Único superviviente del «cartel maldito» de Pozoblanco, narra la cogida mortal de aquel 26 de septiembre de 1984. Asegura que «sirvió para que todos nos diésemos cuenta de que el torero puede morir en la plaza» y que «es necesario tener en las enfermerías los medios para salvar vidas»
El Soro: «Con Paquirri todo el toreo murió un poco»
Actualizado Domingo, 27-09-09 a las 13:32
Acaba de superar su trigésima segunda intervención quirúrgica en las rodillas, pero Vicente Ruiz Soro se siente, por muchos motivos, un afortunado. Primero por estar cerca de su familia, segundo por mantener la esperanza de volver a vestirse de luces y tercero, y lo más importante, por sobrevivir al llamado «cartel maldito». El Soro mantiene intacto el recuerdo de la tarde en la que compartió cartel con Francisco Rivera «Paquirri» y José Cubero «Yiyo» en Pozoblanco.
—¿Cómo recuerda aquel 26 de septiembre?
—Lo recuerdo tan cercano que me parece que fue ayer. Recuerdo que era una tarde apacible, con un cartel bonito para la afición de Pozoblanco, la corrida estaba embistiendo y todo iba viento en popa. El maestro Paquirri cortó una oreja a su primer toro, yo corté dos al mío. Todo iba bien hasta el tercer toro. Tenía todo para que fuera una corrida triunfal. Sin embargo, salió el cuarto toro, el que le sesgó la vida al maestro, y todo cambió.
—¿Fueron conscientes de lo dura que había sido la cornada?
—Totalmente. Se veía que era una cornada muy dura, de las de caballo.
—¿Intuían que aquella cogida acabaría con la vida de Paquirri?
—Tanto como eso no, pero sí teníamos muy claro que la cornada había sido dura. La gravedad de la cornada se palpaba en el ambiente. Estaba claro que se trataba de una cogida muy grave, muy seria. Aunque creo que el principal problema de aquella época es que no había los medios para tratar aquella cornada; hoy en día posiblemente sí, pero hace veinticinco años no. Me consta que había grandes médicos, pero creo no había medios para abordar aquel percance.
—De hecho, tras el suceso de Pozoblanco las enfermerías de toda España cambiaron, se modernizaron y se dotaron de más medios técnicos.
—No es la primera vez que la muerte de un torero, que deja generosamente la vida en la plaza, sirve para modificar reglamentos o, como en este caso, para que mejorasen las enfermerías. Creo que esto sirvió para que todos fuéramos conscientes de que el torero cuando sale al ruedo puede morir y que por ello es necesario tener los medios para salvarle la vida. Tras el suceso de Pozoblanco se actuó en consecuencia y se mejoraron las enfermerías de toda España.
—¿Tras la cogida de Paquirri, cómo afrontaron Yiyo y El Soro el resto de la tarde?
—No es difícil imaginar que después de ese percance tan duro, la moral estaba mermada, uno se viene abajo.
—De alguna manera, con la muerte del torero nació un mito…
—Murió una gran persona, una figura del toreo y un gran profesional de la Tauromaquia que dejó huella. Todos lo seguimos recordando porque fue un auténtico figurón del toreo. Cuando a un compañero se le va la vida, uno también muere un poco, porque no dejamos de ser «hermanos» de profesión. Cuando el maestro falleció, todo el toreo murió un poco, pero al mismo tiempo se engrandeció.
—¿Cómo se enteró de la muerte de Paquirri?
—Me lo contó don Diodoro Canorea (empresario de la plaza de Pozoblanco en aquella época). Llegué de la corrida al hotel, y allí estaba don Diodoro, y me dio la noticia de que acaba de fallecer el maestro Paquirri. Se podrá imaginar cómo cayó la noticia sobre todos los toreros que estábamos allí. Fue como un jarro de agua fría.
—El cartel de aquel 26 de septiembre de 1984 en Pozoblanco ha pasado a la historia como el «cartel maldito»
—Algún gafe tiene el cartel, algún gafe. Pero quiero pensar que Dios está conmigo y que mi gente me necesita un ratito más y aquí estoy yo para recordarlo. Mire, yo no viví la muerte de Manolete pero sí que conocí al maestro Luis Miguel Dominguín. Él siempre me decía que alguien tenía que contar la muerte de Manolete y le tocó a él, del mismo modo que a mí me ha pasado con la muerte de Paquirri. No es agradable recordar todo esto, pero soy consciente de que estos hechos han pasado a formar parte de la historia.
—Tras la muerte de Paquirri, y la de Yiyo al año siguiente, Vicente Ruiz Soro se convirtió en ídolo de Pozoblanco, donde acudía cada feria. ¿Cómo lo recibía la afición?
—Para mí Pozoblanco es mi casa, su afición es muy querida y su gente es muy buena. Me considero un hijo adoptivo de Pozoblanco. La verdad es que espero seguir visitándolo mucho tiempo. El pueblo no tiene culpa de lo que allí pasó. Le tocó, como le podía haber tocado a otro. Repito, Pozoblanco es un pueblo extraordinario y sus gentes son maravillosas.

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