Puerta de embarque del aeropuerto de Tarbes. Hace sólo unas horas que ha terminado la etapa del domingo. Y hay retraso en el vuelo a Limoges. A Mark Cavendish no le gusta esperar. Bola de músculo y nervio. Todo rápido. Entonces se le oye decir. «Puto país. Siempre la misma mierda». Varios corredores franceses le escuchan. Otro recuerda entonces que el británico le llamó en Mónaco: «Puto francés». Cavendish no va por ahí haciendo amigos. El martes entró primero en la meta de Issoudun y se limpió la gafas bajo la pancarta. Sus rivales criticaron esa «chulería». Cavendish es así: tan insolente y provocador como veloz. Ya lo ha dejado impreso en su bicicleta, decorada con una chica sólo tapada por la bandera británica y con una inscripción guerrera: «Sprint Air Force». Fuerzas Aéreas del sprint. Por cada victoria coloca un par de alas en el cuadro de la bici. Cuatro ya.
Ganador, pero criticado por el pelotón galo. «Es racista, es anti-francés». Y él se extraña al escucharlo: «Eso me hace reír. No es justo. Como no me pueden acusar de dopaje, me acusan de eso». Recuerda, además, sus «esfuerzos por aprender francés. Adoro Francia». Y rechaza también a quienes le acusan de esconderse en el grupo de los velocistas durante las etapas de montaña. De no dar ni un relevo. De ser un parásito, un engreído. «Pero es normal, tengo que economizar fuerzas para los sprints». No entiende a los franceses. Y es mutuo.
La de Cavendish es una figura apresurada. Anda a pasitos cortos sobre sus tremendas piernas. Pero ha avanzado muy rápido. Empezó como todos en su isla, con una bicicleta imitando a las motos. Cabrioleando. Brincos sobre una rueda. En Man viven el frío y el viento. Cuando por su cumpleaños le regalaron una bicicleta de verdad salió a la carretera. A toda pastilla, para no quedarse helado. «Mark siempre quiso ser el mejor -cuenta su madre-. En el fútbol, en los cursos de baile de salón, tocando la trompeta...». Su padre dice lo mismo: «Me di cuenta de lo competitivo que era cuando en una carrera a pie perdió una zapatilla y luchó hasta el final por la victoria». Man es un isla. Y Cavendish comenzó en la isla el ciclismo, el velódromo. En círculos. Su primer entrenador era alemán, Heiko Salzweld. Con él, se enamoró del ciclismo.

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