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Animales de compañía

Vivir con miedo

Juan Manuel de Prada

Domingo, 21 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 3 min

Durante el último año, habré publicado cuatro o cinco artículos sobre las llamadas ‘vacunas’ contra el coronavirus (muy pocos, considerando que anualmente escribo casi doscientos), que yo prefiero llamar ‘terapias génicas experimentales’; pues desde luego no han sido elaboradas como las vacunas al uso. (El otro día, por cierto, mi admirado César Nombela me reprochó que utilizase la expresión ‘terapia génica’, que en el lenguaje científico tiene un significado específico diverso. Pero, por ejemplo, la expresión ‘falacia patética’ tiene en preceptiva literaria un significado específico diverso al que enuncian las palabras que la componen; lo cual no invalida que uno puede decir ‘falacia patética’ ateniéndose al significado común de cada palabra, sin entrar en discusiones de preceptiva literaria, del mismo modo que yo escribo ‘terapia génica experimental’ sin entrar en tecnicismos científicos).

Pero me pierdo por las ramas. Como decía, durante el año último habré publicado cuatro o cinco artículos sobre este espinoso asunto, todos muy prudentes y cautelosos, en los que hablo sobre estas terapias desde la experiencia personal, complementada por la observación y el estudio. En el último que publiqué, por ejemplo, me permitía señalar algo tan evidente como que, misteriosamente, nadie se responsabiliza de los posibles efectos adversos de estos sedicentes remedios: ni las compañías que los fabrican, ni los Estados que los adquieren y distribuyen, ni tampoco los sanitarios que los inoculan (evitando prescribirlos, precisamente para evitar responsabilidades). También me permití citar en aquel artículo un estudio aparecido en la revista médica The Lancet, con resultados poco halagüeños sobre la eficacia de estos sedicentes remedios. Pues bien, para mi sorpresa, la publicación de este artículo nada desaforado ni tremendista, nada fantasioso ni ‘conspiranoico’, causó un revuelo inesperado entre todas las personas que frecuento, algunas de las cuales me consideraron un héroe por haberme atrevido a escribir tales cosas, mientras otras me juzgaron un temerario o un terrorista de la pluma. Estas reacciones me dejaron por completo perplejo, pues casi todos los artículos que publico son infinitamente más arriesgados, por contravenir las ideas aceptadas o impuestas en nuestra época. En aquel artículo, en cambio, apenas hacía algunas modestas observaciones muy fácilmente constatables y sin afán polemista alguno.

Nuestro cerebro reptiliano, que controla el instinto de supervivencia (y de medro), nos aconseja, para evitarnos disgustos, el gregarismo

Pero el caso es que a todos mis amigos y conocidos este artículo sobre las terapias génicas experimentales se les antojó aterradoramente osado. Y, pasado el estupor, he tratado de explicarme las razones de su reacción. Casi todos mis amigos y conocidos son personas inteligentes; y los que no lo son del todo desde luego tampoco son estúpidos. Y, puesto que no son débiles mentales, infiero que las razones por las que mis observaciones les provocaron tanto pasmo o admiración o susto son de debilidad emocional. Sospecho que mis amigos y conocidos, como en general la mayor parte de la gente en nuestra época, no tienen la entereza suficiente para escuchar o leer cosas que no constituyen la ‘verdad oficial’, aunque presenten visos verídicos.

Todos hemos sido adiestrados en mayor o menor medida, a regañadientes o complacidamente, en la sumisión a la ‘autoridad’, aunque se trate de una autoridad en absoluto autorizada (como, por lo general, ocurre en nuestra época); y atrevernos a discutir lo que esa ‘autoridad’ nos dice (aunque sea un petardo o petarda televisiva) se nos antoja abrumador. Nuestro cerebro reptiliano, que controla el instinto de supervivencia (y de medro), nos aconseja, para evitarnos disgustos, el gregarismo, la aceptación de las ‘verdades oficiales’ y los discursos establecidos en aquellas cuestiones que la ‘autoridad’ declara no opinables, respaldada por esos ‘autorizados’ métodos intimidatorios y disciplinares que Foucualt denominaba ‘microfísica del poder’. Así, gentes que no son estúpidas ‘tragan’ (convirtiéndose en ‘tragacionistas’), por miedo cerval al señalamiento, el desprestigio, el escarnio público, etcétera. Por miedo, en definitiva, a convertirse en herejes contra los que se decreta la persecución o la expulsión a las tinieblas. Y ese mismo miedo los empuja a señalar, a desprestigiar, a escarnecer a quienes se atreven a hacer lo que a ellos los atemoriza.

Una vez que se ha logrado instilar el miedo en las personas, se puede hacer con ellas lo que se quiera, no importan cuán inteligentes o cultivadas sean. Como nos enseñaba el personaje de Blade Runner: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser un esclavo».

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