
Rinaldo Nocentini vive el Tour como si fuera un extraterreste. Con los ojos abiertos de par en par. Todos sufren; él disfruta. Todos visten de colores; él sólo de amarillo. Es el líder feliz de la Grande Boucle desde el pasado viernes. Marco Pastoresi, periodista de «La Gazzetta dello Sport» lo define así: «Simple. Espontáneo. Campesino. Alegre. Afable. Agradecido. Al pan, pan y, sobre todo, al vino, vino». Nocentini viene de otro planeta, de Monte Marciano, un pequeño pueblo de 160 vecinos en el centro de Italia. Tierra de olivos y viñas. Al vino, vino. Que este Tour es su fiesta. Ya era hora: 31 años.
«Los minutos hasta que llegó Contador a Arcalís fueron terribles. Creí que perdía el liderato», recuerda. Pero no, le sobraron seis segundos. Con ellos lleva desde entonces al frente de la clasificación. Disfrutando. En su equipo, el Ag2R, cuentan que Nocentini era antes un joven «muy amoroso». Chicas, chicas, chicas. Por eso no empezó en el ciclismo como se esperaba.
Había estado en el podio de un mundial juvenil y fue plata sub 23 en Valkenburg (1998), justo por detrás de Basso y delante de Di Luca. «Sueño con la Lieja-Bastogne-Lieja», repetía. Pero no llegó a tanto.
«Somos diez hermanos. Entre el primero y el último hay 21 años. Yo soy el noveno, y hasta que yo llegué, mi madre tenía una media de dos hijos por año», dice el líder del Tour. Ahí, la familia Nocentini aceleró. La madre quería redondear. El décimo. Y, al de once meses de Rinaldo, vino el benjamín. «Nací en un equipo», bromea el italiano. Buena tropa para un albañil y una ama de casa. Habitaciones con litera. A cuatro niños con pieza. Las noches eran una revuelta. La infancia feliz. Y eso que «en casa no había ni una lira».
Pero sí orden en la mesa. El padre ocupaba la cabecera. Los dos hermanos mayores, cerca de la televisión. El resto, a tortas por ocupar las sillas que quedaban. «Los más rápidos comían alrededor de la chimenea, los más lentos en pie».
