Oh, más dura que mil euros a mis quejas
SIEMPRE HE CREÃDO que los grandes escritores jamás se limitan a la ficción, porque su propia grandeza les impele a escribir ensayos literarios, filosóficos, polÃticos o históricos. El escritor es sobre todo alguien que lee y que piensa, y a veces sus lecturas y sus pensamientos llegan a nosotros como ha llegado este libro, Mileuristas: Retrato de la generación de los mil euros.
Las credenciales literarias de Espido Freire son de dominio público, pero su educación académica y sentimental sin duda es menos conocida. Hija de emigrantes gallegos en el PaÃs Vasco ây por lo tanto «maketa»-, Espido tuvo una infancia bucólica en la llanura alavesa, donde los ficheros de la biblioteca de Llodio guardan memoria de su temprana pasión por los mitos griegos, las sagas artúricas y las novelas de Jane Austen. AsÃ, igual que Muñoz Molina en Ãbeda o que Luis Landero en Albuquerque, Espido Freire no descubrió la felicidad de la lectura en una mullida biblioteca familiar, sino gracias al servicio público de las bibliotecas escolares, municipales y universitarias. No conozco a los padres de Espido, pero como son de la misma generación que los mÃos, seguro que también pensaron que una excelente educación era la mejor herencia que podÃan de educación y de generaciones.
¿Por qué Espido Freire estudió en una universidad privada como Deusto? Porque entre los ahorros de sus padres y sus primeros salarios acumulados desde los 14 años pudo invertir en su educación. ¿Por qué Espido Freire se dedicó a la música y a la literatura desde que era apenas una adolescente? Porque su talento enriquecido en conocimiento y sensibilidad, en viajes y en idiomas, le dio el valor suficiente y necesario para querer lo que hacÃa y hacer lo que querÃa. Todos sabemos que luego sobrevinieron las novelas, los premios, las ventas y los reconocimientos, pero muy pocos reparan en que primero fueron los sacrificios, la disciplina, los estudios, las privaciones y âpor supuesto- los trabajos menudos y alimenticios (Espido ha sido babysitter y baby syster).
He querido recapitular el itinerario intelectual de Espido Freire antes de su consagración con el Premio Planeta de 1999, ya que me hacÃa ilusión dejar muy claro que a Espido Freire le asiste toda la autoridad del mundo para escribir sobre los Mileuristas, porque nadie le ha regalado nada y porque su historia es la de una profesional que se ha hecho a sà misma en un terreno tan complicado y muchas veces tan inhóspito como la literatura. Y es que los «mileuristas» sólo serÃan una generación de desconcertadas gentes si no existieran entre ellos jóvenes talentosos que han destacado en todos los campos, gracias al conocimiento, la responsabilidad, el estudio, la valores de toda la vida y no supuestamente exclusivos de la generación de los mil euros.
Como ensayista y observador de la realidad, a mà tal vez me habrÃa interesado más analizar la excelencia, el éxito y las excepciones notables dentro del mundo del «mileurismo», pero Espido ha preferido zambullirse en el océano de la multitud para reflexionar mejor sobre el fracaso, la decepción y el adocenamiento, acaso porque las derrotas no sólo le parecen más literarias sino también más sociológicas.
Como su tÃtulo indica, estamos ante un retrato, un estudio y una aproximación más cualitativa que cuantitativa. Espido no toma partido, no se posiciona, pero su mirada es privilegiada porque está reflexionando acerca de sus contemporáneos, sobre su propia generación. Y es que no sólo hace falta ganar mil euros para ser «mileurista», pues mucha gente de mi edad gana mil euros sin ser «mileurista». ¿Qué es un «mileurista», entonces? Tal como lo plantea Espido Freire, se tratarÃa de los jóvenes nacidos en la década de los 70, quienes después de haberse formado dentro de la democracia, han llegado a la treintena sin ver suficientemente satisfechas sus expectativas personales, profesionales y económicas. Tal como advierte la autora: se trata de una generación âconformista pero desesperada, educada pero sin expectativas, consumista pero pobre, desgajada pero con señas de identidad comunesâ. Sin embargo, como sé gustarÃa formular algunas reflexiones âquizás polÃticamente incorrectas- que ojalá puedan ser útiles o por lo menos inquietantes.
Me ha fascinado la solvencia con que Espido Freire desmenuza los mitos y obsesiones de su generación, haciendo gala de una poderosa memoria capaz de reconstruir un imaginario repleto de canciones, pelÃculas, dibujos animados, anuncios y series de televisión, pero donde prácticamente no hay libros. ¿Qué leyeron los «mileuristas» adolescentes? La adolescencia de mi generación estuvo marcada por tÃtulos como Juan Salvador Gaviota, El Principito, Demian e Historia de cronopios y de famas, y mucho me temo que mi quinta haya sido la última generación susceptible de ser articulada en torno a libros.
Como van a descubrir, no he empleado la palabra «quinta» por casualidad, pues dentro de unos años nadie en España asociará las «quintas» al servicio militar sino a las canteras de los grandes clubes de fútbol. Mi generación también fue la última que hizo la «mili» y sin beneficiarse de sucedáneos como la «objeción de conciencia». ¿Qué habrÃa ocurrido si los «mileuristas» hubieran tenido que cumplir con algún «servicio solidario obligatorio»? Después de todo, con la «mili» desapareció una experiencia que fomentaba la disciplina, la autoridad, el sacrificio y la interacción social fuera del cÃrculo formado por la familia, el los «mileuristas» contemporáneos de ambos sexos, por supuesto.
Tampoco he mencionado a la familia por azar. Espido Freire describe de manera exhaustiva el batiburrillo legal que zarandeó los programas escolares y universitarios de su generación, pero también me gustarÃa añadir que los «mileuristas» son los hijos de la primera generación de españoles que descubrió la pólvora del divorcio. O dicho de otra manera, ellos son los lodos de aquellos polvos. Por lo tanto, al estrés de los vaivenes de la EGB, la LOGSE, el BUP, el COU y la LOU, un número indeterminado de futuros «mileuristas» padecieron además el estrés de la descomposición de sus familias. ¿Hasta qué punto ese factor los marcó primero como hijos, luego como parejas y más tarde como padres?
Finalmente, no me resisto a contemplar el fenómeno del «mileurismo» bajo el sÃndrome del «hombre nuevo». Me explico, todos los procesos polÃticos triunfantes ârevolucionarios o no- se creen capaces de alumbrar un «hombre nuevo», libre de las presuntas lacras y taras del pasado. Asà fue tras la Revolución Francesa, lo mismo sucedió en los años de la República Española y tal cual ocurrió en Cuba después de la revolución castrista. Pues bien, pienso que nuestra democracia en general y ciertos partidos en particular, han sucumbido a la tentación de propugnar la aparición de un nuevo «hombre nuevo», nacido en democracia y educado en valores que no existieron durante la dictadura: la libertad, la igualdad, la tolerancia y la solidaridad. Ese «hombre nuevo» serÃa el «mileurista», y por lo tanto le debe muchÃsimo de su identidad como grupo al narcisismo ideológico de una generación que soñó y todavÃa sueña con quimeras y mitologÃas como el «hombre nuevo», más propias de la Grecia Oscura.
Qué ironÃa. Hace algunos años, en la biblioteca pública de Llodio, la niña que hoy se ha convertido en Espido Freire se quedó traspuesta leyendo el mito de Pigmalión y Galatea. Ahora sabemos que ese mito le concierne no sólo por Pigmalión, sino también por Galatea.
F.I.C.
Sevilla, 9 de enero de 2007