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Actualizado Lunes, 13-07-09 a las 19:40
La historia del ciclismo español no se puede escribir sin Fernando Escartín. Un hombre que, sin lograr grandes éxitos deportivos, vivió a final de los 90 su época de mayor esplendor, con una victoria y un podio en el Tour de 1999 y con dos segundos puestos en la Vuelta a España (1997 y 1998). Y sin ser un 'grande' logró enganchar a muchos aficionados a este deporte con ese particular golpe de riñón al subir las etapas de montaña.
Escalador de pura cepa, Fernando Escartín Coti nació en la localidad oscense de Biescas un 24 de enero de 1968. Llegó al ciclismo profesional en 1990, de la mano del Clas-Cajastur -que posteriormente se llamaría Mapei-. Anteriormente había corrido como aficionado en el C.A.I., de Zaragoza, la Peña Edelweiss, el C.C.Oscense y el Donuts.
Tras sus inicios en el Clas -donde fue gregario de Tony Rominger-, en 1996 recaló en el Kelme-Costa Blanca, club en el que cosecharía sus mayores éxitos y en el que estuvo hasta 2001, cuando fichó por el Team Coast. En este equipo alemán permaneció durante dos años, hasta el ocaso de su carrera, al que llegó con 23 victorias de etapa.
Pero antes de eso llegaron muchos éxitos deportivos. El de 1999 fue el año de Fernando Escartín. Una magnífica actuación en el Tour, donde consiguió un tercer puesto -por detrás de Zülle y del maillot amarillo, Lance Armstrong-, le encumbró a su cima deportiva. Pero por encima de estar en el podio quedó su victoria en la estación de esquí de Piau Engaly, la etapa reina de la ronda gala de esa edición, donde realizó una escalada espectacular, imponiéndose al todopoderoso Armstrong.
Anteriormente consiguió un cuarto puesto en el Tour del 98. Además fue segundo dos años consecutivos en la Vuelta a España; en 1997, arropado por los suizos Alex Zülle (1º) y Laurent Dufaux (3º), y en 1998, completando un podio netamente español junto a Abraham Olano (1º) y el malogrado José María 'El Chava' Jiménez (3º).
Una fuerte caída en la etapa de la mítica subida al Angliru, en el descenso bajo la lluvia del Puerto del Cordal -que le dejó una fractura de cúbito -, le privó de ganar la Vuelta a España en 1999, un año en el que partía como uno de los mayores favoritos.
Como triunfos totales destacan sus victorias en la Vuelta a los Valles Mineros en 1995 y la Vuelta a Cataluña en 1998. Además ha ganado etapas en las rondas de Galicia, de Aragón o de Asturias. Amén de conquistar otros éxitos de menor entidad, hasta que el 29 de octubre de 2002, y con 35 años, anunciara su retirada.
Tras colgar la bicicleta, ha ascendido el Aconcagua con otros deportistas de élite de distintas disciplinas y junto al montañero Juan Oiarzabal, y ha probado suerte en el maratón. Además es asesor de deportes de la Diputación General de Aragón.
Escartín marcó una época. Tal admiración y cariño despertó que Miguel Gay-Pobes ha escrito dos libros sobre él: “Fernando Escartín. La vida cuesta arriba” y “Fernando Escartín. Pedalas de altura”. Además, en Huesca se disputa anualmente un trofeo de ciclismo que lleva su nombre, al igual que una calle en la localidad onubense de Bollullos Par del Condado.
Un ciclista muy queridoTan constante sobre la bicicleta como tímido al bajarse de ella, fue un ciclista muy querido por la afición. Siempre en un segundo plano, tuvo su gran día en la etapa reina del Tour del 99. Allí demostró quién era, pese a que algunos lo infravalorasen. Modesto y luchador, ayudó también en las labores de rescate en su pueblo tras el desastre de las inundaciones de 1996.
Grande y humilde al mismo tiempo, Fernando Escartín ha sido uno de los mejores escaladores de la década de los 90. Sus ataques en las etapas de montaña del Tour, con ese zig-zag tan particular y empujando la bicicleta a golpe de riñón, animaban la carrera y privaban de la siesta a más de uno. Corrió y se batió con otros míticos corredores como Pantani, Virenque, Armstrong o Zülle. Pero, al igual que los dos primeros, sus grandes carencias en la lucha contra el crono le privaron de cosechar algún éxito mayor. Sin embargo, cada vez que la carretera se empinaba él se crecía y el resto de ciclistas lo tenían que mirar de reojo, por si se levantaba del sillín y daba comienzo al espectáculo.







