Óscar Tusquets, arquitecto, presenta el libro «Contra la desnudez» (Anagrama)

Desnudos y calatos

UNA DE LAS contribuciones más divertidas del habla peruana al idioma de Cervantes es la voz «calato», que según la Real Academia Española significa “Desnudo, en cueros”, aunque todos los peruanos sabemos que sus connotaciones son mucho más ricas. Que se lo pregunten, si no a Oscar Tusquets, quien sabe muy bien que no es lo mismo estar nu, que estar despullat, que estar conill o que estar simplemente in pilotas. Por eso, si Oscar Tusquets Blanca fuera peruano, estoy persuadido de que su libro se habría titulado «Contra la calatería».

Desde hace años disfruto de la lectura de Oscar Tusquets, quien me ha regalado reflexiones risueñas, inteligentes y provocadoras a través de libros impagables como Más que discutible (1994), Todo es comparable (1998) o Dios lo ve (2000). De ahí que Oscar Tusquets Blanca encarne para mí el arquetipo de aquellos arquitectos del Renacimiento que fueron esencialmente artistas y humanistas. Así, en Más que discutible escribió páginas memorables sobre la luz y la sombra, lo útil y lo artístico, lo bello y lo plástico y la abstracción y la figuración. En Todo es comparable se concentró en las insólitas conexiones que desencadenan los procesos creativos, tal como sucede con los buenos juegos de palabras, que suponen la colisión de dos conceptos que deben quedarse sin sentido para poder alumbrar una nueva palabra. Finalmente, en Dios lo ve Oscar Tusquets nos confronta con la eternidad laica o la inmortalidad pagana de las genuinas obras de arte, creadas para perdurar, trascender y deleitar, pero sobre todo para seguir demostrándonos que todo es comparable y nada es indiscutible.

Si Oscar Tusquets Blanca fuera músico –que a estas alturas no me asombraría- sus tres primeros libros vendrían a ser su discografía oficial y Contra la desnudez –el libro que hoy nos convoca- sería una suerte de «Tusquets Anthology» o «Essential Tusquets», pues las ideas y obsesiones de Contra la desnudez ya se insinuaban turgentes desde sus obras anteriores, reclamando lomo, cubiertas e introducción. Es decir, lo mínimo de cualquier nueva edición. Sin embargo, debo decir que a pesar de la novedad, el hechizo de las reflexiones de Oscar Tusquets acerca de la desnudez no radica en el placer del descubrimiento, sino en el gustito de la repetición; es decir, cuando el placer ya se ha convertido en vicio.

En efecto, si en Más que discutible Tusquets Blanca proclamaba que “Ningún paisaje virgen me emociona como el trabajado por el hombre”, en Contra la desnudez también deja claro que un cuerpo desnudo –por más bello que sea- sólo llega a ser estético y artístico gracias al equilibrio, la simetría, las posturas y la voluntad humana de trabajar sobre la desnudez natural. ¿Qué tienen en común «El nacimiento de Venus» de Botticelli y la célebre foto de Rita Hayworth en «Gilda»? Un exquisito contrapposto –es decir, una figura de pie que reposa sobre una sola pierna- que se repite en pinturas de Gustav Klimt, esculturas de Rodin, dibujos de Egon Schiele y fotografías de Marilyn Monroe. Por otro lado, leyendo Contra la desnudez uno corrobora que «todo es comparable», porque Oscar Tusquets nos descubre la impronta de la tradición clásica en las fotografías de Robert Mapplethorpe e incluso el eco del Coloso de Rodas en la memorable Big Nude III del fotógrafo Helmut Newton, por no hablar de la Venus de Milo como palimpsesto iconográfico de «La Libertad guiando al pueblo» de Delacroix. No obstante, así como Tusquets Blanca nos enseña a contemplar los posados de actrices y modelos en el contexto de la tradición clásica, también nos demuestra quiénes –como Velázquez, Klimt, Rodin o Newton- han hecho aportes importantes en la representación del cuerpo y sus fragmentos, o cuáles son los recursos y complementos que enriquecen la figura humana, como las transparencias -descubiertas por griegos y egipcios- o los zapatos de tacón de aguja, el hallazgo más erótico de la modernidad.

Después de leer Contra la desnudez tenemos que admitir que no todos los cuerpos bellos son necesariamente estéticos y que la desnudez o la exhibición fragmentaria del cuerpo –propio o ajeno- no siempre es atractiva. «Plásticamente», la representación del cuerpo desnudo es más interesante y complicada que la del cuerpo vestido –según Oscar Tusquets, “Las estatuas en terno se parecen todas y más que al personaje o al escultor, a quien vemos es al sastre”-, pero «naturalmente», la exhibición del cuerpo desnudo es más elemental y menos interesante que la del cuerpo vestido.

Tusquets Blanca es rotundo al respecto: “Un cuerpo desnudo es raramente bello, pero se transforma en grotesco cuando lo vemos haciendo actividades cotidianas y en un contexto civilizado. Quiero decir que, en alguna ocasión, quizás pueda salvarse tirándose de cabeza al mar –como en la inolvidable pintura griega de Paestum-, pero nunca con el plato en la mano haciendo cola ante el bufet de la colonia nudista”.

Como se puede apreciar, en realidad Oscar Tusquets Blanca sí está a favor de la desnudez pero en contra de la calatería, peruanismo que no tiene equivalente en el español peninsular y que consiente la horterada, lo mantecoso, el mal gusto y la ridiculez, mientras que el desnudo supone la belleza, lo plástico, la armonía y lo artístico. El erotismo es otra cosa, porque hay desnudos antisépticos y calatas muy recomendables, pero eso sería materia de otro disco de «Tusquets Anthology», porque los lectores de Tusquets Blanca sabemos que Oscar siempre regresa a Gaudí, a la Semana Santa Sevillana, a Dalí, a la sombra como espacio y al toreo de Curro Romero, tal como siempre regresa a La Haya por una perla, a Berlín por una boca, a Milán por una laguna, a Córdoba por un moño y a Saint-Tropez por unos tacones imaginarios.

Fernando Iwasaki

Sevilla, 24 de enero de 2008

 

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