Elogio del «cuerpo jamone»
SER TRANSGRESOR EN estos tiempos de mojigaterÃa polÃticamente correcta, ya no supone ir por la noche de yonqui, bohemio, crápula y revolucionario, sino más bien ir de casto, empollón, fumador y heterosexual a plena luz del dÃa. Aunque si de escandalizar al personal se trata, no hay como sedimentar todas esas impurezas contemporáneas en un cuerpo de más de 130 kilos para que el horror sea perfecto. La gordura ya no se lleva sino se sobrelleva, mismamente como la ruina, los cuernos y las enfermedades venéreas.
Ser gordo en la Edad Media era expresión de salud, sabidurÃa y prosperidad, pero ser gordo en el siglo XXI se ha convertido en sinónimo de atraso, ignorancia y patologÃas diversas. Y como la gordura es indiscreta por razones obvias, la obesidad contemporánea ha llegado a las librerÃas en tres formatos: los manuales de adelgazamiento, los libros de autoayuda y la novela de Jesús Ruiz Mantilla.
Gordo no es una novela sobre un gordo guarro al estilo de «Torrente» o de un gordo payaso como el británico Beni Hill, porque entre ambos extremos existe una e-nor-me (y lo digo sin segunda) variedad de gordos. Sin embargo, para efectos de esta presentación sólo quisiera llamar la atención en tres biotipos: el gordo evolucionado como Buda o Marlon Brando, el gordo por accidente como Obélix o Cristina Onassis, y el gordo ontológico, como Ramón Pérez Carrasco -«Monchón»- protagonista de la novela de Ruiz Mantilla.
El prÃncipe Siddartha fue una vez un joven y esbelto doncel, antes de convertirse en esa especie de cetáceo más conocido como el Buda, cuya gordura inverosÃmil sólo pudo ser fruto de la evolución, ya que en todo un año apenas comÃa un grano de arroz, un cachito de tofu o una semilla de sésamo. Lo mismo sucedió con Marlon Brando, quien después de filmar «Un tranvÃa llamado deseo» se comió lo que no estaba en los escritos. ¿A quién no se comió Brando? Eso también es engordar evolucionando. Por otro lado, muchas personas multiplican su peso geométricamente a causa de una enfermedad, una invalidez o simplemente el estrés, como en el caso de Cristina Onassis o de tantas ex-reinas de belleza que fueron de Miss a menos. O a más, según. ¿Acaso Obélix no era «bajo de vientre» porque de niño se cayó en una marmita de poción mágica? Por último tenemos a los gordos ontológicos, quienes no «están» gordos porque «son» gordos, y lo son desde que nacieron. El gordo ontológico no «está» gordo sino «es» gordo. Nunca le hizo falta evolucionar, ni caerse en ninguna marmita, porque ya desde niño se metÃa en todas las marmitas: la marmita del cocido, la marmita del puchero y la marmita del tocino de cielo. Asà es «Monchón», el personaje de la novela de Ruiz Mantilla, un gordo que sabe que es gordo â un crassus sapiens crassus- y que por lo tanto disfruta con sus excesos, se refocila en su desmesura y ama intensamente sus debilidades.
A diferencia del gordo amargado, resentido e irascible, el gordo ontológico está a favor del placer, y ahà es donde Jesús Ruiz Mantilla nos regala un gordo sibarita, exquisito y refinado, tan capaz de extasiarse con una tortilla de patatas que con la Bohéme de Puccini. Y es que tengo que hacer hincapié en que «Monchón» no es un comilón vulgar, sino un gastrónomo que reivindica el arte de comer contra el apogeo de la ciencia de nutrirse. De hecho, Gordo nos enseña que no hay que confundir la gastronomÃa con la nutrición, pues entre la gastronomÃa y la nutrición existe la misma relación que encontramos entre el erotismo y la educación sexual. Y especialistas hay en educación sexual que no se han comido ni una rosca y por lo tanto nunca serán gastrónomos.
Sin embargo, «Monchón» -el gastrónomo de Ruiz Mantilla- es sobre todo un melómano, pues uno descubre fascinado cómo en Gordo se citan más óperas, sinfonÃas e instrumentos, que platos, alimentos o menúes, asà como los nombres de Verdi, Mozart, Bellini, Wagner y Chopin, son más frecuentes que los de cualquier eminencia de la nouveau cuisine.
Ganador absoluto del premio Sent Sovà de Literatura Gastronómica, Jesús Ruiz Mantilla ha creado para su novela un crÃtico de gastronomÃa que analiza la buena mesa con la misma sensibilidad de un crÃtico de música, ya que en Gordo los ingredientes son instrumentos, las recetas partituras, los sabores melodÃas y la sazón scherzo puro. En realidad, Ruiz Mantilla es como el propio «Monchón»: allegro, ma con tripa. Es decir, un gordo de arte y ensayo, un gordo de Fellini, como los que contemplamos orondos en Amarcord o Satiricón.
Por eso me atrevo a sugerir que Gordo no es un divertimento, sino que forma parte de un ambicioso proyecto literario a través del cual Jesús Ruiz Mantilla se ha propuesto novelar la sensibilidad, la sensualidad o la sensorialidad, según el punto de vista del lector. AsÃ, su primera novela, Los ojos no ven (1997), dedicada y la pintura de Salvador DalÃ, fue una verdadera fiesta visual; de la misma manera que su novela anterior, Preludio (2004), estuvo consagrada al oÃdo y la música, a través de los preludios de Chopin. Gordo serÃa entonces la novela del gusto, y por su erótico final, sospecho que la siguiente novela de Ruiz Mantilla será la de los tactos. AsÃ, en plural, porque el de uno solo es muy aburrido.
PodrÃa haberles hablado del humor que perfuma a Gordo, de su alegato contra la discriminación estética de nuestro tiempo, del hedonismo que nos abre en canal a medida que avanzamos en la lectura y de las «jambres» que a uno le entran con esos cus-cus caramelizados, esas carrilladas de ternera, esos huevos estrellados, esas tortillas que se disuelven sobre la lengua y aquel hojaldre glorioso que no tenÃa dispensa papal para repetir, pero que «Monchón» devoraba traspuesto porque además sabÃa que estaba pecando. Pero me basta con dejar claro que Jesús Ruiz Mantilla pertenece al linaje literario de Julio Camba, Juan Perucho, Ãlvaro Cunqueiro y Joseph MarÃa de Sagarra, escritores del éxtasis y del conocimiento, del placer y de la sensibilidad.
Gordo no es una novela celulÃtica ni tiene folios de más, porque es pata negra pura y no tiene un solo gramo de grasa. Gordo es una novela con cuerpo. Un cuerpo «Jamone».
F.I.C.
Sevilla, 26 de enero de 2006