No es mera corrección política ni feminismo masculino en el sentido clásico. Barack Obama es un hombre acostumbrado a que mujeres sensibles y fuertes decidan su destino. En la política y en la vida privada
Un hijo prodigio del matriarcado
Publicado Domingo , 17-01-10 a las 03 : 16
Desde que Barack Obama es presidente, los Estados Unidos tienen más mujeres embajadoras que nunca, empezando por Hillary Clinton, la archirrival reciclada en pararrayos diplomático del régimen, nada menos. A nadie se le ocultan el desparpajo y la naturalidad con que Obama se mueve en medio del poder femenino. Tiene a Nancy Pelosi en la presidencia de la Cámara de Representantes y tiene a la «sabia mujer latina» Sonia Sotomayor en el Tribunal Supremo. Por supuesto tiene a su mujer Michelle y a sus hijas Malia y Sasha y, por si fuese poco, se ha llevado a su suegra a vivir a la Casa Blanca.
No es mera corrección política ni feminismo masculino en el sentido clásico, sino algo a la vez más simple y más profundo: Barack Obama es un hijo prodigio del matriarcado. Un hombre acostumbrado a que mujeres sensibles y fuertes, a menudo extraordinarias, decidan su destino.
Que Hillary Clinton es una de las mujeres de la vida de Obama a estas alturas no lo niega nadie. Ahora que hay tanto revuelo cotilla con Game Change, el último nuevo libro sobre la campaña presidencial de 2008 que, entre otras importantes revelaciones, menciona a una posible amante de Bill Clinton y un calentón verbal de Harry Reid, alguien podría fijarse más en una revelación clave del libro: Hillary estuvo a punto de intentar ser candidata en 2004, como le aconsejaba todo su entorno —su marido incluido—, con la única excepción de su hija Chelsea. Si no hubiese escuchado a Chelsea, previsiblemente Hillary habría sido la nominada demócrata en la convención de 2004 en lugar de John Kerry. Que fue quien invitó a hablar por primera vez ante una audiencia nacional al entonces joven senador por Illinois.
En resumen, si Hillary no hubiese dejado escapar el tren en 2004, quizás hoy el mundo no conocería a Obama. Más aún que contra John McCain, el actual presidente ganó las elecciones contra Hillary. Reivindicando lo nuevo frente a lo experto, lo digital frente a lo analógico, lo negro (o casi) frente a lo blanco... y sí, lo masculino frente a lo femenino. Si la elección de 2008 es famosa por haber derribado barreras raciales, las sexistas siguen en pie, como demuestra el tenaz acoso a Sarah Palin.
Y en cambio Obama es un hombre y un político que no se entienden sin el matriarcado. El gran carisma de la figura de su padre Barack Obama Sr., nacido en Kenia en el seno de la etnia Luo, hace a veces olvidar el detalle fundamental de que Barack Obama Jr. sólo convivió con su progenitor durante los dos primeros años de su vida —hasta que sus padres se divorciaron— y durante una breve visita de Barack Obama Sr. a Hawai en 1971. A principios de los 80 un joven Obama adulto se plantea por primera vez viajar a África para conocer a sus ancestros. La prematura muerte de su padre en accidente de coche frustrará este intento.
Para entender cómo funciona la mente de Obama es mucho más fundamental seguir la pista de su madre, la asombrosa Stanley Ann Dunham. Hoy parece la mar de normal que una joven americana blanca en Hawaii estudie ruso, conozca en clase a un estudiante negro de Kenia y se case con él, pero en 1961 esto era aún bastante extraordinario. Lo era incluso en Kenia: el abuelo africano de Obama se oponía enérgicamente a que su hijo matrimoniara con una blanca y así se lo hizo saber al abuelo americano en una carta que bordeaba lo insultante.
Por supuesto había otras razones para deplorar aquel matrimonio. Aunque no se habla mucho de ello, el padre de Obama no estaba enteramente libre de polvo y paja: en África había dejado a una esposa y dos hijos anteriores. Siguió cultivando las dos cosas con entusiasmo después de divorciarse de la madre de Obama. El resultado es que el actual presidente de Estados Unidos tiene medio hermanos en tres continentes y un marcado horror a la infidelidad y al divorcio. Si Obama conserva una estatura mítica de la figura paterna —la que desarrolló en sus impresionantes memorias «Sueños de mi padre»—, ésta no se debe tanto a los méritos estrictos del padre como a los buenos oficios mitificadores de la madre. Obama cuenta que él creció convencido de que su padre era maravilloso y de que ser negro equivalía a ser el más guapo y el más listo del mundo.
Viaje a África
Esta terapia de orgullo sin duda ayudó a labrar su autoconfianza prodigiosa. Bien es verdad que Obama tuvo un shock cuando, siendo apenas preadolescente, vio por casualidad las fotos de unos negros con la piel abrasada: habían intentado volverse blancos y ese era el resultado. Ese fue el primer choque del futuro presidente con el estigma racial. Y fue un choque de esos que no se olvidan.
Lo más parecido a referentes paternos que Obama ha conocido son su abuelo materno y el segundo marido indonesio de su madre, Lolo Soetoro. Obama convivió con Soetoro mucho más tiempo que con su propio padre. Por cierto, cuenta que de él aprendió a no dar limosna a todos los que la piden —que en Yakarta son muchos— si no se quiere acabar como ellos. Primera piedra del pragmatismo progre según Barack Obama.
La siguiente mujer clave en la vida de Obama es su media hermana africana Auma. Auma era uno de aquellos dos niños que el padre de Obama dejó atrás para irse a América. De piel mucho más oscura que el presidente, comparte sin embargo con él algo de su identidad escindida: es una mujer africana joven que se ha formado en Alemania. Auma fue quien finalmente llevó a Barack a África. Quien le llevó de la mano a conocer sus raíces, un viaje que en ocasiones tuvo mucho de doloroso descenso a los infiernos.
Los amoríos del presidente
Ya para entonces el guapo pero no muy lanzado Barack había descubierto que, aunque ligaba sin problema con mujeres blancas, le costaba comprometerse con ellas. Hubo un amor interracial que salió mal y la siguiente relación importante que consta en acta ya es la que le llevará a desposar a su esposa Michelle, nacida Robinson.
Barack la llama «mi roca». Que lo es en más de un sentido: firmemente anclada en una granítica tradición étnica y familiar, Michelle compensa todo lo de volátil que hay en su marido. Él pone el elemento mágico y ella los pies en el suelo. Es también su ventana abierta al <CF44>mainstream</CF> de la tradición afroamericana, de los descendientes de negros esclavos y no de negros turistas, como el padre de Obama.
Los Obama atravesaron problemas de pareja al principio de la carrera política de Barack, cuando sus ausencias obligaron a Michelle a hacer horas extra como abogada profesional y como madre soltera en la práctica. No es eso lo que una aprende en los manuales feministas de los sesenta. El éxito premió aquellos sacrificios y hoy en día forman una de las parejas más sólidas y envidiadas de todo el espectro político. Tras algunos desajustes iniciales, cuando Michelle se pasaba ligeramente de desmitificadora con detalles tales como que el presidente ronca de noche y por la mañana le huele el aliento, la primera dama parece haber encontrado el punto justo entre ironía y devoción. También parece sentirse a sus anchas en su papel de consorte cualificada: ni florero, ni Hillary Clinton.
Que el relevo matriarcal está asegurado para la siguiente generación lo confirma esta anécdota. El día en que el mundo despertó atónito con la noticia de que a Barack Obama le habían concedido el Premio Nobel de la Paz, Malia Obama le dijo a su padre: «Es fantástico, a ti he han dado el Premio Nobel de la Paz y es el aniversario de Bo (el perro familiar, regalo de Ted Kennedy)». Y añadió Sasha Obama: «Mejor aún, a ti te han dado el Premio Nobel de la Paz... ¡y tenemos por delante un fin de semana largo de tres días!».
El mismo Obama extrajo el corolario de que «es bueno tener hijos para no perder de vista el verdadero lugar que uno ocupa en el mundo». Claro que lo mejor de todo es tener hijas.

Enviar a:

¿qué es esto?


Más noticias sobre...