bien a los enemigos de España y la religión católica: es decir a los recién convertidos al protestantismo que fueron los que crearon lo que se viene conociendo como ‘Leyenda Negra’», concluye Enriqueta a unos metros de la Torre del Oro, puerto de llegada de aquellos grandes héroes de la Historia de España cuya memoria quieren hoy derribar los ignorantes.Cuadro de la llegada de la nao Victoria a Sevilla en 1522, con sólo 18 supervivientesPigafetta cerró así esta aventura: «Gracias a la Providencia, el sábado 6 de septiembre entramos en la bahía de Sanlúcar y de los sesenta hombres que formaban la tripulación cuando partimos de las islas Molucas, no éramos más que dieciocho, y éstos en su mayor parte estaban enfermos. Otros desertaron en la isla de Timor; otros fueron condenados a muerte por delitos, y otros, en fin, perecieron de hambre. Desde que habíamos partido de la bahía de Sanlúcar hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, y dimos la vuelta al mundo entero, yendo siempre de este a oeste. El lunes 8 de septiembre largamos el ancla cerca del muelle de Sevilla, y descargamos toda nuestra artillería. El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y la de Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia». La lectura de ese libro nos arranca el corazón, pero de una forma muy distinta a la de los aztecas.

Pigafetta, el cronista italiano de la primera vuelta al mundo que desmonta la leyenda negra de España

Límite de sesiones alcanzadas

Has superado el límite de sesiones