Miércoles, 16-09-09
IGNACIO TORRIJOS
El Madrid estrenó esta Liga de Campeones en Suiza, país repelente a las agresiones. Solo una vez ha invadido Suiza un ejército extranjero, y fue cuando la manía napoleónica. El Zúrich empezó belicoso, cargando armas, como si la artillería de Pellegrini tuviera pinta bonapartista y la invasión del Madrid fuera a ser la segunda. Esta agitada conducta no rajó en absoluto al Madrid, que sorteó patadas y escaramuzas en espera de que estallase la paz por su mero peso. Así fue. No es que el Zúrich fuera una banda, pero tampoco llegaba a milicia. A la media hora, el Letzigrund rra territorio conquistado.
El Madrid convirtió pronto la discusión en un soliloquio. Para apoyar la fluidez del discurso Raúl colaboró en el centro del campo, donde ayer volvía, autoritaria, la pareja Xabi Alonso-Lass. En los turnos de titularidad, se ausentaron esta vez Marcelo y Benzema, en beneficio de Drenthe de Higuaín. Además, Pepe, el garante, regresaba a la defensa cinco meses después, acompañado por Albiol, atento, sobrio y seguro.
El Zúrich, guerrillas aparte, tuvo al principio la pretensión de retar el Madrid en la posesión de la pelota. La osadía resultó vana y fugaz. El Madrid no solo la acaparó, sino que le dio enseguida rapidez y profundidad. Fue un trabajo a conciencia, bajando a la mina a pintarse la cara cuando era necesario. Una vez extraídos los metales preciosos, todo el ataque madridista los hizo brillar. Kaká lució su velocidad con el balón adherido al pie, mientras Cristiano tomaba la alternativa provocando faltas cerca del área. El primer gol llegó en una de ellas. Lo metió Cristiano anunciándolo con todo su ritual, exhibiéndose a gusto: las piernas abiertas sobre la hierba, el ostentoso compás, esa mirada interesante que pone CR para reclamar a cambio la de la grada. Mucha pose, pero todo gol. Al balón le chifla el empeine de Cristiano Ronaldo; primero asiste a la liturgia y luego obedece al golpe para la parábola fatídica. Por si el aparato escénico y la perfección técnica no bastaban, el portero ayudó.
En el arranque de la Champions se vio solo una especie de mascarilla del verdadero rostro que pide el Madrid. Sin embargo, se intuyó completa su fisonomía. Fue algo más que una abreviatura firmada por las nuevas estrellas, porque Raúl e Higuaín -puro peligro- se sumaron enseguida al objetivo goleador y por encima del marcador quedó al final del primer tiempo una prometedora sensación.
Soberbia o simple descuido, el Madrid permitió después que el Zúrich se rearmara y del paseo militar se pasara a la amenaza local. Un penalti injusto pitado a Casillas trajo el 1-3, e inmediatamente la pesadilla de los goles a balón parado volvió con un remate de córner que fue el 2-3. El tramo final, programado para la formalidad o para el adorno, exigió del Madrid un esfuerzo de resistencia que hizo sufrir a la defensa y acrecentó, como siempre en estas situaciones, la figura de Lass. Al final, un libre directo bis de Cristiano, de nuevo con Leoni encogido, y una delicadeza de Guti despejaron el susto.
Lo bueno y lo malo lo puso el Madrid. Por ahora van bien las rotaciones, y las traslaciones también: dos traslados, a Barcelona y Zúrich, dos victorias y a soñar.
