Los ligamentos cruzados de la rodilla son los encargados de regular la cinemática articular y los «órganos sensores» que informan de la musculatura periarticular influyendo sobre la posición de las superficies articulares, la dirección y la magnitud de las fuerzas y sobre la distribución de las tensiones articulares. La primera obligación del ligamento cruzado anterior (LCA) es impedir el desplazamiento anterior de la tibia con relación al fémur y controlar en carga la laxitud en varo, en valgo y la rotación.
Dos tercios de las lesiones del LCA tienen un origen deportivo, afectando a una población joven y activa. Su tratamiento ha cambiado notablemente en las tres últimas décadas, decantándose hacia la sustitución del mismo en las personas muy activas para disminuir el riesgo de lesiones meniscales o cartilaginosas secundarias.
Las lesiones del LCA tienen una alta prevalencia, alrededor de 0,30/1.000 habitantes y año, en la población general. Esta incidencia es notablemente más alta en los deportes de contacto y los que exigen pivotar sobre la rodilla, como ocurre en el fútbol, baloncesto o esquí. Una de cada 5 artroscopias realizadas en nuestro país tendría como objetivo la reconstrucción de un LCA roto.
Las mujeres que practican actividades deportivas tienen entre 2 y 8 veces más roturas de LCA que los hombres que practican los mismos deportes. Especialmente en los deportistas debe repararse para volver a su actividad deportiva y para prevenir el riesgo de rotura del menisco y evitar cambios degenerativos articulares. En pacientes adultos, con altas exigencias, el tratamiento quirúrgico debe ir encaminado a la sustitución del LCA roto por un injerto que lo reemplace anatómica y biomecánicamente. Se pueden utilizar injertos del propio paciente (pata de ganso, ligamento rotuliano, tendón de cuádriceps) o de cadáver. Actualmente, el tercio central del tendón rotuliano autólogo sigue siendo el injerto más utilizado para la reparación del LCA y el patrón con el que deben compararse los demás injertos.
