Las energías renovables adquieren cada vez más peso en las economías de todo el mundo. Su desarrollo plantea nuevos retos y dudas. El libro «Electricidad verde» (Editorial Marcial Pons) arroja luz sobre el asunto. ABC Natural ha charlado con uno de los editores, Boaz Moselle, quien dirigió el regulador energético del Reino Unido Ofgem y ha asesorado a gobiernos y empresas sobre generación renovable, la eficiencia energética y la seguridad en el suministro.
—El sector eléctrico español ha sugerido al Gobierno la creación de un nuevo impuesto sobre los carburantes y el gas butano para sufragar el 75% del coste de las primas concedidas a las energías renovables. ¿Qué le parece la recomendación?
—Los combustibles fósiles son, en gran parte, responsables del calentamiento global, por lo que estamos ante una oferta lógica e interesante. Pero conviene preguntarse qué es mejor: gravar los combustibles fósiles o los consumos eléctricos. ¿Qué alcance pueden tener una y otra medida en la economía de un estado (su influencia sobre el empleo, las industrias…)? No puedo pronunciarme al respecto, no soy un hombre de finanzas. Aunque está claro que una política de subsidios desgasta a un país.
—Los ciudadanos pagan las primas en el recibo de la luz (6.000 millones de euros en 2009, según el Ministerio de Industria). ¿Cuál sería el mejor apoyo a las renovables?
—Las primas a la producción garantizan un precio determinado para la energía por encima del de mercado durante un periodo dado. Éstas han sido muy utilizadas en España, por ejemplo, y han demostrado ser un potente mecanismo para promover la inversión, minimizar el coste que perciben los consumidores y maximizar la producción. Por otra parte, los subsidios a la producción pagados sobre el precio de mercado, aunque no son tan comunes, pueden ser igual de efectivos y menos distorsionantes.
—¿La solución consiste en castigar a los que emiten dióxido de carbono y premiar a los que producen energía limpia?
—La mayoría de los países sitúan a las energías renovables en la cabecera de la lucha contra el cambio climático. Los actores políticos han depositado una cantidad significativa de dinero para promocionarlas, pero gran parte de esos fondos se gastarán de manera inadecuada. Por ello, el mejor escenario debería plantear una política que introdujera un impuesto sobre el carbono, un mecanismo de limitación y comercio de derechos de emisión de CO2, la captura y almacenamiento de CO2, la generación nuclear, la reducción de emisiones en sectores no energéticos, la eficiencia energética, las renovables….
—¿El Estado debería controlar más al sector energético o darle más libertad?
—Soy partidario de la liberalización, pero entiendo que existe un problema global, como es el cambio climático, que obliga a los gobiernos a estar muy involucrados e interconectados en materia energética. Pero las líneas de actuación, como hablábamos antes, son variadas.
—A finales de noviembre Naciones Unidas organizará en Cancún (México) la Cumbre contra el Cambio Climático (COP 16). ¿Cree que saldrá de ella un texto vinculante que sustituya a Kioto?
—No tengo muchas esperanzas puestas en Cancún. Me temo que asistiremos al mismo fracaso que en la pasada reunión de Copenhague. El cambio climático es un problema muy serio. Y creo que en Europa no lo han entendido todavía, pese a las discusiones que sobre la materia se vienen manteniendo desde hace años. Pero aún no se han adoptado compromisos férreos, claros.
—El presidente estadounidense, Barack Obama, considera a España un buen ejemplo a seguir en cuestión de renovables. Si los Estados Unidos apuestan de forma decidida por crecer en esta área, ¿cómo de grande podría llegar a ser su mercado?
—Su política actual de incentivo de las renovables no es muy grande. Sin duda, en el futuro, el mercado estadounidense en renovables será muy importante. Su mayor objetivo, ahora, estriba en reducir las emisiones de dióxido de carbono. El 50 por ciento del consumo eléctrico de los Estados Unidos procede del carbón (una cantidad enorme).
—La Comisión Europea prorrogará hasta 2014 las ayudas públicas al carbón, que expiraban en 2010, si toda minería deficitaria cierra. ¿Acierta la Unión Europea?
—La seguridad de suministro está en la primera línea de la agenda europea, de ahí los incentivos a las renovables. La dependencia del carbón importado no resulta preocupante debido a la cuantía, diversidad y afinidad con potenciales proveedores (EE.UU., Rusia, China, Australia, India, Suráfrica). Por lo que los subsidios al carbón nacional no parecen necesarios. La dependencia de Rusia y Argelia como abastecedores de gas sí es un problema debido a las circunstancias geopolíticas que rodean a ambas naciones: instituciones democráticas débiles, incertidumbre sobre si podrán acometer las inversiones necesarias para aumentar la producción de gas o enfrentamientos con otros países de su órbita, entre otras.
—¿Qué opina de la energía nuclear?
—Es una energía local, segura, limpia y nada cara que en España está demostrando ser muy exitosa. La energía nuclear debe regularse de forma clara, pero, por supuesto, debe usarse dentro del mix energético de un país.
—En el libro ustedes mencionan que invertir en renovables con el objetivo de crear empleo parece una salida económica poco sólida, y citan el caso de España.
—El rápido crecimiento de la energía renovable española antes de la recesión tuvo un impacto mínimo en su mercado laboral y tampoco sirvió de contrapeso al crecimiento del desempleo durante la crisis. No hay que olvidar que las energías renovables son máquinas, un grupo de aerogeneradores situados en un lugar con viento, por ejemplo. Tampoco hay evidencias que indiquen que las nuevas tecnologías renovables generen externalidades positivas sobre el resto de las compañías (energéticas o no) de un país. Sí podemos decir que se beneficiarán aquellas industrias dedicadas a la ingeniería.




