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Jueves
, 10-06-10 a las 07
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Dice Alberto Cortez en una canción que «la vejez es la más dura de las dictaduras», y, aunque no siempre es así, lleva razón, porque la vejez, sigue el cantante argentino, es «la grave ceremonia de clausura / de lo que fue la juventud alguna vez». Pero todo esto, que es cierto en muchas personas, es más grave cuando median aviesas intenciones en quienes cuidan de los viejos, como ocurre si esas mismas intenciones se dan en quienes cuidan de niños. La niñez y la vejez son territorios muy desamparados, porque quienes cometen malos tratos contra ellas, saben que juegan con la ventaja de que hay niños tan pequeños y viejos tan incapacitados que nadie nunca sabrá nada. Dios sabrá la de canalladas impunes que habrá en algunos centros.
Sé de residencias de viejos en las que éstos viven mejor que con su familia, y sé de familias que cuidan de sus viejos tan bien como supieron cuidar de sus hijos. Pero hay excepciones, y no pocas. Siempre hay un canalla que aprovecha el desamparo, la soledad, la dependencia de un viejo para sacarle los cuartos a cambio de tenerlo peor tratado que a los animales peor tratados. Conocemos historias macabras de gente que supuestamente cuidaba de viejos, acciones tan infames que resultan increíbles por más testigos que nos hablen. Viejos que han muerto de tristeza al ver cómo los desatendían, cómo no los medicaban, cómo les daban voces y aun les pegaban. Y, repito, lo que no sabemos. Habrá que ver qué se cuece en algunas de estas residencias. Ahora hemos sabido de esa residencia de Carmona donde tenían abandonados a los viejos que pagaban por atenciones, y habrá que ver, Dios mío, lo que será verse lleno de años y de achaques, sin familia o sin posibilidad de llamarla, en manos de gente sin escrúpulos que con tal de enriquecerse es capaz de dejar morir a unos viejos indefensos. Cuando alguna vez he ido a la residencia de la tribu no me ha asustado la soledad de la vejez, porque me consta el mimo, el amor —que no entra en nómina— y la delicadeza de trato incluso con los viejos de trato más difícil, que, como en la infancia, no toda vejez es dulce y amable. Pero cuando leo noticias como la de esta residencia —ilegal— de Carmona, qué miedo da pensar en envejecer sin tener a nadie en la cercanía del cariño. Y sobre todo, qué miedo de saber que hay brazos que se ofrecen a esa vejez para quitarle el dinero a cambio de malos tratos. Dios nos libre.
barbeito@abc.es
