De Miguel Delibes siempre me ha asombrado su capacidad para describir al ser humano. Para retratarlo, con trazos expresivos y certeros, y para visualizar con palabras los escenarios y ambientes en los que viven y se desenvuelven sus personajes. Y no me ha asombrado menos su enorme talento para, con un lenguaje austero, seco y carente de cualquier énfasis, conmover a sus lectores desde la más absoluta contención. Éstos han sido siempre los retos para cuantos cineastas hemos intentado trasladar su mundo a la pantalla. Conseguir parecidos resultados, semejantes cotas de emoción, con imágenes desnudas, sin acentos ni adjetivos inútiles, desprovistas de toda retórica. Aunque lo hemos intentado, no sé si lo habremos conseguido.