El expolio del mariscal Soult
Cuando se habla de la obra de Murillo hay que asociarla a un capÃtulo lamentable que ocurrió durante los dos años y medio que duró la ocupación napoleónica en Sevilla (febrero de 1810 a agosto de 1812). En el transcurso de este periodo, las tropas francesas que ocupaban la ciudad expoliaron el valioso patrimonio artÃstico que existÃa en conventos e iglesias hispalenses, enseñándose con pinturas de Zurbarán, Herrera el Viejo, Roelas o Pacheco, entre otros. Pero si hubo un artista que especialmente sufrió los excesos y la barbarie del pueblo invasor, ese no fue otro que Bartolomé Esteban Murillo, que era un pintor muy cotizado en Europa y cuya dispersión de obras ya habÃa comenzado durante el siglo XVIII, cuando los coleccionistas comenzaron a demandar sus pinturas. Por circunstancias históricas el nombre de Murillo irá siempre unido al de Nicolas Jean de Dieu Soult (1769-1851), mariscal del ejército francés que tuvo una especial obsesión por las obras del artista sevillano.
Como bien afirma el profesor Enrique Valdivieso en su artÃculo «El expolio de Sevilla durante la invasión francesa», el «ejemplo más determinante fue el saqueo de la iglesia del Hospital de la Santa Caridad, cuyo programa iconográfico se desmanteló por completo eliminando las intenciones de don Miguel de Mañara que venÃan a señalar que, para obtener la salvación eterna, los hermanos de esta institución habÃan de practicar las obras de misericordia». A lo que añade que «cuatro de las representaciones alegóricas que simbolizaban los actos de vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo y asistir a los enfermos fueron sustraÃdos por el mariscal Soult para integrarse en su propia colección exhibida en su domicilio en ParÃs».
Sostiene Valdivieso que las tropas de Soult venÃan perfectamente preparadas para el expolio de obras de arte antes de llegar a Sevilla. En ese sentido el terreno habÃa sido allanado por el afrancesado Mariano Luis de Urquijo, que convenció al rey de crear en Madrid un Museo Real dedicado a Napoleón. Asimismo, los encargados del expolio eclesiástico sevillano habÃan estudiado antes de llegar a la ciudad el «Diccionario de Artistas Españoles» realizado por AgustÃn Ceán Bermúdez (1800). Tras leer este texto, los franceses realizaron un informe minucioso de las obras que tenÃan que robar y en qué lugares exactos se hallaban.
Soult no escondió su predilección Murillo, por lo que las primeras obras que salieron de Sevilla fueron los diez lienzos que decoraban el Claustro Chico del Convento de San Francisco. El expolio se dirigió también hacia la Catedral, ya que el mariscal obligó a los canónigos a que le entregasen el «Nacimiento de la Virgen», que hoy se encuentra en el Museo del Louvre. Y es que más allá del valor artÃstico incalculable que tenÃan las obras que estaban siendo sustraÃdas por el ejército napoleónico, conviene subrayar que éstas se hallaban indisolublemente unidas al espacio para el cual habÃan sido creadas, por lo que después del robo, y con la posterior dispersión de estas pinturas, dichos cuadros perdieron por completo su sentido iconográfico y su ligazón espiritual con el pueblo sevillano.
Fue lo que ocurrió precisamente con la serie que realizó Murillo para la iglesia de Santa MarÃa la Blanca bajo el encargo de su amigo Justino de Neve. Obras como «El triunfo de la Inmaculada Concepción» o la serie del patricio Juan perdieron por completo su sentido tras ser saqueadas de Sevilla, aunque por fortuna los dos lunetos del patricio regresaron a España y se instalaron en el Museo del Prado en 1940. Pero quizás el caso más flagrante resultó el del Hospital de la Caridad, cuyas pinturas también fueron desmanteladas por Soult, perdiendo también su discurso iconográfico al pasar a decorar la lujosa mansión parisina del mariscal para estar hoy dÃa repartidas por museos de todo el mundo.
En el caso de Sevilla todas las obras sustraÃdas fueron depositadas en el Real Alcázar, que por entonces era regentado por Eusebio Herrera, que se mostró cómplice de este expolio francés. Según el inventario publicado por Manuel Gómez Imáz, hasta este lugar se llevaron un total de 999 pinturas. A partir de ahà se harÃa una clasificación y se seleccionarÃan las mejores obras para integrar el museo de Napoleón. Unas 150 obras, las mejores de todo el lote robado, se trasladaron hasta ParÃs. Otras se llevaron a Madrid para que Soult y otros generales y funcionarios franceses se las repartieran para llevárselas como botÃn de guerra.
Un caso insólito dentro de esta historia de expolio artÃstico sevillano fue el del Convento de los Capuchinos. Estos supieron las intenciones de Soult antes de que éste llegase a Sevilla, por lo que los monjes pudieron desmontar los cuadros de Murillo que habÃa en el Retablo Mayor de la iglesia, trasladándolos a Cádiz, en donde se ocultaron en casas particulares hasta que regresaron a Sevilla tras finalizar la guerra. Gracias a esta inteligente maniobra, el Museo de Bellas Artes hispelense posee joyas como «San Francisco de AsÃs abrazando al Crucificado», «La Inmaculada con el Padre Eterno» o «San Antonio de Padua».
Aparte de las pinturas de Murillo, los ejércitos franceses se llevaron otras obras maestras de la escuela sevillana de pintura, como «El Descendimiento», de Pedro de Campaña; «Cristo servido por los ángeles» y «El «Juicio Final», de Pacheco; la «Inmaculada con el retrato de Pedro de Mata», de Juan de Roelas, o la serie que Herrera el Viejo y Zurbarán realizaron para el Convento de San Buenaventura.
Es por todo esto que la exposición «Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad» va a tener un gran valor, porque permitirá contemplar en Sevilla, después de muchos años, a un número destacado de pinturas valiosÃsimas que no se veÃan juntas desde antes de la Guerra de la Independencia.