PERDONEN LAS MOLESTIAS
El arco de la vergüenza
La imagen hoy del Portillo, agonizante y abandonado, nos desnuda en el espejo de nuestra incompetencia y nuestra vergüenza
La muralla primitiva de Córdoba es de origen romano y data del siglo II después de Cristo. La fortaleza tenía carácter defensivo y enclaustraba 47 hectáreas ... de suelo urbano con un muro de 2,6 kilómetros. Sobre ese mismo trazado, el Estado califal levantó su propia muralla y la amplió sucesivamente hasta abrazar, ya en época almohade, las huertas de la Axerquía con un cerramiento de más de 7 kilómetros.
En época cristiana, la muralla de Córdoba tenía 13 puertas de acceso, de las que hoy solo quedan tres en pie: la de Almodóvar, la de Sevilla y la Puerta del Puente. Del resto, apenas subsiste ya el nombre: Puerta de Osario, Puerta de Plasencia, Puerta de Andújar, Puerta del Colodro o Puerta Nueva, por citar algunas de ellas. Para separar la ciudad primigenia, llamada Medina o Villa, de la Axerquía había un paño de muralla que unía la Puerta del Rincón con la Cruz del Rastro. Cuatro portillos hacían permeable el paso entre la Medina, donde se concentraba el poder civil y religioso, y las huertas de la Axerquía.
En 1496, según datos de Ramírez de Arellano, el Ayuntamiento compró a Francisco Sánchez Torquemada su casa con la intención de derribarla y abrir una puerta en la muralla para el tránsito de personas. Desde entonces, el también llamado Portillo de Corbache, ejecutado con sencillez arquitectónica en arco de herradura, es uno de los nudos de paso más bellos de la Córdoba histórica. Y el único que sobrevive con vida (por ahora) tras la desaparición de los otros tres que conectaban la Medina con la Axerquía. Nos referimos al Portillo del Bailío, la Puerta de Hierro y la Puerta de Luján, hoy pertenecientes ya al universo vaporoso de la memoria.
La muralla de Córdoba y sus trece puertas se han ido extinguiendo lentamente a lo largo de los siglos como se derrite un terrón de azúcar bajo la lluvia. Cuando llegaron los franceses en 1808 constataron que buena parte de la fortificación defensiva de la ciudad resistía a duras penas el paso del tiempo. El primer mapa científico de Córdoba fue ejecutado en 1811 precisamente por técnicos galos y en él se radiografían todas las amenazas que se cernían sobre un tesoro patrimonial único en el mundo.
El siglo XIX fue letal para nuestro legado arquitectónico. El XX, calamitoso. La pujanza industrial y urbana entendió entonces que toda la riqueza arqueológica y cultural constituía un obstáculo molesto del que había que desprenderse. Nos ha costado siglos comprender el valor insustituible de nuestra herencia arquitectónica. Que los sillares romanos que descansan bajo suelo y los cimacios centenarios de nuestros antepasados son algo más que piedras en el camino del desarrollo.
Y cuando lo comprendimos, la muralla de Córdoba era ya una sombra moribunda y fragmentada, que jalona la calle Cairauán y se desangra en la Avenida del Marrubial. En 1948, el Arco del Portillo tuvo que ser apuntalado para evitar su ruina con un tacón de hormigón. Sesenta y cinco años después, en 2013, cuando Córdoba se vendía en el mundo por el enorme potencial de su patrimonio, el desplome de una vivienda colindante dejó al descubierto un Portillo agonizante.
Han pasado dos años y medio. La imagen hoy del viejo arco descompuesto y abandonado, penúltimo superviviente de una muralla milenaria, nos desnuda en el espejo de nuestra incompetencia y nuestra vergüenza.
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