La Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 fue una cita histórica que supuso un antes y un después en la conciencia ambiental planetaria

George Bush pronunciando su discurso ante los jefes de Estado en la Cumbre sobre la Tierra de Río
Actualizado
Miércoles
, 23-12-09 a las 20
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Antes de que el «think tank» al que recurre Zapatero diera a luz la famosa «economía sostenible» para escapar de la crisis, ya se hablaba de desarrollo sostenible, esto es, de hacer compatible el crecimiento con la protección de la naturaleza. El término acabó convirtiéndose en el mantra de 1992, año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, de la Expo de Sevilla... y de la Cumbre de la Tierra, la mayor de la historia, que congregó en Río de Janeiro (Brasil) a delegaciones de 170 países (incluyendo más de un centenar de jefes de Estado y de Gobierno) y para la que se acreditaron 3.500 delegados oficiales y 3.000 periodistas.
También estuvo presente una nutrida representación de organizaciones ecologistas que actuaron como conciencia crítica de los políticos. Más allá de los logros de aquella histórica cita (dejó un sabor agridulce, como veremos) queda el hecho de que Río dio la mayoría de edad a la ecología y asuntos como el cambio climático o la biodiversidad pasaron a las agendas de los líderes mundiales. Aquella cumbre fue el inicio de un viaje que llega estos días a la «estación» de Copenhague, donde se celebra la XV Conferencia Internacional sobre Cambio Climático que —teóricamente— fijará futuros objetivos para reemplazar los del protocolo de Kioto.
También estuvo presente una nutrida representación de organizaciones ecologistas que actuaron como conciencia crítica de los políticos. Más allá de los logros de aquella histórica cita (dejó un sabor agridulce, como veremos) queda el hecho de que Río dio la mayoría de edad a la ecología y asuntos como el cambio climático o la biodiversidad pasaron a las agendas de los líderes mundiales. Aquella cumbre fue el inicio de un viaje que llega estos días a la «estación» de Copenhague, donde se celebra la XV Conferencia Internacional sobre Cambio Climático que —teóricamente— fijará futuros objetivos para reemplazar los del protocolo de Kioto.
La Cumbre de Río, a la que ABC dedicó un amplio despliegue, consagró a Estados Unidos como «aguafiestas» oficial, en especial por su negativa a firmar el Tratado sobre Biodiversidad, ya que no estaba dispuesto a comprometer los derechos de propiedad de las patentes de la investigación biotecnológica. El presidente norteamericano, George Bush (padre), aseguró que no había ido a Brasil «a pedir perdón» ya que su país era «líder en la defensa del medio ambiente». Las ONG fueron especialmente duras con la postura norteamericana.
«Cada ciudadano de ese país no es dueño de una multinacional, como parece defender Bush cuando asegura que no firmará nada que perjudique a los intereses de los ciudadanos», señaló Humberto da Cruz, dirigente de Amigos de la Tierra. «Hay millones de norteamericanos que aman la naturaleza y que no desean que su país siga expulsando a la atmósfera la cuarta parte de todas las emisiones de CO2 del planeta.
A quien defiende Bush, está claro, es a las multinacionales, que son las que le apoyan en su campaña». «Tenemos la desgracia de que este año Estados Unidos está de elecciones», añadió Ramón Martín Mateos, a la sazón presidente de la Asociación Española de Derecho Ambiental y premio Nacional de Medio Ambiente. «De no ser así, estoy seguro de que el comportamiento de Bush habría sido bien distinto». El caso es que el presidente norteamericano no renovaría mandato al ser derrotado meses después por el demócrata Bill Clinton.
«Cada ciudadano de ese país no es dueño de una multinacional, como parece defender Bush cuando asegura que no firmará nada que perjudique a los intereses de los ciudadanos», señaló Humberto da Cruz, dirigente de Amigos de la Tierra. «Hay millones de norteamericanos que aman la naturaleza y que no desean que su país siga expulsando a la atmósfera la cuarta parte de todas las emisiones de CO2 del planeta.
A quien defiende Bush, está claro, es a las multinacionales, que son las que le apoyan en su campaña». «Tenemos la desgracia de que este año Estados Unidos está de elecciones», añadió Ramón Martín Mateos, a la sazón presidente de la Asociación Española de Derecho Ambiental y premio Nacional de Medio Ambiente. «De no ser así, estoy seguro de que el comportamiento de Bush habría sido bien distinto». El caso es que el presidente norteamericano no renovaría mandato al ser derrotado meses después por el demócrata Bill Clinton.

Dos delegadas firman en el panel del Compromiso con la Tierra, en 1992
George Bush y Fidel Castro estuvieron a menos de un metro el uno del otro, pero no cruzaron palabra. El entonces presidente cubano arremetió contra el capitalismo: «Páguese la deuda ecológica, no la deuda externa; desaparezca el hambre y no el hombre». El presidente del Gobierno español, Felipe González, que anunció que nuestro país triplicaría en los años venideros los fondos destinados a la ayuda al desarrollo, señaló sobre el discurso de Castro que «atribuir la responsabilidad a los demás de los males propios oculta una parte de la verdad. Se supone que una revolución tiene como objetivo aumentar el bienestar y satisfacer las necesidades de los ciudadanos». González salió en defensa de los países del Tercer Mundo y recordó que tres cuartas partes del consumo energético mundial se producía en el bloque de naciones desarrolladas.
«No se puede pedir a los países pobres que estabilicen sus escasas emisiones de dióxido de carbono mientras que los que han creado el problema, construyendo su bienestar, no contribuyen a resolverlo». Y, parafraseando a Indira Gandhi en la Conferencia de Medio Humano de Estocolmo (1972), añadió: «La peor forma de contaminación es el hambre». En su opinión, «de no haber estado presente Bush en la cumbre hubiera abierto un hueco más notable que las discrepancias que se han producido respecto del Convenio sobre Cambio Climático, que firmó, y del de Biodiversidad, que no lo hizo».
«No se puede pedir a los países pobres que estabilicen sus escasas emisiones de dióxido de carbono mientras que los que han creado el problema, construyendo su bienestar, no contribuyen a resolverlo». Y, parafraseando a Indira Gandhi en la Conferencia de Medio Humano de Estocolmo (1972), añadió: «La peor forma de contaminación es el hambre». En su opinión, «de no haber estado presente Bush en la cumbre hubiera abierto un hueco más notable que las discrepancias que se han producido respecto del Convenio sobre Cambio Climático, que firmó, y del de Biodiversidad, que no lo hizo».
Acuerdos retóricosLa Cumbre de la Tierra inauguró una nueva «era ecológica» con frágiles principios. Los mandatarios estamparon la firma en unos acuerdos retóricos que fueron simplemente «el primer paso». El Convenio sobre el Cambio Climático resultó un documento aguado que no comprometió a los principales contaminantes del mundo a reducciones drásticas de sus emisiones, aunque fue la semilla del protocolo de Kioto que se impulsó cinco años después. Estados Unidos quiso compensar su boicot al Convenio sobre Biodiversidad —el gran fracaso de Río— con un compromiso de inversión de cien millones de dólares anuales para proteger la cubierta vegetal del planeta.
En cuanto a la Agenda 21, que cifraba el desembolso de dinero para el desarrollo del Tercer Mundo, no hubo acuerdo. «Vinimos con muchas expectativas y salimos sin muchas seguridades», declaró el jefe de la delegación colombiana. La mayoría de los países ricos no quiso comprometerse con la meta del 0,7 por ciento de su PIB para este objetivo. Maurice Strong, secretario general de la Cumbre, cifró en 2.000 millones de dólares el dinero «realmente nuevo y adicional» puesto sobre la mesa, cuando las previsiones para el primer año de la Agenda 21 eran de 10.000 millones. Hubo iniciativas particulares de Japón y de la Unión Europea, siempre a medio y largo plazo, para estas inversiones. Los grupos ecologistas fueron muy críticos, y Greenpeace llegó a calificar el encuentro de «carnaval verde», si bien todos coincidieron en que «se tomó conciencia de la magnitud del desastre». Río no salvó la Tierra, pero abrió un debate vital que aún perdura.