De las columnas de Hércules a las de Burgos
SI ALGUIEN ESCRIBIERA un ensayo sobre las ciudades literarias, tendrÃa que hablar del DublÃn de Joyce, de La Habana de Cabrera Infante o de la Sevilla de Antonio Burgos, porque esa Sevilla sólo existe en los recuadros de Antonio Burgos. ¿Acaso no es una suerte de aviso que este libro se titule precisamente Memorias de la vieja dama?
La Sevilla de Burgos es oral, histórica, guasona, profana, devota, torera y cantaora. Es decir, que no sólo es una Sevilla en peligro de extinción, sino polÃticamente incorrecta, como el aserrÃn de los bares. Por eso la vieja dama hace memoria y quiere que Antonio sea su cronista. Su evangelista apócrifo, si me permites, Antonio, parafrasear uno de los textos más bellos de esta, tu antologÃa.
AsÃ, dentro de cien años nuestra casa de ABC ofrecerá el coleccionable de los recuadros de Antonio Burgos, tal como ahora nos regala una hermosa «Memoria Gráfica de Sevilla». Y entonces los niños no sólo preguntarán quién era el «Pali», qué cosa era un alfayate o a qué sabÃa el primer aceite, sino cómo eran las corridas de toros, quién se cargó la Feria de Abril y cuándo se fusionaron las cajas de ahorros, si antes de la fusión del Betis y el Sevilla o después. Esa Sevilla que conocimos y que todavÃa nos perfuma, es la Sevilla cuya memoria honramos esta noche. Una Sevilla que nació en las Columnas de Hércules y que probablemente se quedará dormida en las Columnas de Antonio Burgos.
Memorias de la vieja dama es un delicioso inventario de todas esas Sevillas: La de Adriano y la de Al-Mutamid, la de San Fernando y la de Hernando Colón, la de Cervantes y la de Velázquez, la de Bécquer y la de Cernuda, la de Joselito «El Gallo» y la de Curro Romero. Tantas Sevillas y al mismo tiempo la misma. Y si cada una de esas Sevillas es un «burgo», querido Antonio, la suma de todas las Sevillas es simplemente «Burgos».
Fernando Iwasaki
Sevilla, 6 de Marzo de 2007