A Sevilla le gusta la pluma
Dos testimonios extremos en el tiempo tenemos de la pena de emplumamiento. Uno es visual, iconográfico. Y corresponde al grabado de una emplumada y un cornudo que, en primer plano, dibuja el viajero holandés Hoefnagel de una vista general de Sevilla. Este grabado data del ... siglo XVI. Trescientos años después, Maese Farfán, carpintero de lo blanco, periodista, escritor e investigador, daba con un documento de un caso de una emplumada a principios del XIX. En el libro «Crónicas negras de la Sevilla Barroca», de Carlos Noguero y Juan Antonio Bertomeu (editorial Jirones de Azul) se recoge puntualmente el artículo de Farfán sobre pena tan humillante.
Entre el dibujo de Hoefnagel y la descripción de una emplumada a principios del XIX por Maese Farfán parece no haber muchas diferencias. Quizás, tan solo, en el itinerario del escarnio que seguía la condenada. Maese Farfán describe el camino que debía seguirse por el centro de Sevilla. A saber: Génova, Gradas, Placentines, Francos, Salvador, Cuna, Cerrajería, Sierpes y la cárcel. La emplumada hacía este recorrido entre dos filas de soldados y alguaciles. Anteriormente, el verdugo, sobre un entarimado, había emplumado a la víctima.
¿Qué se entendía por emplumar? ¿En Qué consistía tan degradante y despiadado castigo público? A la rea la subía el verdugo sobre una especie de tablado y, una vez allí, procedía a desnudarla de cintura hacia arriba. Luego procedía a embadurnarle la piel con miel. Para posteriormente irle tirando plumón de gallina que se le pegaba al cuerpo como si fuera velcro. En cada parada de la triste comitiva, un pregonero leía la sentencia, azotaba a la víctima y de una cesta sacaba un puñado de plumas y se las arrojaba a la hundida condenada. Estas escenas eran seguidas por una sevillanía que se solazaba sin piedad al paso del triste cortejo y arremetía contra la amontonada, la celestina o la adúltera, sirviendo de expansión emocional para un pueblo que disfrutaba con las hogueras de la Santa, los tormentos a los hebreos y las chanzas a los moriscos y negros. El día que una emplumada paseaba por el centro de Sevilla podría decirse que casi era día de fiesta.
¿Por qué Hoefnagel sitúa el itinerario del escarnio público en las afueras de la ciudad cuando, realmente, tenía como «carrera oficial» el corazón de la misma? Todo parece indicar que Hoefnagel saca de contexto a la emplumada como motivo de burla hacia tan bárbara costumbre y, posiblemente, también como pequeña venganza hacia la ciudad más poderosa de un país que acababa de invadir el suyo, Flandes, causando el quebranto de muchas economías, entre ellas, la de su padre, cortador de diamantes. La verdad es que no tenía mucho sentido pasear a la adúltera o a la celestina o al vitorino de turno lejos de los ojos de los sevillanos, puesto que uno de los matices de la pena era el castigo visual, el repudio público al que se sometía al condenado.
Maese Farfán, en el citado libro, nos relata con su visión periodística de estos temas, el caso de la emplumada de 1802 en Sevilla. Posiblemente sea uno de los últimos casos de emplumamiento en la vieja y decadente ciudad decimonónica. La descubierta se llamaba Marcela, vivía en la calle Caraballo, era recatada y atenta con la vecindad, vivía desahogadamente y en su casa entraban y salían señoras y señores de muy respetadas virtudes. Si quieren saber más de cómo acabó Marcela, compren el libro. Es una delicia y todo un homenaje a uno de esos sevillanos autodidactas que entregaron su vida a estudiar, investigar e interpretar las cosas de Sevilla, esa ciudad a la que tanto le gusta la pluma...
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