NO DO
Un diván de Quidiello
El que no se sienta en un palco, en una silla de tijera de su caseta o en una barrera de la plaza de toros, no es nadie
Quien venga a Sevilla no verá más que sillas. Veladores a tutiplén ocupan la Avenida de los Mimos, antes de la Constitución, y convierten las plazas recoletas del barrio de Santa Cruz en comedores al aire libre. La Sevilla turística está a puntito de convertirse en Paella d’Or, ciudad de vacaciones al más puro estilo de un parque monotemático. El otro parque tematizado sería Terra Mística, esa Sevilla donde todo el año es Semana Santa o vísperas del gozo, que suena más apropiado. En Terra Mística las sillas tienen ese asiento de enea que deja el culo como un cuaderno de dos rayas. Esas sillas son como las herencias de antaño o las hipotecas de hogaño: pasan de los padres a los hijos, que contemplan el paso de las cofradías durante lustros desde el mismo sitio, no vaya a ser que un cambio de perspectiva dañe irreparablemente el disco duro de la memoria sentimental.
Es posible que a Sevilla no la fundara Julio César, sino Sillerius Eneas Quidiellus. El que no se sienta en un palco de la plaza de San Francisco o en una silla de tijera de su caseta de Feria, en un reservado de un restaurante o en una barrera de la plaza de los toros, no es nadie. En Sevilla se puede ser un tieso, pero sentado. Mientras esto siga así la ciudad no tendrá remedio. Porque Sevilla está pidiendo a gritos, que en su peculiar forma de comportarse consiste en guardar silencio, un diván sobre el que tumbarse para echar sus miedos, sus frustraciones y su decadencia por la boca.
Javier Criado ya sometió a la ciudad de nuestros amores a esa psicoterapia literaria que tanto necesita: «Sevilla en el diván» se titula su imprescindible libro. Un diván es lo que le hace falta a esta Sevilla que se enreda en la zarza del absurdo cuando teje esos debates bizantinos que no llevan a ningún sitio que no sea la melancolía. El metro es un ejemplo paradigmático de lo que estamos hablando, con esas luchas partidistas para elegir una línea que no se construirá porque no hay un euro. La comisión de investigación del derogado plan centro es otra demostración de la habilidad que tienen los políticos para enredar mientras siguen aferrados a la poltrona.
El absurdo llega a los límites del surrealismo trianero cuando PSOE y PP se enzarzan en una discusión provocada por los decibelios que vomitaba una furgoneta que pedía el voto para Rubalcaba. Escuchar a Susana Díaz reivindicando la palabra libertad es algo muy fuerte. Casi tanto como leer la noticia que le da la vuelta a la realidad: el hijo del gerente de Lipasam limpiará las calles después de ensuciarlas durante una botellona ilegal, valga la redundancia. La próxima campaña de concienciación, que la empiecen en sus casas y que luego nos den lecciones a los demás. Mientras tanto esperaremos sentados. Y a ver si entre todos convencemos a Sevilla para que se tumbe en el diván con el noble fin de salir del marasmo en que se encuentre. Aunque sea un diván de Quidiello en la Campana…
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