Mario Vargas Llosa: presentación del libro «El paraíso en la otra esquina» (Alfaguara)

EL FAUNO Y LA FLORA

Mario VARGAS LLOSA: El paraíso en la otra esquina. Alfaguara (Madrid, 2003), 485 pp.

De haber nacido en Francia, Vargas Llosa sería una mezcla de Víctor Hugo y Jacques Cousteau, pues como Hugo ha combatido contra todos los bonapartismos contemporáneos, y aunque privado del submarino de Cousteau, no ha dudado en zambullirse en cuantos charcos y fregados le han salido al paso. De haber nacido en Francia, Vargas Llosa sería un Mandarín. Sin embargo, nadie en el mundo de habla hispana convoca tantas pasiones encontradas como Mario Vargas Llosa, y desde Ortega ningún intelectual hispanohablante ha gozado del respeto que la opinión pública mundial en general y la comunidad académica internacional en particular, le profesan al novelista hispanoperuano. Así, distinguido, premiado y reconocido por el inmenso valor de su obra literaria, Mario Vargas Llosa es mucho más que un escritor, pues sus declaraciones, artículos, polémicas y ensayos le sitúan en una esfera inusual que apenas comparte con muy contados creadores del mundo entero.

Por lo tanto, Vargas Llosa se ha convertido en una suerte de profesor de filosofía política y en un moderno moralista, en el sentido en que lo fueron Voltaire, Montaigne, Locke y Adam Smith. Como ellos, el autor de Conversación en la Catedral es un ferviente defensor de la libertad individual, a la que considera fundamento de la naturaleza moral del ser humano.

No obstante, a pesar de ser un resuelto defensor de la libertad, estoy convencido de que Mario Vargas Llosa sería el primero en denunciar las injusticias que puedan perpetrarse en nombre de la libertad política o la libertad económica, porque muchos presuntos paladines de la libertad sólo 2 defienden recetas macroeconómicas o sólo combaten los monopolios que no pueden controlar. Y es que la libertad se ha convertido en una palabra muy sonora para muchos populistas, conservadores y autoritarios que no dudan en invocar sus siglas para atraer incautos a sus campanarios.

Si hay una cualidad que Vargas Llosa siempre ha admirado en un estadista –en Havel, Cristiani o Bustamante y Rivero-, esa virtud es la decencia. Un político puede ser brillante, popular y doctrinariamente irreprochable, mas si no es una persona decente –es decir, recta, honrada, íntegra y respetuosa- nunca merecerá la menor consideración del novelista peruano. Por lo tanto, se puede ser liberal y no ser decente, así como se puede ser decente sin ser liberal. Y esta no es una digresión pasajera, sino un argumento esencial.

Para Vargas Llosa la justicia y la libertad no son fines susceptibles de ser alcanzados por cualquier medio, sino principios que no podrían sostenerse sin respeto ni dignidad. Es decir, sin decencia. Por eso el liberalismo de Vargas Llosa es el más complicado de asumir y el más difícil de mantener, porque conlleva una entereza moral insobornable. La decencia no es la tolerancia, la decencia no es la sinceridad y la decencia no es la coherencia, pero supone las tres. Ser liberal es muy sencillo. Ser decente es otra cosa.

Uno está persuadido de que el gran patrimonio de Vargas Llosa es su decencia. Una decencia que engrandece su obra literaria, que prestigia sus ideas liberales y que dignifica su trayectoria pública. Y uno está persuadido de que esa decencia se ha transformado en docencia, en paideia.

No existe un «pensamiento» de Vargas Llosa ni podemos hablar de un «concepto de libertad» en Vargas Llosa, mas sí podemos decir que cuando emplea palabras como «política», «libertad» y «cultura», lo hace desde una perspectiva de valor, y las enuncia como ideales conscientes con una finalidad 3 ética y pedagógica. Y quien enseña con el ejemplo, hace docencia de la decencia.

De ahí que toda la obra literaria de Mario Vargas Llosa -desde La ciudad y los perros (1963) hasta El paraíso en la otra esquina (2003)- se encuentre signada por la política, pues aunque podamos señalar otros temas igualmente importantes, la política es la médula o el contexto de novelas tan diversas como La casa verde (1966), La guerra del fin del mundo (1981), Historia de Mayta (1984), El Hablador (1987), Lituma en los Andes (1993) y La fiesta del Chivo (2000), entre otras. ¿Deberíamos inferir entonces que al escritor peruano le interesa especialmente la política? Mi parecer es que no, y que lo que le interesa en realidad es la justicia.

En efecto, las novelas de Vargas Llosa no sólo tienen la virtud de conmovernos por su belleza formal, su depurada técnica narrativa, el interés de su trama y la exactitud de su prosa, sino porque jamás nos dejan moralmente indiferentes. Y la política en sí no tiene ninguna capacidad para indignar o desasosegar a los lectores, pues una reacción moral semejante sólo puede ser provocada por la injusticia. Se ha dicho que El paraíso en la otra esquina es una novela sobre la utopía y me gustaría añadir que también es una reflexión sobre la justicia.

En la primera parte de La orgía perpetua. (1975), Mario Vargas Llosa admitía sin complejos: «Practico el fetichismo literario: me encanta visitar las casas, tumbas y bibliotecas de los escritores que admiro, y si además pudiera coleccionar sus vértebras, como hacen los creyentes de los santos, lo haría con mucho gusto». Antes de hablar de las ideas de la novela que hoy presentamos, me gustaría dejar claro que El paraíso en la otra esquina le debe tanto a Flaubert como a esa devoción por la lencería literaria, pues Vargas Llosa ha perseguido el rastro de Flora Tristán y Paul Gauguin por tres continentes, tal 4 como el autor de Madame Bovary recorrió el norte de África para escribir Salambó.

No es la primera vez que Vargas Llosa nos regala una novela histórica, ya que La guerra del fin del mundo (1981) comparte obsesiones y ambiciones con El paraíso en la otra esquina. Una y otra resultan de minuciosas investigaciones, las dos proponen reflexiones sobre la utopía, y en ambas reverbera luminosa la «transfiguración» de la realidad. Por lo tanto, ¿en qué se diferencian Flora Tristán y Paul Gauguin de Antonio «El Consejero» y Galileo Gall, los utopistas delirantes de La guerra del fin del mundo?

Siguiendo su intuición poética, Dante reconocía en la Comedia dos maneras de pecar: contra el prójimo y contra uno mismo. Siguiendo su intuición filosófica, Vargas Llosa reconoce dos utopías posibles: la utopía individual y la utopía social. La primera puede ser mansa, indicativa e idealista, mientras que la segunda siempre será violenta, imperativa y dogmática. Los socialistas utópicos del siglo XIX vivían a caballo entre la ingenuidad y la extravagancia, y por eso fueron barridos por los utopistas sociales, supuestamente instalados en la verdad y la realidad. Así, tanto el paraíso obrero-feminista de Flora Tristán como el falansterio artístico de Gauguin, pasando por las rocambolescas teorías de Prosper Enfantin sobre la igualdad de oportunidades sexuales, encarnan un modelo utópico que fue abolido por los horrores que -en nombre de la utopía- se perpetraron durante del siglo XX.

Sin embargo, en El paraíso en la otra esquina no sólo advertimos el talante del ensayo sino el talento de la novela, hilvanados magistralmente a través de las historias de Flora Tristán y Paul Gauguin, tan próximos en su terquedad y tan distantes en su sensualidad, pues Vargas Llosa propone un contrapunto literario entre la templanza revolucionaria y la incontinencia 5 artística, entre la concupiscencia política y la militancia sexual, entre la abuela Flora y el nieto fauno.

En su ensayo La verdad de las mentiras (2002), Vargas Llosa sugiere que «las verdades subjetivas de la literatura, confieren a la verdad histórica una existencia posible y una función propia: rescatar una parte importante de nuestra memoria». Así, gracias a la realidad transfigurada de la novela es posible imaginar los ejemplares de Peregrinaciones de una paria ardiendo en el patio del Colegio Militar Leoncio Prado, a las monjas del convento de Santa Catalina representando una comedia de Sebastián Salazar Bondy, a don Rigoberto haciendo abluciones en la Casa del Placer y a Flora Tristán – Andaluza por su belleza- visitando esta noche su casa de Sevilla.

F. I. C.

Sevilla, 8 de Abril de 2003

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