Es el chico aventajado de la clase alternativa. Con una carrera de (mucho) poso musical a sus espaldas, el asturiano publicó a finales de 2008 «El manifiesto desastre». Ha desgastado el cartel de «No hay entradas» y mañana repite por tercera vez en Madrid
Actualizado Miércoles, 11-02-09 a las 19:06
«Nacho, has vuelto a hacerlo muy mal, fatal». Así reza uno de los pegadizos y (al tiempo) escurridizos estribillos de «Dry Martini S. A», el descorazonador tema con el que Nacho Vegas abre «El manifiesto desastre» (Limbo Starr), su último disco. En una suerte de bella contradicción, el asturiano firma el mejor de sus trabajos en solitario y se muestra ante su público desnudo, alejado (voluntariamente) del halo de malditismo que a modo de sambenito alguien decidió colgarle no se sabe muy bien cuándo. Desnudez que se ha visto obligado a escenificar una vez más (y van tres) en la madrileña sala Joy Eslava. La cita es mañana por la noche y el cartel de «No hay entradas» ya cuelga del garito, bálsamo redentor de los mutilados corazones de cuantos seguidores idolatran a Vegas.
Entre concierto y concierto Nacho Vegas hace un hueco a «Indios y Vaqueros», el programa semanal que ABCtv dedica a la música independiente. Se le nota cansado pero satisfecho, con esa tranquilidad que sólo desprende el sabedor de un trabajo (muy) bien hecho. «Hago los discos y las canciones intentando abstraerme de todo lo que se diga de mi. El título es el que tenía que ser y las canciones que hago son las que tenían que ser. Desde luego no reniego de nada ni tampoco lo persigo», aclara un vehemente Vegas.
Explícito y clarividenteNo obstante, las letras de «El manifiesto desastre» son las más explícitas y clarividentes de su carrera y el felizmente aturdido público (poco acostumbrado a estos alardes expresivos en los artistas) lo sabe y como tal lo agradece. «Me sorprende que digan que este disco es el que tiene las letras más claras; a lo mejor precisamente por eso son los momentos menos personales -aclara Vegas-. Tal vez intenté, por cuestiones del momento en que escribí los temas, pulir un poco las letras, quitar la parte lírica y dejarlas en cierto prosaísmo que hace que parezcan más crudas y más confesionales».
Explícito y clarividenteNo obstante, las letras de «El manifiesto desastre» son las más explícitas y clarividentes de su carrera y el felizmente aturdido público (poco acostumbrado a estos alardes expresivos en los artistas) lo sabe y como tal lo agradece. «Me sorprende que digan que este disco es el que tiene las letras más claras; a lo mejor precisamente por eso son los momentos menos personales -aclara Vegas-. Tal vez intenté, por cuestiones del momento en que escribí los temas, pulir un poco las letras, quitar la parte lírica y dejarlas en cierto prosaísmo que hace que parezcan más crudas y más confesionales».
Y así es, una confesión en toda regla. Un arrebatador conjunto de bellos y desgarradores instantes cantados y contados como sólo el trovador asturiano es capaz de hacer. A pesar de advertir que «los discos son cosas que te pillan un poco por sorpresa», Vegas reconoce que «todo lo que pones en una canción lo tomas de la realidad y, por tanto, tiene que sufrir una transformación». Transformación que, en este caso, ha contado con la inestimable colaboración del momento que vive el cantante, acomodado en su pequeño universo de feliz desolación.
Sin olvidar, claro, el amable tamiz de la improvisación, que tan buen efecto ejerce en los artistas que de verdad lo son (sin trampa ni cartón). «Cuando entro a grabar un disco lo hago con una serie de canciones que no sé muy bien qué significan, ni tienen un orden concreto, ni sé muy bien qué tienen en común, más que fueron escritas en un mismo periodo de tiempo». Es el «método Vegas», cuyo resultado, a día de hoy, es más que satisfactorio. «A medida que voy grabando me doy cuenta de que hay algo que las une. Cuando al final grabas las canciones y puedes verlas un poco desde fuera, distanciándote de ellas, es cuando puedes descubrir su sentido». El motor que Nacho Vegas necesita para «constatar las cosas que me pasan», aunque ruborizado y un tanto aturdido (la ocasión lo merece) se muestre incapaz de hablar con claridad de «El manifiesto desastre», pues «es algo que tengo demasiado cerca».
Especiales colaboracionesTan cerca como sus colaboraciones con Enrique Bunbury («El tiempo de las cerezas») y Christina Rosenvinge («Verano fatal»), dos discos compartidos que, pese a quien le pese, «han sido muy especiales y han dejado una huella muy importante en este último trabajo». Y es que Nacho Vegas «cree que las colaboraciones y el intercambio de ideas es muy importante en el mundo del rock y de la cultura popular en general».
Un flujo de ideas, un ir y venir de genio y talento, que también se percibe en la devoción que el artista siente por la literatura, cuyo matrimonio con el mundo de la música observa en la (corta) distancia (ha publicado un libro, «Política de hechos consumados», y prologado una novela de Dennis Cooper). «La música popular es un lenguaje en sí mismo -se explica-. Hay cosas que leo y se cuelan en mis canciones, pero también hay cosas que veo por la calle y que igualmente se cuelan. Al ser dos lenguajes que utilizan la palabra, es normal que se influyan el uno al otro. El rock ha influido en la literatura desde los 60, con Kerouac o Shepard y ahora hay grandes músicos que son grandes escritores, como Leonard Cohen o Nick Cave (parece que todas las editoriales se están peleando por su última novela)». Agradablemente sorprendido por el último descubrimiento literario que la periodista le ofrece (Tony O'Neill, del que pronto oiremos hablar en España) Vegas describe «la música popular como un ente, un saco enorme al que le influyen un montón de cosas y entre esas cosas también la literatura. Pero no hay que cargar las tintas sobre ello».
Especiales colaboracionesTan cerca como sus colaboraciones con Enrique Bunbury («El tiempo de las cerezas») y Christina Rosenvinge («Verano fatal»), dos discos compartidos que, pese a quien le pese, «han sido muy especiales y han dejado una huella muy importante en este último trabajo». Y es que Nacho Vegas «cree que las colaboraciones y el intercambio de ideas es muy importante en el mundo del rock y de la cultura popular en general».
Un flujo de ideas, un ir y venir de genio y talento, que también se percibe en la devoción que el artista siente por la literatura, cuyo matrimonio con el mundo de la música observa en la (corta) distancia (ha publicado un libro, «Política de hechos consumados», y prologado una novela de Dennis Cooper). «La música popular es un lenguaje en sí mismo -se explica-. Hay cosas que leo y se cuelan en mis canciones, pero también hay cosas que veo por la calle y que igualmente se cuelan. Al ser dos lenguajes que utilizan la palabra, es normal que se influyan el uno al otro. El rock ha influido en la literatura desde los 60, con Kerouac o Shepard y ahora hay grandes músicos que son grandes escritores, como Leonard Cohen o Nick Cave (parece que todas las editoriales se están peleando por su última novela)». Agradablemente sorprendido por el último descubrimiento literario que la periodista le ofrece (Tony O'Neill, del que pronto oiremos hablar en España) Vegas describe «la música popular como un ente, un saco enorme al que le influyen un montón de cosas y entre esas cosas también la literatura. Pero no hay que cargar las tintas sobre ello».
Prefiere centrarse en su música y el público, en un feedback tan especial como la poliédrica personalidad del artista. «La única manera de respetar a tu público es no dejar que influya en tu trabajo. Cuando alguien habla de lo que le debe al público y a la gente me da mucho miedo. Si haces caso a tu público le estás mintiendo y te estás engañando a ti mismo. Lo único que puedo hacer es algo que puedo hacer yo; no digo que sea bueno o malo». Así es, sin más, Nacho Vegas, el artista, la persona que trasciende al mito y se cuelga del abismo creador con la genialidad como paracaídas. Puro y natural, como el rock, como las canciones de «El manifiesto desastre».
