Actualizado
Martes
, 09-02-10 a las 17
:
23
Sam Worthington recorre el mismo camino que sus compatriotas Russell Crowe, Hugh Jackman y Nicole Kidman. En «Avatar», de James Cameron es el protagonista absoluto.
—¿Está preparado para el título de superestrella de Hollywood?
—Todo lo que puedo hacer es trabajar. Cualquier actor sería un idiota si dice que no quiere exponerse públicamente o no pretende que la gente lo reconozca, porque hacemos cine para entretener a la gente y es genial cuando se acercan y te dicen que hiciste un buen trabajo. Pero quiero ir paso a paso.
—¿Existe algún secreto «australiano» para triunfar?
—El secreto está en la distancia: se necesitan trece horas de vuelo para ir de Australia a Estados Unidos. Y después de semejante viaje, nadie quiere perder el tiempo. Venimos de un lugar donde los actores tienen un trabajo muy especial. En Australia hay que hacer televisión, cine, radio, teatro. Hay que aceptar cualquier trabajo para pagar las cuentas y por eso la ética profesional es tan importante. Venimos a Estados Unidos para hacer cine con una pasión y un entusiasmo que contagia.
—¿Conoce a Hugh Jackman y Russell Crowe? ¿Son amigos?
—Los conozco. No puedo decir que seamos buenos amigos, pero recibí un par de consejos de Russell. Tomé una cerveza con él, vimos juntos un partido de fútbol. También conocí a Hugh. Para ser honesto, con ellos soy mucho más un admirador, un fan.
—Sin ánimo de ofender, a mucha gente le sorprende que de pronto aparezca un completo desconocido y protagonice las dos superproducciones del año.
—Yo venía trabajando en Australia sin parar, desde hace diez años, con toda clase de películas. Mi idea era hacer todo lo que podía en mi país, antes de tocar techo y moverme por otro lado. Para entonces, tenía suficiente experiencia como para poder sentarme en una misma habitación con James Cameron, con suficiente confianza para asegurarle que tenía algo bueno que ofrecerle y no iba a perder el tiempo conmigo.
—¿Dónde vive ahora?
—Vivo donde hay trabajo. No paré de trabajar desde que empecé con «Avatar».
—¿Todavía no tiene su propia casa en Hollywood?
—No, no tengo nada, porque vendí todo lo que tenía, antes del contrato con «Avatar». Estaba en casa, en Australia, y vi que nada de lo que tenía me definía para nada, así que vendí el vídeo, organicé una liquidación de existencias en casa y vendí algunas cosas a mis amigos.
—¿Todo para poder venir a Hollywood?
—Acababa de cumplir 30 años y probablemente tuve una crisis. Miraba alrededor y veía que no era feliz. Quería borrar mi vida, quería recuperar el control de mi vida. Me ponía enfermo que la gente me dijera qué era lo que tenía que hacer.
—¿Qué fue lo primero que hizo después de mudarse?
—Me fui a la montaña, solo. Y en medio de semejante cambio, recibí la llamada de James Cameron: «Quiero verte». Bajé del avión y le dije a Jim: «No tengo nada, solamente dos maletas. Mejor dejemos de hablar y me pongo a actuar». Eso fue todo. Tenía demasiado entusiasmo como para echarme. Yo insistía: «Ya estoy listo, empecemos a trabajar». Lo gracioso es que también le dije que el guión era muy malo y cuando le pregunté quien lo había escrito me dijo: «Yo». Y le respondí. «Entonces podríamos mejorarlo». Así fue todo.
—¿Justo después lo eligieron para «Terminator Salvation»?
—Sí, aquello fue mucho antes. Hacía un año que estaba trabajando con «Avatar» cuando el director McG le dijo a James Cameron que me estaba considerando para el papel de Terminator. Esta vez, Cameron no tenía nada que ver en esa película. Le dijo a McG «No arruines nada» y se reservó el derecho a criticar Terminator, porque él había vendido los derechos a su ex esposa por un dólar. Solo quiso ver la película pagando la entrada. ¡Y yo crecí viendo esas películas!
—¿Alguna vez soñó con semejante éxito?
—En cualquier profesión, uno siempre sueña con trabajar con gente que te inspira. Si pateas una pelota en el jardín de tu casa, vas a soñar con llegar a la Copa Mundial. Si tocas en una banda de rock, te gustaría tocar en los estadios más grandes, llenos de gente. Y en mi profesión sería estúpido decir que no quería trabajar con los más grandes.
—¿Qué opinan los amigos australianos que le compraron el televisor?
—No paran de reír cuando ven mi cara por todos lados. Me llaman y me dicen: «Vamos a usar un póster tuyo como blanco, para tirar dardos».

