Javier Marías, escritor, presenta el libro «Tu rostro mañana: baile y sueño» (Alfaguara)

Javier Marías y la violencia del tiempo

En un antiguo artículo titulado «Errar con brújula» y recogido en Literatura y fantasma (1993), Javier Marías admitía una impotencia que bien podría ser una obsesión o una poética: “Me temo que lo principal es que carezco enteramente de visión de futuro. No sólo no sé lo que quiero escribir, ni a dónde quiero llegar, ni tengo un proyecto narrativo que yo pueda enunciar antes ni después de que mis novelas existan, sino que ni siquiera sé, cuando empiezo una, de qué va a tratar, o lo que va a ocurrir en ella, o quiénes y cuántos serán sus personajes, no digamos cómo terminará”. En realidad, el no saber no deja de ser una certeza -«Toda regla tiene una excepción, ésta es una regla», decía Bertrand Russell- y así, mientras Javier Marías escribe con brújula, a sus lectores nos corresponde levantar el mapa de su literatura para situar Tu rostro mañana.

Las novelas de Javier Marías configuran un territorio común poblado por las mismas obsesiones y personajes, pues Natalia, Casaldáliga, Manur y el León de Nápoles aparecen indistintamente en El monarca del tiempo (1978), El siglo (1983) y El hombre sentimental (1986), así como Wheeler o Toby Rylands ya eran el mismo espía del M15 británico en Todas las almas (1989), 2 antes de ser rescatados en Negra espalda del tiempo (1998) y en los dos primeros volúmenes de Tu rostro mañana. Sin embargo, la coincidencia de más nombres -como el de Clare Bayes- no es más que una anécdota comparada con otras preocupaciones. Es el caso de la traición y la delación padecidas por el padre de Javier Marías, evocadas minuciosamente en Tu rostro mañana y noveladas sin rencor en El siglo (1983). En el prólogo a la reedición de El siglo Marías piensa en voz alta: “Supongo que con esta novela quise, en parte, intentar explicarme de qué modo personas valiosas o meritorias, de las que en principio era difícil esperar vilezas, podían llegar a cometer la mayor de todas sin verse aparentemente conminadas ni forzadas a ello”. Veinte años más tarde, en la primera parte de Tu rostro mañana Marías retoma aquel episodio miserable con un lirismo impregnado de repugnancia y perplejidad: “¿Cómo puede no verse en el tiempo largo que quien acabará y acaba perdiéndonos nos va a perder? ¿No intuirse ni adivinarse su trama, su maquinación y su danza en círculo, no oler su inquina o respirar su desdicha, no captar su despacioso acecho y su lentísima y languideciente espera, y la consiguiente impaciencia que quién sabe durante cuántos años habría tenido que contener? ¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que enseñas o bajo la careta que llevas, y que me mostrarás tan sólo cuando no lo espere?”.

Es cierto, las criaturas de Javier Marías también avanzan a tientas y ni siquiera llevan brújulas como su creador. Así, el protagonista de Corazón tan blanco (1992) intuye que “los traductores e intérpretes traducimos e interpretamos continuamente … las más de las veces sin que nadie sepa muy bien para qué se traduce ni para quién se interpreta”, y por eso preferiría no saber, no escuchar y no ser consciente de cosas que ya jamás podrá olvidar, tal como los agentes de Tu rostro mañana –Tupra, Pérez Nuix, Rendel, Mulryam y el propio Jaime o Jacobo o Jacques Deza- ignoran para quién trabajan. Todos tienen el don de entrever cómo será nuestro rostro mañana, pero no saben de quién es el rostro que les paga y que los somete y que los obliga a saber, a escuchar y a ser conscientes de cosas que nunca más podrán olvidar.

El olvido supone el tiempo y el tiempo es la materia de las criaturas de Javier Marías, pues Marías es el escritor de los exilios interiores y exteriores, de los destierros y destiempos, que no son otra cosa que los desarraigos de la eternidad. Por eso el personaje central de El hombre sentimental (1986) es un tenor trashumante; un transterrado en Oxford protagoniza Todas las almas (1989); un traductor cosmopolita es el héroe de Corazón tan blanco (1992) y un escritor fantasma es el protagonista de Mañana en la batalla piensa en mí (1994). No obstante, desde Negra espalda del tiempo (1998), el destiempo del exilio ha convertido al tiempo mismo en el gran personaje de las narraciones 4 de Javier Marías, como se puede apreciar en el siguiente pasaje de Tu rostro mañana:

Oh, sí, uno no es nunca lo que es –no del todo, exactamente- cuando está solo y vive en el extranjero y habla sin cesar una lengua que no es la propia o la del principio. Por mucho que se prolongue el tiempo de ausencia, y su término no se vislumbre porque no fue fijado desde el comienzo o se ha diluido y no está ya previsto, y además no haya razones para pensar que algún día pueda haber o divisarse ese término y el consiguiente regreso (el regreso al antes que no habrá esperado), y así la palabra ‘ausencia’ pierda sentido y arraigo y fuerza cada hora que pasa y que se pasa lejos –y entonces también los pierde esta misma otra palabra, ‘lejos’-, ese tiempo de nuestra ausencia se nos va acumulando como un extraño paréntesis que en el fondo no cuenta ni nos alberga más que como conmutables fantasmas sin huella, y del que por tanto tampoco hemos de rendir cuentas a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.

En mi vieja facultad de historia aprendí un concepto acuñado por Fernand Braudel que ahora me servirá como recurso de crítica literaria: la «lenta duración». Cualquier historiador podría descomponer el tiempo histórico en tres realidades cronológicas distintas: el tiempo breve, corto e individual de los acontecimientos; el tiempo largo, cíclico y socioeconómico de las coyunturas, y el tiempo lento, inmóvil y total de las mentalidades. Según Braudel, “todos los niveles, todos los miles de niveles, todas las miles de fragmentaciones del tiempo de la historia, se comprenden a partir de esta profundidad, de esta semiinmovilidad”. Si Tu rostro mañana es una novela 5 que consiente miles de fragmentaciones, se debe a que ha sido escrita desde la «lenta duración».

En uno de los ensayos de Literatura y fantasma -«La muerte de Manur»- Javier Marías distingue tres planos de narración: lo vivido, lo soñado y lo imaginado, discurriendo cada uno por un cauce distinto dentro de una sola narración: El hombre sentimental (1986). Sin embargo, en una de las primeras sentencias del comienzo de El hombre sentimental el narrador advierte: “escribo desde esa forma de duración –ese lugar de mi eternidad- que me ha elegido”. Por lo tanto, Javier Marías advierte las posibilidades literarias de la «lenta duración» y las despliega rotundas en Tu rostro mañana. No sólo es la técnica narrativa, ni el estilo, ni la trama, sino la porosa densidad de la «lenta duración» invadiendo los tres planos de la narración vivida, soñada e imaginada. Si Proust nos enseñó la importancia del tiempo perdido, Marías nos revela el valor del tiempo no percibido.

Y para que el horror sea perfecto, los acontecimientos narrados en esta segunda entrega de Tu rostro mañana:  Baile y Sueño apenas transcurren en 48 horas que Marías descompone en miles de fragmentos, a caballo entre «El milagro secreto» de Borges y el Tristam Shandy de Sterne. En la mayoría de esas esquirlas de tiempo late una violencia feroz que quiere hacer inventario de agravios, iniquidades, vilezas y miserias que lo mismo pertenecen al 6 tiempo cíclico de la memoria de los antepasados, que al tiempo breve de los acontecimientos lineales. Así, Jaime o Jacobo o Jacques Deza contempla la paliza que Tupra le inflige al joven diplomático De la Garza y sus recuerdos y digresiones convocaron en mi memoria la teatral ejecución de Cue Quilty, en el trepidante final de Lolita. Una muerte de una minuciosa crueldad y sin embargo distraída, razonable y hasta civilizada, porque Nabokov también era capaz de descomponer el tiempo en miles de fragmentos.

Esa es la lección que nos deja Tu rostro mañana:  Baile y Sueño: la existencia simultánea de infinitos infiernos que podríamos descubrir si pudiéramos aprehender la violencia del tiempo que no percibimos. Marías no tiene por qué descender a todos esos abismos porque lo suyo es la brújula, pero quienes lo leemos desde hace años hemos asumido el compromiso de levantar el mapa de sus obsesiones, ese atlas de símbolos y cronologías que Javier Marías ha convertido –como querían los clásicos- en pasto del alma.

F.I.C.

Sevilla, 25 de Noviembre de 2004

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