
El actor José Luis López Vázquez /ABC
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El último adiós
La capilla ardiente con los restos mortales del actor quedará instalada mañana a las tres de la tarde en el Teatro María Guerrero de Madrid, sede del Centro Dramático Nacional, en donde debutó en 1940 con 18 años, ha informado a Efe un portavoz de esta institución. En un principio la capilla ardiente del actor iba a quedar instalada a las ocho de la tarde de hoy, pero debido a la falta de tiempo en los preparativos relacionados con su embalsamamiento, el acto ha tenido que ser pospuesto hasta mañana, según un portavoz del CDN.
Actualizado
Lunes
, 02-11-09 a las 22
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No ha andado pero que nada desatinado ni desencaminado el «presi» Álex de la Iglesia al incluir a José Luis López Vázquez como tercera pata de la Santísima Trinidad cinéfila de nuestro país, junto a Pepe Isbert y Fernán Gómez. Porque con el madrileño no sólo se ha ido un actor de raza y un «estándar» de nuestra comedia sino, además, un intérprete que no titubeó un ápice en meterse en harinas experimentales de la mano de Carlos Saura, Jaime de Armiñán o, por supuesto, Antonio Mercero.
Incluso dio un breve pero sonoro taconazo en Hollywood allá por el 72 de la mano de George Cukor con «Viajes con mi tía», aunque no metió más el pie sencillamente porque no le daba la gana (suerte que tuvieron los Jack Lemmon y compañía, claro). Y es que el madrileño era auténticamente «patrimonio nacional» desde que debutó en el Teatro María Guerrero de figurinista en los primeros años 50.
Incluso dio un breve pero sonoro taconazo en Hollywood allá por el 72 de la mano de George Cukor con «Viajes con mi tía», aunque no metió más el pie sencillamente porque no le daba la gana (suerte que tuvieron los Jack Lemmon y compañía, claro). Y es que el madrileño era auténticamente «patrimonio nacional» desde que debutó en el Teatro María Guerrero de figurinista en los primeros años 50.
Y aunque su presencia comenzaba a ser familiar en películas como “Esa pareja feliz” o “El diablo toca la flauta”, fue su primer protagonista en “El pisito” (1958) el que le abriría de par en par una puerta que ha tardado medio siglo en cerrarse. Durante los años 60 adquiría prácticamente el don de la ubicuidad con títulos de oro como “El cochecito”, “Plácido”, “La gran familia”, “El verdugo”... junto a otros digamos que coyunturales pero entrañables.
Al tiempo, su voz campanuda y su gestualidad sin límites (ríete de Jim Carrey) inmortalizaban personajes como el «padrino Búfalo», el abominable hombre-perseguidor de suecas o el tiralevitas Fernando Galindo de “Atraco a las tres”. Y, gracias a un prodigioso desdoblamiento casi cuántico, en 1967 arrancó una carrera paralela, arriesgada y tanto o más valiosa que su “acera gansa” con “Peppermint frappé”, filme al que seguirían “El jardín de las delicias”, “El bosque del lobo”, “No es bueno que el hombre esté sólo”, “Habla, mudita” o, sobre todo, “Mi querida señorita”, para muchos su obra maestra. Con permiso, desde luego, de «La cabina», hito y mito televisivo que, dicen las malas lenguas, contribuyó a acelerar el desarrollo de los teléfonos móviles.
Un dios de andar por casaAsí que en los 80 ya le había cundido a López Vázquez lo mismo que a cualquier mortal una docena de reencarnaciones, pero él siguió en sus trece trabajando con Berlanga (“Moros y cristianos”, “Todos a la cárcel”...) y poniendo su magisterio al alcance de nuevas generaciones de humoristas (“Torrente 2”, “El oro de Moscú”...). Eso, y recogiendo premios y laureles: la Medalla de Oro de las Bellas Artes (1985), la del Mérito en el Trabajo (1997) y, en fin, el Goya de Honor en 2004 que celebró regalándonos una de sus últimas interpretaciones en “Luna de Avellaneda”, de Campanella.
Aunque su broche de oro, a las órdenes de su amigo Mercero, tiene un título que suena casi a provocación para su omnipresente figura a lo largo de las décadas: “¿Y tú quién eres?”. Pues, como quien dice, un dios de andar por casa. Y a mucha honra.
Al tiempo, su voz campanuda y su gestualidad sin límites (ríete de Jim Carrey) inmortalizaban personajes como el «padrino Búfalo», el abominable hombre-perseguidor de suecas o el tiralevitas Fernando Galindo de “Atraco a las tres”. Y, gracias a un prodigioso desdoblamiento casi cuántico, en 1967 arrancó una carrera paralela, arriesgada y tanto o más valiosa que su “acera gansa” con “Peppermint frappé”, filme al que seguirían “El jardín de las delicias”, “El bosque del lobo”, “No es bueno que el hombre esté sólo”, “Habla, mudita” o, sobre todo, “Mi querida señorita”, para muchos su obra maestra. Con permiso, desde luego, de «La cabina», hito y mito televisivo que, dicen las malas lenguas, contribuyó a acelerar el desarrollo de los teléfonos móviles.
Aunque su broche de oro, a las órdenes de su amigo Mercero, tiene un título que suena casi a provocación para su omnipresente figura a lo largo de las décadas: “¿Y tú quién eres?”. Pues, como quien dice, un dios de andar por casa. Y a mucha honra.