Mª de la Pau Janer y Jaime Bayly, escritores, presentan sus novelas ganadoras del Premio Planeta

El planeta de los cirios

EL PREMIO PLANETA de novela, sin duda es el galardón editorial más conocido del mundo de habla hispana, primero por su generosa dotación económica y –segundo- por su extraordinaria repercusión mediática. Otros premios de la geografía editorial quizás sean más ricos en influencia o prestigio literarios, pero me gustaría precisar que sólo en términos de inversión y promoción el Grupo Planeta costea el «Premio Biblioteca Breve» de Seix-Barral, el «Premio Primavera» de Espasa-Calpe, el «Premio Nadal» de Destino, el «Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio» de Martínez Roca Ediciones y el «Premio de Ciencia Ficción y Literatura Fantástica» de Minotauro, por no enumerar todos los premios del propio sello Planeta («Fernando Lara», «Ramón Llull», «Azorín», etc.), cuyo buque insignia es el Premio Planeta de Novela. Por lo tanto, y para resumirlo en términos astronómico-futboleros, el Planeta de Novela es el premio galáctico de la galaxia editorial de premios del Grupo Planeta.

No obstante, a lo largo de 54 convocatorias, un premio se convierte en algo más que el dinero, las ventas y los sablazos de Hacienda. Así, el Planeta de Novela es -entre otras cosas- un catálogo donde encontramos a Ana María Matute, Juan Benet, Ramón Sender, Jorge Semprún, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Mario Vargas Llosa, Fernando Savater o aprecio y admiro como Antonio Muñoz Molina, Espido Freire, Juan Manuel de Prada y Zoé Valdés. Y gracias al Planeta de Novela descubrimos a escritores minoritarios o desconocidos como Juan Eslava Galán, Salvador Compán, Marcos Aguinis o Manuel Ferrand. La nómina de ganadores es tan larga, que consiente favoritos y malqueridos, famosos y olvidados, best-sellers y worst-sellers.

María de la Pau Janer –ganadora del Planeta 2005- con Pasiones romanas, ya tenía en su poder los premios más importantes en lengua catalana, antes de ser finalista del Planeta 2002 con Las mujeres que hay en mí. Así, L’hora dels eclipsis fue Premio Andrómina 1989, Mármara fue Premio Sant Joan 1993, Natura d’anguila fue Premio Carlemany y Premio Prudenci Bartrana ambos en 1995, Orient, Occident: Dues històries d’amor fue finalista del Premio Sant Jordi 1997 y Lola fue Premio Ramon Llull 1999. Por lo tanto, desde la publicación de sus primeros libros –Els ulls d’ahir, finalista del Ciutat de Palma en 1988 y L’illa de Omar, premio Serra d’Or de Creación Juvenil- hasta las dos novelas que ha publicado con Planeta en castellano, toda la carrera literaria de Maria de la Pau Janer ha estado jalonada de premios y reconocimientos.

A pesar de las diferencias formales que guardan entre sí, las protagonistas de Pasiones romanas, Las mujeres que hay en mí y Lola, recorren itinerarios similares y casi llegan a las mismas conclusiones Maria de la Pau Janer les concede para que se amen, sufran, odien y sobre todo descubran, pues los personajes de Janer –como las parejas engañadas-siempre son los últimos en enterarse.

Del mismo modo, existe un parentesco notable entre las criaturas de estas novelas de Maria de la Pau Janer, hasta el punto de que Ignacio, Águeda, Gabriele, Antonia, Ramón, Carlota, Guillem, Mónica, Mateo Feliu, Lola y el abuelo Piletti, parecen fraguados en esa arcilla común de donde finalmente surgen Matilde y Dana, las amigas contrarias y complementarias que resumen la cosmovisión dual de Maria de la Pau Janer: la de un mundo dividido entre mujeres heridas y mujeres por herir, mujeres que conocen el dolor y mujeres que están a punto de descubrirlo. Mujeres infelices, en suma, que siempre le enseñan a otras que ninguna felicidad es duradera. Por eso las novelas de Maria de la Pau Janer son una suerte de exaltación del carpe diem como antídoto de la rutina y el adocenamiento, y a la vez una actualización de los personajes femeninos de las tragedias griegas, no sólo incapaces de huir de sus destinos funestos sino incluso de precipitarlos.

Pasiones romanas es una novela que renuncia deliberadamente al humor y la ironía, un registro inexistente en la obra de Maria de la Pau Janer, quien parece más atraída por el lado solemne y cerebral de la condición humana. Por eso quizás no entiendo que sus personajes sean tan hedonistas y sofisticados como austeros y minimalistas, elegantes en sus gustos y «logos» de remate. Y aunque es cierto que la realidad literaria no tiene por qué ser verdadera, quiero creer que al menos debería ser verosímil.

Precisamente, la polémica entre la «verdad» y lo «verosímil» ha perseguido siempre a las novelas de Jaime Bayly, quien desde su primera novela –No se lo digas a nadie (1994)- ha sabido explotar al máximo los pliegues y ambigüedades de la ficción. Muchos lectores peruanos de Jaime Bayly no lo quieren entender y se preguntan incrédulos por qué los intríngulis limeños le interesan tanto a los extranjeros. ¿Y por qué tendría que interesar en Barcelona, Buenos Aires, Madrid, Miami o Sevilla, quiénes son los presuntos individuos que se transfiguran en las criaturas de Bayly? Para mí, todos los personajes literarios de las novelas de Jaime Bayly son ficticios, incluido ese tal «profesor Kawasaki», que le enseñó Historia del Perú al amigo del protagonista de Fue ayer y no me acuerdo (1995).

Autor de una obra publicada en las editoriales más exigentes –Seix Barral, Espasa-Calpe y Anagrama- y poseedor de uno de los galardones de mayor prestigio literario en Europa y en todo el mundo de habla hispana –el Premio Herralde-, Jaime Bayly tiene diez títulos entre los que considero especialmente memorables Los últimos días de «La Prensa» (1996), Yo amo a mi mami (1999) y El huracán lleva tu nombre (2004). Precisamente, Y de repente, un ángel –novela finalista del Planeta 2005- podría ser un episodio doméstico familiar en Yo amo a mi mami.

A Jaime Bayly le brota espontáneamente el humor, y aunque siempre se ha ponderado la frescura oral de su prosa, a mí me gustaría romper una lanza por la mirada perpleja y socarrona de sus narradores, quienes contemplan los episodios más ridículos de la vida conyugal, familiar o laboral, con una despiadada impertinencia, más propia de los programas de cámara escondida. Así, el humor de Jaime Bayly no sólo debería recordarnos al de Alfredo Bryce en La vida exagerada de Martín Romaña, sino también al de Roberto Bolaño en La literatura nazi en América, al de Jorge Ibargüengoitia en Los relámpagos de agosto y al de Manuel Puig en La traición de Rita Hayworth. ¿Hace falta que diga que Y de repente, un ángel está constelada de ese sentido del humor?

En Y de repente, un ángel hay dos sátiras crueles y una viñeta melancólica. La primera sátira es sobre la figura pública del escritor, más preocupado por el lugar de sus libros en los escaparates que por su propio lugar en la literatura. La segunda es sobre la familia, uno de los temas favoritos de Bayly, pues la familia burguesa de Julián tiene un desternillante reflejo serrano en la familia caracina de Mercedes. Sin embargo, la viñeta melancólica es la historia de la chacha Mercedes, acaso un retrato-robot de la vida de miles de sirvientas latinoamericanas de Lima, Santiago y Buenos Aires, pero ahora también de Madrid, Valencia y Barcelona. La única vez que toda mi familia ha ido al Perú en casi veinte años, fue cuando mi mama Josefina -la chacha que me crió a mí y a mis seis hermanos- fue desahuciada de cáncer. Mis hijas fueron a Lima para conocer a Josefina y para que Josefina las conociera. Y es que Josefina también fue para mí, «de repente, un ángel». Por eso puedo asegurarles, que esta nueva novela de Jaime Bayly me ha hecho reír y además me ha conmovido.

Según el Diccionario de la Real Academia, «cirio» no sólo son las velas gordas y alargadas que podemos ver por las calles sevillanas durante la Semana Santa, sino cualquier «jaleo, trifulca o alboroto». Si el Premio Planeta de Novela no fuera el galardón editorial más conocido, mediático y mejor dotado del mundo de habla hispana, no sería cada año –como reza el peliculero título de esta presentación- «El planeta de los cirios».

F.I.C.

Sevilla, 21 de Noviembre de 2005

 

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