El traje de héroe de Ghilas
El delantero argelino firma un gol al alcance de unos cuantos elegidos para redondear un partido marcado por una lucha titánica
En el fútbol, el deporte más practicado del planeta, hay jugadores que son muy buenos, pero que no son especiales. También hay futbolistas especiales, pero no se les puede considerar únicos. Otros sí lo son, pero no están entre los mejores... Las categorías son infinitas. Se aprecian tanto en el patio de un colegio como en la Liga de las Estrellas. Hace falta algo más que una técnica privilegiada o un esfuerzo incondicional para ganarse en la élite la condición de héroe. Quizá haya quien prefiera recibir el calificativo de «crack» o quienes busquen el reconocimiento bajo el título de astro. Ellos son los más temidos por los rivales y los más admirados por el público neutral. Pero sólo los héroes reciben el cariño verdadero de su grada. Sólo ellos han sido elegidos para el recuerdo. Aunque sólo sea en el corazón de unos pocos.
Los héroes no escriben su pasado, entran en la Historia por su presente. Aparecen cuando más lo necesitan los suyos. Al rescate. Como hizo Uli Dávila el 22 de junio. Son capaces de hacer real lo imposible; de transformar las lágrimas en felicidad plena. El mexicano fue el último en utilizar un traje cosido con hilos de esperanza y confeccionado por una pasión que se quedó al desnudo cuando salió del club en verano el autor del gol más importante de 42 años de frustraciones. Desde entonces buscaba la grada de El Arcángel un salvador, una figura a la que encomendar el milagro de la salvación. Porque, tras 13 jornadas sin ganar, el sueño de Primera se había tornado en pesadilla. La afición ya conocía a Borja García. Y a Fede Cartabia lo descubrió pronto por sus goles. Dos motivos para creer. Aunque, en San Mamés y sin el argentino, las cuentas de la permanencia pasaban por alto el duelo ante el Athletic y se centraban en vencer al Levante la siguiente semana.
Pero, cuando saltaron los jugadores del Córdoba de blanco y verde a la «Catedral», algo cambió. Lo hicieron dispuestos a todo para devolver parte del cariño que le insuflaban mil almas desde lo más alto de la tribuna sur. A nadie se le adivinaba un atuendo diferente. El traje de héroe es invisible, pero se siente. Ahí estaba. Quien lo porta, contagia al resto. Y a Nabil Ghilas le quedaba de maravilla. Le sentaba como un guante a la hora de presionar, le resultaba cómodo cuando tenía que chocar con un contrario y parecía propulsar al argelino en sus galopadas. La mirada del «14» atravesaba la lluvia bilbaína y se clavaba en unos rivales empequeñecidos y en unos compañeros que tuvieron claro siempre a quién entregar el esférico.
Los rayos X que nacían en los ojos de Ghilas surtieron efecto en uno de los adversarios. Atenazado, se quedó corto Iturraspe al retrasar un balón. El resultado fue una invitación al esprín. Una carrera que medía la velocidad de una defensa contra la decisión de un héroe que arrancaba más allá de la línea divisoria. Un rayo iba a partir a la zaga rojiblanca. Cuatro toques. Uno, para hacer inútil el esfuerzo de Gurpegi. Dos, para poner en el punto de mira la portería de Iraizoz. Tres, para imaginar. Y cuatro, para cargar de argumentos a los más racionales: el Córdoba peleará por la salvación con las armas de la calidad y el sacrificio que aúna un jugador total.
A quienes, en cambio, les pueda la pasión ya no les faltará un hueco en su memoria para recordar 40 metros de una carrera portentosa; una mirada fulminante, ganadora; una lucha contra el mundo que duró 90 minutos y que alcanzó su premio en el 22. No el 22 de junio, pero parecido. El minuto 22, en el que encontró digno heredero el disfraz de héroe blanquiverde.
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