Presidenta del Parlamento vasco y madre de cuatro hijos, afronta a diario una carrera de fondo. Entre prueba y prueba, charla con ABC sobre la situación política vasca y nacional, el liderazgo de su partido y hasta de fútbol
Actualizado Domingo , 21-02-10 a las 17 : 01
Arantza Quiroga (Irún, 1973) bien podría protagonizar ese famoso anuncio de la tele que airea las bondades del yogur para afrontar con energía el nuevo día. Presidenta del Parlamento vasco y madre de familia numerosa —tiene cuatro hijos—, ella es plusmarquista de la política, un ejemplo de conciliación, tanto en la Cámara de Vitoria como en casa. Un lunes cualquiera, ABC trata de seguirle el ritmo en una carrera de fondo que pasa por las tres provincias vascas y parece no concluir nunca. En total: 215 kilómetros en 24 horas.
El secreto para encarar su intensa jornada, asegura, está en madrugar. En el domicilio de los Quiroga, en pleno centro de Irún, amanece a las 06.30. Una breve ducha, apenas un café y una maleta. Hoy toca dormir fuera. «Es lo que peor llevo», concede antes de entrar en el coche oficial, su segundo despacho, que espera abajo. Atrás quedan, desayunando, sus cuatro hijos —Andrés (9), Pablo (7), Álvaro (5) y Pedro (2)— y su marido, «que es en realidad el que mejor concilia de los dos».
Su palmarés revela que ha llegado pronto y bien a casi todo. «A los 19 años, cuando estudiaba Derecho en San Sebastián, me afilié al Partido Popular. A los 21 fui concejal en Irún y, tres años después, en 1998, entré en el Parlamento», enumera, convencida desde muy joven de que su carrera era la política. Designada por Antonio Basagoiti como número 3 del partido en Euskadi, hoy sigue pulverizando récords. El último: ser la primera presidenta «popular» del Parlamento vasco, merced al pacto firmado con el PSE para respaldar al Gobierno de Patxi López.
Cada mañana, Arantza Quiroga tiene hora y media de trabajo de camino a Vitoria. «También lo dedico a reflexionar sobre la actualidad», matiza en señal de que está preparada para la entrevista.
—El País Vasco acaba de salir oficialmente de la recesión. ¿Apoyaría a nivel nacional un Pacto de Estado anticrisis?
—Ahora mismo eso es impensable. Aquí hemos llegado a acuerdos mínimos, que nos han permitido apoyar al Gobierno porque creemos que va en la dirección correcta.
—Parece que sus compañeros de partido no terminan de ponerse de acuerdo: elecciones anticipadas, debate nacional, moción...
—Lo mejor de una moción de censura es que tienes la obligación de plantear un programa...
—¿No lo ha hecho el PP hasta ahora?
—Bueno, yo a Rajoy le he oído muchas propuestas, pero es verdad que el PP tiene que poner encima de la mesa un programa de Gobierno claro, quizá con una escenografía distinta, más solemne. En cualquier caso, la responsabilidad en este momento la tiene el Gobierno de Zapatero. Creo que se le está pidiendo a la oposición que asuma un papel que no le corresponde.
—El pasado fin de semana asistió al VI Congreso de Víctimas en Salamanca. ¿Le sorprende que el Presidente no acudiera a la cita?
—Es un gesto extraño. No sé qué le pasa al Gobierno con las víctimas. Lo único que quieren es apoyo institucional. A lo mejor tienen miedo de que les reprochen algo.
Los lunes de la Presidenta»
Hablando de ausencias, en este caso la de nieve en la calzada, allana el camino hasta Vitoria. Los diarios, su PDA y el portátil son sus compañeros habituales de viaje. «Lo primero que impulsé cuando asumí el cargo fue crear la Mesa telemática del Parlamento», comenta mientras revisa la agenda del día. Al otro lado del teléfono móvil le asiste su jefa de Gabinete.
Hoy tengo lo que yo llamo “Los lunes de la presidenta” —avisa—. Primero “Hirukide”, la Federación de Familias numerosas de Euskadi; luego la Asociación de Periodistas vascos, después la de Comerciantes de España». Por la tarde toca conferencia en el PP de Guecho, «más lo que vaya surgiendo», advierte. La jornada concluye con una cena con delegados de la Comisión de Pesca de la UE en Bilbao.
Su agenda del lunes da buena cuenta de sus logros personales al frente del Parlamento. Desde que lo preside, en abril del año pasado, se han abierto las puertas a grupos que antes nunca habían entrado, como las víctimas del terrorismo o la Guardia Civil. Nada más llegar, una treintena de niños, hijos de familias numerosas, invaden el hemiciclo y disparan sus preguntas a los parlamentarios. «Es un privilegio que te cuenten su visión de los problemas en primera persona. Te dan claves», afirma. El turno de visitas, trepidante, concluye poco antes de las dos.
«¿Podemos comer antes de las fotos?», le ruega al fotógrafo de ABC. «Es que hoy no he podido picar nada». Quiroga bosteza. «Comer me da mucho sueño», se disculpa enfilando hacia la cafetería del Parlamento, su comedor habitual. Allí, uno es testigo de aquello que apuntaba antes: la magnifíca sintonía que guarda con los diputados. «Con los del PNV también. Pero no sólo esta legislatura. Nuestra relación es buena porque sabemos separar el debate político, que ha sido muy duro y crispado, de lo que es la relación personal», apunta.
Aun así, reconoce que han bajado varios grados de temperatura desde que Batasuna fue desalojada de sus escaños. «No se nota tanto en los pasillos, porque ellos nunca han hecho pasillos, siempre han estado aislados y a su bola, pero sí en el Pleno. No hay esa tensión añadida. Por primera vez se han llegado a acuerdos unánimes, algo que era impensable hace años. Hoy —presume feliz— Euskadi es un oasis dentro de la gresca política general que se respira en España».
—¿Cuál es el mayor logro a estas alturas de la presente legislatura?
—Que por fin hemos dejado de dar vueltas al monotema (el debate identitario) y debatimos los problemas reales de la sociedad. Ahora empezamos a destacar por otras cosas, por ejemplo, que somos el motor de salida de la crisis.
—¿Y la clave fundamental en este nuevo tiempo político?
—Que inauguramos una situación virgen, donde la sinceridad y la credibilidad siguen intactas. La clave del éxito en el País Vasco es la buenísima relación entre Patxi López y Antonio Basagoiti.
—Las encuestas dicen que el 71 por ciento de los vascos desconfía del Gobierno. ¿Qué lectura hace de ello?
—Creo que el Euskobarómetro al que se refiere sigue en la tónica de siempre. Algunos aún creen que no vamos a durar nada, pero es cuestión de tiempo. Nuestro compromiso por el cambio es real.
—¿Qué opinión tiene de Patxi López?
—Es un hombre accesible.
—(Risas cómplices con su interlocutora) De fiar, en principio, somos todos hasta que se demuestre lo contrario. Me gusta conceder el beneficio de la duda.
Arantza Quiroga pide lentejas y una tortilla francesa. Nada de postre. «Ya robaré alguna pasta donde pueda», confía. En cuanto el grupo (en el que figuran la entrevistada, su equipo de trabajo, con el que repasa la agenda de la tarde, el fotógrafo y la periodista) se sienta a la mesa, la presidenta hace gala de su voluntad conciliadora. Primero rescata a una compañera de filas, Laura Garrido, de la soledad de una silla aledaña. Minutos más tarde, convida a Blanca Roncal (PSE), vicepresidenta de la Mesa, a esta otra improvisada mesa. «Lo de comer sola no me gusta nada», desliza por lo bajo mientras ojea las noticias en ETB-1. Quiroga sonríe al ver imágenes de la visita de los niños a la Cámara.
—Entonces, ¿da clases de euskera?
—Sí, tengo dos días de clases a la semana en casa. Hora y media.
—Usted ocupa la primera línea en la proyección mediática. ¿Cree que su imagen contribuye a su popularidad?
—Yo quiero pensar que salgo mucho porque digo cosas interesantes (risas). Pero en realidad sé que esto no es del todo así...
—¿Es la política española machista?
—Yo jamás me he sentido discriminada por ser mujer, pero me parece que se nos hace un flaco favor cuando se fuerzan cuotas.
—¿Se siente identificada con alguna de las ministras del Gobierno?
—La verdad es que no. Tengo más «feeling» con la ministra Cristina Garmendia. Igual es porque no es socialista.
La actualidad deportiva interrumpe la conversación.
—«Perdonad. ¿Habéis visto el gol de Bravo?» inquiere en referencia al portero chileno de la Real Sociedad, que marcó de falta directa el domingo pasado. «Ha sido un «txitxarro» en toda regla».
Su jefe de prensa, del Athletic, disiente. Pero Arantza no se arredra. «Seguro que le sacáis un primo vasco y lo ficháis».
—¿Han heredado sus hijos su pasión txuri urdin?
—¡Qué va! (se lamenta) El mayor es del Real Madrid y el segundo del Barcelona; no son ajenos al debate social. Y eso que mi marido es de la Real hasta la mecha... Pero claro, con el equipo en segunda... Este año subimos seguro.
En el café, y una vez cerrado el capítulo futbolístico, una parlamentaria del PNV saluda a lo lejos.
—¿Cómo les ve ahora que están en la oposición por primera vez?
—El PNV debería estar ahora en una especie de travesía del desierto. Pero todavía no ha abierto una etapa de reflexión interna porque es socio preferente de Zapatero en Madrid, y eso le da vidilla. Deberían estar pensando en quién será su próximo candidato porque ahora mismo no lo tiene.
—Y el Gobierno del PSE, ¿tendrá mano firme para pilotar el cambio político en el País Vasco?
—La verdad es que tenemos que estar detrás de ciertos temas, como en materia educativa y lingüística... porque en cierta manera siguen mirando de reojo al PNV. Pero vamos a esforzarnos, desde la lealtad al pacto de Gobierno, para que se tomen los acuerdos necesarios que la sociedad vasca pide. Hay que seguir dándoles tiempo.
—¿Qué margen de maniobra tendrá el PP en la campaña?
—Somos socios preferentes del Gobierno, lo que no quiere decir que le hayamos dado carta blanca. Tenemos las manos libres para buscar consensos con otras fuerzas.
—¿Ordenará la dirección del PP vasco, a la que usted pertenece, trasladar el pacto de Gobierno con el PSE a los ayuntamientos y diputaciones?
—Habrá que estudiar cada caso con todos los datos en la mano. Ahora estamos concentrados en sacar el mejor resultado electoral, pero lógicamente sería importante mantener la alternativa al nacionalismo.
—¿Se han cerrado las heridas abiertas en el seno del PP vasco tras la traumática salida de María San Gil?
—Sí. La elección de Antonio como nuevo presidente y la cercanía de las autonómicas nos permitió completar la renovación del partido, con tres Congresos provinciales en los que los tres candidatos obtuvieron mayorías históricas. Se nota que el partido está ilusionado y los afiliados nos respaldan.
—¿Qué destacaría de Basagoiti?
—Su responsabilidad.
Otra vez en el despacho, Quiroga ultima con su equipo sus próximas citas. A las cuatro despacha con la letrada mayor del Parlamento. Antes pide un minuto para llamar a su marido. Esta noche se tendrá que hacer cargo de los niños. «Fue él quien eligió el nombre de nuestros hijos. En su día pactamos que él lo haría con los chicos y yo decidiría si teníamos una niña.No he podido llamarla Ana».
En la habitación destacan dos símbolos que durante años han estado ausentes: una imagen dedicada del Rey y una bandera española, que luce junto a la ikurriña. Además, una fotografía ilustra a un Mariano Rajoy sonriente abrazando a Arantza Quiroga y Laura Garrido. «Fue tras el Congreso de Valencia», recuerda.
—A sus ojos, ¿el liderazgo de Rajoy es a día de hoy incuestionable?
—Yo desde luego le admiro. No sé cómo no ha mandado a todo el mundo a la porra varias veces.
—Precisamente, en una entrevista en «D7» hace quince días, Mariano Rajoy reconocía que su mayor defecto era la «excesiva paciencia»
—A Mariano se le ha presionado mucho, que si debe expulsar a uno, que si debe hacer esto o lo otro... Para mí es una garantía que no se deje vencer por la presión. Al final, aquellos mismos que han cuestionado su liderazgo han terminado cociéndose en su misma salsa.
Concluida su última cita en la Cámara, entra en la web del colegio de sus niños. «Así sé las tareas que tienen para mañana». Y sale a la carrera hacia el coche. Hasta Guecho, donde participará en un acto del partido, aún tiene una hora para preparar la reunión de la Mesa de mañana. Tras la cena en Bilbao, ya en la soledad del hotel, dedicará un minuto a sí misma.
—¿Se ve haciendo carrera en Madrid?
—Yo soy una mujer de partido y si Mariano Rajoy me llama iré, pero antes lo consultaré en casa con mi familia.
—¿Y como presidenta a los 67 años?
—¿Te imaginas? (Ríe) No, espero tener alguien a mi alrededor que me quiera lo suficiente como para decirme «es tu hora, Arantza, ahora para casa».

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