El rockero publica el martes su nuevo, luminoso, optimista y esperanzado disco

Cleveland, Ohio, 2 de noviembre. Faltaban dos días para que Obama ganara las elecciones. Y allí estaba Bruce Springsteen tirando del carro del candidato y lanzando a los cuatro vientos una nueva canción, «Working on a dream»: «Mientras lucho por mis sueños, pienso que nuestro amor hará que nuestros problemas se esfumen, mientras trabajo por ese sueño, creo que nuestro amor será sincero y verdadero muy pronto». Versión libre y rockanrolera del «He tenido un sueño» de Martin Luther King, y tarjeta de visita de su nuevo álbum, que bajo ese mismo título se publica este martes 27.
El pasado domingo, en compañía de ese abuelo rojo y cantarín que es Pete Seeger, Bruce cantó en el Lincoln Memorial de Washington ante el nuevo presidente de los Estados Unidos: «Esta tierra es tu tierra, esta tierra es mi tierra, esta tierra se hizo para ti y para mí». Y a esa tierra, la de Steinbeck y John Ford, la de Walt Whitman y Bob Dylan, sigue cantándole a sus casi sesenta años. Pero el Bruce atormentado y tenso de otros tiempos ha dejado paso al Springsteen padre y muy señor mío de tres chavales a los que las canciones de su progenitor les recordarán de dónde vienen y adónde deberían ir. Un Bruce relajado, luminoso, chispeante, que en su nuevo álbum ha dejado correr por sus venas de rockero de toda la vida sus hematíes más poperos, los de los Beatles sin ir más lejos, deliciosos y sabrosos aromas en canciones como «What love can do» y «Surprise, surprise». Pero antes, en el primer corte del disco, «Outlaw Pete», Springsteen es capaz de contar en cuatro minutos la vida (entera y verdadera) de uno de esos forajidos de leyenda que hicieron América. Las armónicas crepusculares dan polvorienta emoción a esta canción que bebe de Woody Guthrie y de Ennio Morricone. Pero pronto el «Boss» salta a «My lucky day», vibrante, garajera, musculosa, optimista: «Hasta ahora había perdido en todas mis apuestas, pero no puedes ganar si no te la juegas, y cariño tú eres mi día de suerte».
Érase otra vez en América
La gente de Bruce es la de la América real, la que está jodida con la crisis, la gente que hace cola en el supermercado y se enamora, claro está, de la cajera: «Me pongo en la cola y su mirada se cruza con la mía, y mientras meto las cosas en el maletero me doy la vuelta y me encuentro con tu sonrisa. Estoy enamorado de la reina del supermercado». Típica y tópicamente americano, pero real. A usted también le ha pasado. O le gustaría que le pasase.
Pintor de la Norteamérica de los últimos treinta y pico años, la paleta de Bruce se sirve una vez más del gigantesco colorido del pop y el rock yanquis. Se sirve del du-duá, de los Beach Boys, de los Byrds, de Roy Orbison, también del blues pantanoso, denso, sinuoso y oscuro, presente en «Good eye». Intensísima y nostálgica es otra joya: «Kingdom of days»: «Mi chupa alrededor de tus hombros, los hojas cayendo, la hierba húmeda bajo nuestra espalda y la suave brisa del otoño a través de los árboles». Postales de la América eterna que vuelve a retratar Bruce en sus desgarradas impresiones de fotomatón, con esa sencilla pero eficaz polaroid que sigue siendo el rock and roll en sus manos. Con «Working on a dream», Bruce Springsteen ha tenido un sueño. Una vez más, vale la pena compartirlo.