fuera de juego
Rafa Paz: «Bilardo me llamó a las cuatro de la madrugada para comentar una jugada»

—Cuando mi colegio jugó la final provincial de balonmano se formó un revuelo importante en mi pueblo. En la Puebla de Don Fadrique se vivió como algo muy bonito. El Calpisa, en el que jugaba Perramón, se fijó en mí, me quiso fichar, pero...
—¿Qué pasó?
—Que yo ya sólo quería fútbol.
—¿Y si no hubiese sido futbolista?
—Pues igual hubiera intentando ser cantante.
—Curioso. ¿Se le daba bien cantar?
—Eso decía la gente. Pero no cantaba en plan profesional, ¿eh? Animaba las fiestas. Cantaba por Plácido Domingo, Julio Iglesias... Sólo lo hacía con los amigos. La verdad es que me hubiera gustado probar. Mi hijo mayor, Rafa, sí que se dedica a ello. Está terminando los estudios de magisterio en educación musical, también va al conservatorio y está en el Coro Joven de Andalucía. A veces le hecho un pulso para picarlo. La verdad es que tengo muy buena relación con mis hijos, con Miriam, que tiene 17 años, también con el pequeño, que sólo tiene cuatro y es un personaje... Me ha rejuvenecido. Cuando nos enteramos de que mi mujer estaba embarazada mi padre me dijo algo que se me quedó grabado: «Rafa, los niños siempre son motivos de alegría». Y es verdad.
—¿Qué tal usted como hijo?
—Bien, creo que bien, aunque era algo flojito en los estudios. La pena que me queda es que ya no están conmigo. Mi padre murió hace tres años y mi madre en julio del año pasado. Ella se apagó cuando falleció mi padre.
—¿Cree que hay algo después de la vida?
—Soy católico. Y pienso que algo tiene que haber...
—¿A quién admira Rafa Paz?
—Bueno, a mis padres, a mi familia, a Julio Iglesias... (se ríe).
—¿Ha pedido algún autógrafo alguna vez?
—Sí, a Carmen Sevilla. Veníamos de jugar un partido con el Sevilla en Madrid. Estábamos en el tren y en el mismo vagón iba Carmen Sevilla. Mi madre era una fan suya y lo vi claro. Me acerqué y le pregunté si me firmaba. Fue muy amable.
—Y peculiar, supongo...
—Sí, bueno, algo sí.
—Pero para peculiar, Bilardo, ¿verdad? ¿Recuerda alguna anécdota con él?
—¡Uff! Muchas. Recuerdo un partido en Zaragoza. Íbamos ganando 0-1 y sólo faltaban cinco minutos para que se acabara el encuentro. El árbitro pitó falta a nuestro favor y aproveché que Marcos se desmarcó por la banda para darle rápido el balón. Nos robaron la pelota y nos marcaron. Pero lo más curioso es que a los cuatro días y a las cuatro de la madrugada sonó el teléfono de mi casa. Me asusté.
—Cuente, cuente.
—Yo estaba medio dormido y oigo: «Pero Rafa, cómo pudiste sacar esa falta así». No me lo podía creer. ¡Era Bilardo!
—Las cosas de Bilardo...
—Sí, sí. Pero hay más. Esta fue en Chiclana, en una pretemporada. Estábamos en un entrenamiento y de repente mandó a pararlo todo. Nos quedamos mirándolo y nos dice: «Aquí está pasando algo que no está bien. ¿A ver quién sabe lo que es?». Todos empezamos a mirarnos. Nadie entendía nada. Y Bilardo, ya cansado, dijo: «Miren para allá...». Se refería a Domingo Pérez, el fisioterapeuta, y Jaime, el utillero, que estaban debajo de un árbol aprovechando la poca sombra que había. Y Bilardo continuó: «Nosotros estamos bajo el sol y dos de los nuestros en la sombra. Así no puede ser. Todos iguales». Fue genial. Es que Bilardo era absolutamente distinto a todo. Recuerdo también un viaje en avión. Creo que era a Chile. Me parece que el míster se creía que estábamos todos dormidos. Pero yo lo vi perfectamente. Se levantó y al ver que los jugadores estaban descansando fue uno a uno poniéndole una mantita. Fue entrañable. Esos gestos se te quedan grabados para toda la vida.
—Supongo que no habrá visto a nadie igual...
—Bueno, también él pensó lo mismo con una cosa que le cuento ahora. Esta es muy buena. Yo llevaba un tiempo pensando en hacerme un trasplante de pelo. Y pensé que lo mejor era esperar a que acabara la temporada. Pues lo hice. Tenía el quirófano reservado y lo hice, claro que lo hice. Me dijeron que en poco tiempo estaría todo perfecto. Pero mi experiencia, la verdad, no fue muy buena. Le cuento... Comenzó la pretemporada, habría pasado un mes y medio de lo del pelo, pero yo tenía aún algunas molestias de los pinchazos en la cabeza. Recuerdo perfectamente que era la primera campaña de Bilardo. Y yo, con el dolor, nunca le daba de cabeza al balón. Hubo algún momento en que tuve que parar la pelota con la mano. No le daba con la cabeza ni loco. ¡Es que me dolía! A los dos días me llamó Bilardo y me dijo: «¿Qué le pasa a usted en la cabeza?» Le expliqué que me había hecho un injerto de pelo. Usted tenía que ver la cara que puso... Luego empezó a gritar: «No me lo puedo creer. Esto es lo último que me quedaba por ver en el fútbol». La plantilla se meaba de risa.
—¿Qué tal con Maradona?
—Muy bien, era uno más, una persona súper normal. Me llamó la atención desde el principio que se entrenaba con las botas sin amarrar. Y cuando llegaba al vestuario... ¡Impresionante! No lo hizo una vez, sino varias. Veía un limón en el suelo y lo levantaba con el pie y se ponía a aguantar hasta que se aburría. Imagínese al resto del equipo. Había quien lo intentaba cuando no estaba Diego. Pero era imposible. Bueno, había uno, Pineda, que le mojaba la oreja. Lo retaba incluso.
—Si la ciudad deportiva hablara, ¿verdad?
—¡Uff! Esta que le cuento también es buena. Espero que no se enfade el protagonista. Estábamos entrenando en el campo principal de la ciudad deportiva y nos dimos cuenta de que Moya no había llegado. Todos hablando de lo mismo, de dónde podía estar. Hasta que, de repente, una parte del muro que rodea el campo principal se vino abajo. Miramos y apareció el coche de Moya. El pobre, como llegaba tarde, no se le ocurrió otra cosa que coger un atajo. Derrapó y se metió dentro tirando el muro. Menos mal que no le pasó nada...
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