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, 14-05-10 a las 10
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Desde que Douglas Fairbanks lanzara la primera —aunque no la más precoz, ya que su sosias Ivanhoe se le adelantó nueve años— saeta certera allá por 1922, hasta que un tal Peter DeLuise (hijo del orondo caricato Dom DeLuise, por cierto) pergeñara el año pasado una despendolada y despiadada versión televisiva llamada «Robin Hood contra el dragón», el mito del arquero más justiciero del bosque de Sherwood ha dado con sus huesos en un centenar de ocasiones tanto en la pequeña como en la gran pantalla.
Por supuesto, la más legendaria de todas fue la que inmortalizó al tarambana de Errol Flynn allá por 1938, con las chorreras del medievo camp aplicadas por Michael Curtiz y con una impresionante Olivia de Havilland de cuyos labios salían algunas de las frases más cursis y entrañables del Hollywood dorado.
Tras décadas de semi-olvido, en los que sólo el «Ivanhoe» (1952) de Robert y Elizabeth Taylor volvió a mirar a los parajes encantados de Nottingham y alrededores, a mediados de los años setenta el icono se reivindicó de la forma más variopinta posible: por un lado, «Robin Hood» (1973), las simpaticonas aventuras de una factoría Disney en plena transición; por otro, las gansadas de los Monty Python en «Los caballeros de la mesa cuadrada» (1975), donde Eric Idle encarnaba a un tal Sir Robin «el-no-tan-valiente-como-Sir Lancelot»; y, en fin, el crepuscular y cascado «caballero oscuro» que interpretó Sean Connery en la bella «Robin y Marian» (1976) junto a la inolvidable Audrey Hepburn.
Pasaron los ochenta, donde no estuvo muy bien visto eso de que los pobres robaran a los ricos (aunque un Robin Hood en la selva de Wall Street hubiese tenido su punto) y de nuevo los 90 devolvieron a la actualidad al justiciero gracias a la dupla «Robin Hood, príncipe de los ladrones»(1991) y «Robin Hood, el magnífico» (1991) y a la «chufla» «Las locas, locas aventuras de Robin Hood» (1993), del inefable Mel Brooks.
Como vemos, cada uno viste al héroe con el ropaje que más le conviene, siguiendo la máxima del eminente historiador J.C. Holt: «Hay tantos Robin Hood como flechas en un carcaj, pero no son más que remotas posibilidades». Y es que esta historia ha pasado de generación en generación, transformándose para adaptarse a cada época, como corresponde a toda tradición oral que se precie.
Y ésta es de las buenas, ya que existen ecos desde el siglo IX, cuando algunos juglares cantaban las gestas de un tal «Robin el decapitador», para tomar forma de balada escrita en los siglos XV y XVI. Lo mejor del asunto es que, posiblemente Robin nunca existiera, ya que algunas teorías apunta a que el mote de «Robehod» solía darse a los maleantes, o que «Robin Hood» era un mote usado por los propios ladrones.
La leyenda en el siglo XXI
Y en esto que llega Ridley Scott con una versión que intenta acoplar a la leyenda al siglo XXI: «Todo el mundo dice que Robin Hood robaba a los ricos para dárselo a los pobres, pero nos pareció importante escoger un periodo del medievo durante el cual el pueblo pasara hambre por culpa del total descuido de la corona. Las clases nobles son el enemigo, y el hombre del pueblo que se alza contra ellas es Robin Hood. Dentro de este concepto, no hemos olvidado las facetas románticas de la leyenda. ¿Es una película con humor? Sí. ¿Es una película de acción? También», comenta el director de «Blade runner».
Para que todo quedase bien atado y hasta lacrado, hacía falta un actor con la suficiente vis heroica y la planta apropiada. ¿Y qué mejor que alguien de confianza como Russell Crowe justo el año en que se cumple la primera década de su relación profesional con Scott? Recordemos que uno de los puntos álgidos de popularidad del cineasta inglés tuvo lugar con «Gladiator», patrón de un estilo histórico-grandilocuente que intentaría repetir sin éxito en «El reino de los cielos». Filme éste que, curiosamente, no contó con Crowe en sus filas, algo que sí ocurrió en cuatro ocasiones más, encima consecutivas: «Un buen año», «American gangster» y «Red de mentiras». Para celebrarlo, el australiano se empapó de épica medieval, leyendo más de treinta libros acerca de Robin Hood y la sociedad y la política en los siglos XII y XIII, con la intención de comprender al personaje desde dentro, quitándole el caparazón de héroe y quedándose con el corazón de hombre:
«Hay que tener en cuenta que Robin es testigo, a los cinco años, de la muerte de su padre», explica el actor. «A continuación, es llevado a un monasterio de los Caballeros Templarios en Francia y sus guardianes Loxley y Marshal parten a las Cruzadas. Cuando regresan unos años después, el niño ha desaparecido. Le trataban mal y ha huido con lo único que tiene, la loriga de su padre. Basta con imaginar a un niño arrastrando la armadura de un adulto para comprender su tormento. Piensa que sus padres se deshicieron de él pero vuelve a Inglaterra. Así, seguimos a un hombre en un viaje de autodescubrimiento. Poco a poco, empieza a acordarse del pasado y su búsqueda se consolida. Se da cuenta de que le guía el destino y de que está metido en algo mucho más grande de lo que creía».
Si a este run-run le unimos a Cate Blanchett de dulce y William Hurt y Max von Sydow de regio, tenemos «Robin Hood» para unos cuantos lustros. Por cierto, no confundir al Kevin Durand que hace de Little John con su casi homónimo alero de los Oklahoma City Thunder, que ese sí que donde pone el ojo pone la flecha en la canasta.
