PAUL PRESTON, HISTORIADOR
«En Sevilla, durante la Guerra Civil, se vieron las caras tres Españas»
El hispanista británico, autor de «El holocausto español», sostiene que en Sevilla se juntaron la derecha más dura con los anarquistas más extremos, lo que dio lugar a la represión más feroz de España

Paul Preston (Liverpool, 1946) es doctor en Historia por la Universidad de Oxford y catedrático de Historia Contemporánea española. Considerado, junto con Hugh Thomas, el mayor experto mundial en Franco y la Guerra Civil, asegura haberse leído más de mil libros para preparar «El holocausto español», su útima obra.
—¿Cómo fue la represión en Sevilla?
—La represión en Sevilla fue especialmente dura. Había experiencias previas como los asesinatos en el Parque de María Luisa en el verano de 1931 o el golpe del 32. Dejando de lado a Queipo, había una derecha muy dura en Sevilla.
—¿Por qué?
—Hay muchas razones, pero una es que aquí se da un anarquismo muy feroz. Los obreros del Puerto eran bastante terribles. Y los muertos en las primeras semanas del Alzamiento son mayormente a manos de los anarquistas. Hay que decir que los anarquistas odiaban la República casi tanto como los nacionales. La terrible represión franquista, de la que se ocupa el comandante Castejón, organiza la matanza de Triana, y luego hubo columnas mixtas de guardias civiles y supuestos falangistas conquistando los pueblos con tremendas matanzas en Carmona y Alcalá de Guadaira.
—¿En Sevilla se vieron las caras también esas tres Españas de las que hablaba en uno de sus libros anteriores?
—Yo sostenía en ese libro la idea de que había una tercera España que no estaba a favor ni de los extremistas de izquierdas ni de derechas, que no querían guerras civiles ni nada de eso. Lo que pasa es que en una contienda de este tipo, cuando se empieza a matar, es más difícil mantenerse en esta tercera España, pero creo que en Sevilla la hubo y que fue la gran víctima, porque había una derecha muy dura y una izquierda muy extrema. Los extremismos se nutren el uno del otro y la mayoría de la gente lo que quería era más orden.
—¿Cree que fueron Franco y Mola los que se apoyaron en la Iglesia y los terratenientes para acabar con la República, o al revés, la Iglesia y los latifundistas quienes los utilizaron a ellos para derribarla?
—Creo que fue un interés mutuo. Pero la idea del golpe empezó el mismo 14 de abril de 1931, día que se proclamó la II República, con una reunión de monárquicos descontentos que ya muestran su rebeldía. Y evidentemente el primer intento fue el fallido golpe de Estado del 10 de agosto de 1932 en Sevilla.
—¿Y qué cambió cuatro años después?
—En 1936 había un plan escrito en el cual los generales rebeldes decían que a los primeros que había que fusilar era a todas las autoridades: alcaldes, gobernadores civiles, etcétera, porque ellos fueron los responsables de que fracasara ese golpe de 1932.
—¿Y cuántos cree que murieron en Sevilla que no tuvieron que haber muerto, es decir, personas sin ninguna responsabilidad pública?
—No soy experto en cifras ni partidario de ellas. El gran experto en cifras es José María García Márquez, que dice que son 12.507 las personas que mueren en Sevilla. En Andalucía la que más se acerca es Córdoba, con 9.579 fusilados. No hay ningún otra ciudad de ninguna otra región comparables con la de Sevilla. Es la peor provincia y Andalucía la peor región de España. A veces se hacían matanzas con la excusa de que de no haber llegado, los rojos habrían hecho peores atrocidades.
—Cuando se habla de «holocausto», todos pensamos en el genocidio de los judíos, pero usted ha puesto esta palabra tan terrible en el título de su libro. ¿Son casos comparables?
—Yo quería un título que abarcara el horror de lo que había pasado y el grado de la matanza de personas inocentes de esa tercera España. Cuando los italianos ocupan Málaga, por orden de Queipo, unos cien mil refugiados huyen hacia Almería, y se les bombardea desde el aire y desde el mar, con aviones y buques de guerra. No encuentro una palabra más exacta que holocausto para llamar a esto, aunque no quiere lo más mínimo a los judíos ni a lo que les pasó.
—Hubo, pues, en su opinión, un plan de exterminio preconcebido...
—Mola dijo que había que exterminar «a todos los que pensaran distinto».
—¿Los pueblos fueron los principales escenarios del «holocausto»?
—La gente huía al final de la guerra de los pueblos y desde el otro lado se les decía que los que no tuvieran las manos manchadas de sangre, no tenían nada que temer. Pero era una trampa porque a los que volvían se les mataba. Sin embargo, muchos de los que tenían las manos manchadas de sangre, como Pascual Presquet en Tarragona, no sólo no volvieron sino que lograron escapar junto a sus matones.
—¿Por qué cree que la represión no se detuvo tras la Guerra?
—En 1964, 25 años después del final de la Guerra Civil, Franco celebró durante todo un año la victoria y en sus discursos hablaba todavía de la victoria sobre la antiEspaña. En ningún momento Franco piensa en la reconciliación. Si pensamos en el lema de Mola, se entiende que la represión no se detuviera. La teoría franquista es que en España había unos venenos políticos, el liberalismo, la masonería, el socialismo, el comunismo, etcétera, y había que eliminar a todos los que habían contribuido a propagarlos. Por esa razón uno de los objetivos de la represión eran los maestros de pueblo. Y por eso la guerra se hace tan lentamente, ganándose el territorio centímetro a centímetro, porque a Franco no le interesaba el territorio sino purgar a la gente que tenía esas ideas «antiespañolas».
—¿La ley de Memoria Histórica aprobada por Zapatero fue una buena idea?
—Creo que la Transición fue la mejor posible en las condiciones en la que se tuvo que hacer y eso incluyó silenciar atrocidades. La ley de Memoria Histórica era necesaria porque hay derecho a saber lo que pasó, pero llegó tarde. El nombre tampoco fue acertado porque «la memoria» no es una sola, aunqueo me parece una ridiculez decir que con ella se remueven cenizas o que se está lindando con otra guerra civil, como dijo una vez Rajoy.
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