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Arte y demás historias

CUANDO TODOS (Y TODAS) USABAN PELUCA

Si prestamos atención a los retratos de buena parte del siglo XVIII, repararemos en que reyes, reinas, damas y caballeros de todas las edades, incluso niños, lucen el pelo gris o blanco

Antoine-François Callet. Retrato de la princesa de Lamballe. Hacia 1776. Palacio de Versalles. Wikimedia Commons
Bárbara Rosillo

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En la actualidad, gran parte de la publicidad destinada a la mujer tiene como objeto el cuidado del cabello. Actrices y cotizadas modelos prestan sus melenas para vender todo tipo de productos que conseguirán que nuestro pelo luzca sano, radiante y sin una sola cana. La marca francesa L´Oreal contó durante más de veinticinco años con la actriz Andie MacDowell para publicitar su coloración. La inolvidable protagonista de Greystoke: la leyenda de Tarzán (1984), Sexo, mentiras y cintas de video (1989) o Cuatro bodas y un funeral (1990) exhibía una espléndida madurez para tratar de convencer a millones de consumidoras de la calidad del producto, aunque de un tiempo a esta parte ha abandonado los tintes, ya que, según ha declarado, quiere ser la versión femenina de George Clooney. La lucha contra las canas es una batalla perdida de antemano, pero en nuestra cultura el pelo blanco se considera poco favorecedor y es sinónimo de edad avanzada. En una era en la que se trata de parecer joven a toda costa, las canas tienen pocas adeptas.

Andie MacDowell Wikimedia Commons

Pero el pelo blanco no estuvo siempre tan denostado; es más, hubo una época en que causó furor. Si prestamos atención a los retratos de buena parte del siglo XVIII, repararemos en que reyes, reinas, damas y caballeros de todas las edades, incluso niños, lucen el pelo gris o blanco. Las primeras escenas de la película Las amistades peligrosas (Stephen Frears, 1988) son elocuentes en este sentido, ya que muestran el arreglo matutino de la alta nobleza en los años previos a la Revolución Francesa. Vemos como el vizconde de Valmont, encarnado magistralmente por John Malkovich, es atendido por varios sirvientes que le bañan, visten y acicalan. La última parte de la «toilette» del joven libertino consiste en el empolvado de la peluca previamente seleccionada. Para tal cometido se disponía sobre los hombros un amplio paño llamado peinador, mientras que el rostro se cubría con una especie de máscara en forma de cono. Acto seguido se pulverizaba la peluca con polvos de arroz para lograr esa tonalidad cenicienta tan a la moda.

Stephen Frears. Las amistades peligrosas. 1988

Fueron los franceses quienes, en el siglo XVII, comenzaron a usar peluca. Luis XIII fue el primer rey que procuró disimular su calvicie, y lo mismo hizo su hijo, Luis XIV, a los treinta y cinco años de edad, cuando comenzó a perder su bella melena. La moda de las pelucas para uso masculino se generalizó hacia 1670. Se hizo precisa una gran cantidad de género, por lo que los comerciantes enviaban cortadores de pelo por toda Europa. El largo de la melena apropiada para su fabricación debía tener un mínimo de setenta centímetros de longitud, aunque también se utilizaban otros materiales más modestos como el pelo de cabra y caballo. Ya en 1659 se había fundado en París el gremio de «barberos fabricantes de pelucas», momento en que aparece el primer peluquero famoso, llamado Champagne. También por entonces se inaguraron en París los primeros salones de peluquería, regentados por hombres y mujeres.

Nicolas de Largillière. Retrato de un caballero en traje púrpura. Hacia 1700. Museumslandschaft Hessen Kassel. Kassel. Alemania Wikimedia Commons

El ampuloso gusto de la corte de Versalles imponía unas enormes pelucas de pelo largo y rizado. La cabeza masculina se asemejaba a la de un león, aunque algo más ordenada. Pelucas de pelo tan largo exigían mucho material, por lo que su precio solo estaba al alcance de los más pudientes. En cuanto al color, el mejor valorado en Francia era el rubio ceniza, mientras que en Inglaterra causaba furor el negro azabache, es decir, la tonalidad que más escaseaba en cada país. El hombre parece siempre descontento con lo que tiene, desea y busca aquello de lo que carece. Después de varias décadas de «pelucones», los hombres se liberaron un poco al adoptar apéndices capilares más sencillos en cuanto a forma y tamaño. A mediados del siglo XVIII, según apreciamos en las pinturas, los caballeros lucían unos pequeños rizos a los lados de la cabeza, recogiendo el postizo con una lazada en coleta o trenza. La ventaja del uso de las pelucas no solo era disimular la calvicie, también ir siempre correctamente peinado.

Jean-Baptiste Simeón Chardin. El niño de la peonza. 1738. Museo del Louvre. París Wikimedia Commons

Las damas se apuntaron a esta estrafalaria moda bien entrado el siglo XVIII, y el primer cambio se produjo cuando empezaron a empolvar de blanco su pelo natural. El estilo Luis XV presentaba cabezas pequeñas con un sencillo moño dispuesto en la coronilla. Los escotes eran amplios, y a veces el peinado se adornaba con pequeñas flores. Los disparatados peinados que se lucieron por toda Europa antes de la Revolución Francesa, de los cuales María Antonieta fue su principal valedora, merecerían un capítulo aparte, aunque sea preciso señalar que, cuando la archiduquesa llegó a Francia en 1770, los peinados ya habían empezado a crecer y complicarse, introduciendo en ellos vistosos adornos como flores, cintas y plumas. Su madre, la emperatriz María Teresa de Austria, siempre preocupada por sus excentricidades, le escribió al respecto: «Tampoco puedo evitar tocar un punto que muchos de los papeles me repiten demasiado a menudo: es el peinado que usas. Dicen que desde las raíces mide 36 pulgadas (91,44 cm) de alto, ¡y con todas las plumas y cintas sosteniéndolo arriba! Sabes que siempre he sido de la opinión que uno tendría que seguir la moda con moderación, pero nunca llevarla en exceso. Una reina joven y bonita llena de encantos no tiene ninguna necesidad de todas estas locuras. Al contrario. Un peinado sencillo le queda mejor y es más apropiado para una reina. Ella debe establecer el tono, y todos se apresurarán en seguir incluso sus errores más pequeños...».

Élisabeth Louise Vigée Le Brun. María Antonieta con una rosa. 1787. Palacio de Versalles Wikimedia Commons

Pese al buen sentido de la emperatriz de Austria, lo cierto es que el Siglo de las Luces llevó la moda a unas cotas de lujo y sofisticación que hasta ahora no han sido superadas.

¿Te ha interesado este artículo? Conoce más sobre el tema en el siguiente enlace: El calvo que trae cabellera

Historia de la moda y otros asuntos. https://barbararosillo.com/

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