Ignacio Padilla: presentación del libro, «Espiral de artillería» (Espasa)

Kowalski, aquí el teniente Padilla

¿Por qué el mexicano Ignacio Padilla ambienta sus novelas en la Europa del Este?, se pregunta un crítico exquisito después de reseñar con entusiasmo los últimos libros de Milan Kundera, Sándor Márai o Imre Kertesz. ¿Por qué los personajes del Ignacio Padilla tienen nombres tan raros?, quiere saber ese lector español que cada fin de semana festeja los goles de Kovacevic, la técnica de Stankovic y los regates de Mostovoi. ¿Por qué el pinche de Padilla no escribe sobre la mujer mexicana?, se rebota una paisana que envidia las piernas de Adriana Sklenarikova, los pechos de Eva Herzigova y hasta el novio de la Kurnikova. Algunos son esclavos de sus obsesiones, y otros – como Ignacio Padilla- sólo son eslavos en sus obsesiones.

Como Amphitryon y como Las Antípodas y el Siglo, Espiral de Artillería es una narración que transcurre en Europa central, acaso en algún país del antiguo Pacto de Varsovia, sobrecogido por revueltas y conspiraciones. ¿Por qué los escritores del Crack se apartan de esa rica tradición nacional que ha producido autores como Vasconcelos, Revueltas y Fuentes? Craso error: los autores del Crack no son los primeros ni serán los últimos, pues como ha demostrado Christopher Domínguez en Tiros en el 2 concierto, la literatura mexicana del siglo V se ha construido como un diálogo con los grandes estilos europeos.

Ignacio Padilla es heredero –por lo tanto- de los delirios clásicos de Vasconcelos, de las fantasías troyanas de Alfonso Reyes y del exotismo oriental de Octavio Paz, pero especialmente de la fascinación centroeuropea de Sergio Pitol. Viajero por Praga, Moscú, Budapest y Varsovia, así como traductor de Gombrowicz, Firbank y Pilniak, Sergio Pitol se adelantó a Ignacio Padilla en aquello de urdir escenarios nevados y melancólicos como un invierno esloveno. Espiral de Artillería es un genuino afluente de la literatura mexicana, pero al mismo tiempo es mucho más que eso.

En un fragmento hermoso y genial, Jorge Luis Borges nos demuestra que la literatura no sabe –no puede saber- de límites nacionales o temporales: Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito. Al destino le agradan las repeticiones, las variaciones, las simetrías; diecinueve siglos después, en el Sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa: ¡Pero che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena. Espiral de Artillería de Ignacio Padilla se recrea también en esas repeticiones, variaciones y simetrías que componen la literatura universal. Es el Cid y Cervantes, es Fuentes y Vargas Llosa, es Camus y Malraux, es 3 Conrad y Kafka. Espiral de Artillería es una novela que nos lleva de la cobardía a la mentira, de la mentira al horror y del horror a la locura que nos arrasa cuando desaparecen las certezas: la certeza de la revolución, la certeza de la identidad y la certeza de la esperanza.

Sin embargo, en Espiral de Artillería hay un submarino hundido –el Leviatán- cuya tragedia nos recuerda la terrible agonía de la tripulación del Kursk, abandonada a su suerte en las profundidades del mar de Barents. Aunque soy algo mayor que Ignacio Padilla, quiero creer que los submarinos de nuestra infancia –limeña la mía, mexicana la suya- fueron esencialmente los mismos: el Nautilus del Capitán Nemo, el Yellow Submarine de los Beatles y el Seaview de «Viaje al fondo del mar», una serie americana de los años sesenta. El Seaview era una maravilla submarina que asombrosamente estaba siempre a punto gracias a la habilidad de Kowalski, quizás el primer manitas de la televisión y verdadero palimpsesto del inverosímil McGyver.

Kowalski arreglaba radares, reparaba torpedos, desmontaba aviones, fabricaba escafandras y le medía el ralentí al submarino. Qué monstruo era Kowalski. No dudo que Padilla habrá leído a Pasternak, Ciorán y Todorov, pero a veces las fantasías infantiles son más persuasivas que la intertextualidad, y por eso creo que Kowalski forma parte de la tripulación de 4 la obra de Padilla, ese submarino mexicano que recorre Europa como un fantasma.

F. I. C.

Sevilla, 19 de Noviembre de 2003

email

TODA LA ACTUALIDAD DE SEVILLA EN

abcdesevilla.es

Noticias, reportajes y entrevistas de Sevilla.