Ezequiel Mendoza

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Al artista de las bellas artes, normalmente, se le relaciona con los mismos conceptos: exposiciones, técnicas, corriente artística, formación académica, galerías, mentores e incluso pupilos, entre muchos otros. La palabra artista suena a París, Roma o Nueva York. No obstante, hay artistas, como la jovencísima Leah Linh Vu (Lausana, Suiza, 2000), cuyas obras rezuman otro tipo de palabras: bisoñez, honestidad, pureza. Y también algunas otras como sufrimiento, espiritualidad o soledad. Sus obras, además, suenan a Suiza y a Rusia, pero también a Sevilla y Córdoba.

 

Porque Leah Linh ataca la vida como a su propia obra: directa, con honestidad, con todo el sentimiento. Sin buscar la perfección: solo con la intención de vivir para pintar. Ya lo decía Cézanne, «un arte que no se basa en el sentimiento, no es arte». Por eso, aunque Leah Linh no tenga formación artística, ni la pretenda, aunque no tenga una técnica concreta, ni esté buscándola, sus obras, su pintura, su escultura es arte, porque en ellas pone todo su sentimiento. Y todo lo que tiene que decir, expresar o comunicar.

 

 

 

«Pintar es una dinámica de vida. Pinto para expresarme. No busco artificios, ni busco una pintura perfecta, ni una técnica perfecta. Intento hacer otro tipo de interpretación, más profunda, para plasmar y comunicar sentimientos. Que la gente pueda sentir una emoción pura y bruta», explica la propia artista.

 

Leah Linh no pretende el arte por el arte. La belleza por la belleza. «El arte es la representación de lo bello que hace el hombre. Es decir, el hombre puede hacer belleza y necesitamos verla. El arte se ve y podemos aprender que es posible hacerlo. Pero el sentimiento y la emoción van más allá de ello», afirma. El objetivo, por tanto, es saber provocarla. Conseguir una reacción en el receptor de todos estos mensajes. Como dijo Banksy, que algo sabe en esto de provocar, «el arte debe consolar al pertubado y perturbar al cómodo». Encontrar el equilibrio en esa línea tan fronteriza es el reto.

 

 

 

 

Aunque para Leah Linh no es ningún desafío: es un estilo de vida. Una forma de vivir que aceptó hace ya cuatro años, cuando cambió la inmutable Suiza por la intensidad de Andalucía. Aquí estudió filosofía y latín en el colegio Entreolivos, cuyos profesores le permitían estudiar desde casa y presentarse solo a los exámenes. Así, podía dedicar todo el tiempo del mundo a pintar. «Vivo pintando, no vivo para hacer exposiciones. Vivo para pintar y eso me permite compartir estos mensajes, que no se queden conmigo. A mí me toca que la gente sienta estos mensajes».

 

 

ORO Y LUZ, LA HERENCIA ORTODOXA DE SU MENTORA

 

 

Leah Linh no busca formarse, ni en el arte, ni en la técnica, sino encontrarse a sí misma dentro de su propia obra. Es decir, entender primero qué siente, qué quiere decir, a través del arte, para provocar algo después en los demás. Para llegar a esta comprensión tan profunda, Leah Linh ha contado con el apoyo y la guía casi espiritual de una de las iconógrafas ortodoxas más famosas de Rusia: Tatiana Chirikova. «Sus fondos dorados, el uso del pan de oro, ha sido una de las cosas que más me ha inspirado para realizar mi pintura».

 

 

 

Para huir de la perfección, del vicio de la formación, Leah Linh intenta mantener la mirada ingenua y nublosa de aquella niña que entró acompañando a su abuela al taller de Chirikova. «Fue mi abuela quien se inscribió al curso, solo por distraerse, y yo la acompañé varias veces al taller. Me impresionó mucho su trabajo con el oro, siendo yo muy pequeñita. Soy de origen español y vietnamita, y Tatiana es rusa pero con los ojos muy asiáticos, así que los alumnos se creían que yo era su hija. Eso le tocó, porque no tiene hija, y me acogió», explica.

 

 

VIVIR CON EL ARTE, A PESAR DEL ARTE

 

 

En su web, Leah Linh explica que su obra está llena de mensajes complejos, llenos de sufrimiento, pero, ¿cómo alguien tan joven puede llegar a asomarse a ese tipo de abismos? La vida de Leah Linh, al contrario que la luz de sus obras, no está rodeada de oros. «Aunque mi padre es de una familia importante de Vietnam, él fue un balsero, un inmigrante que partió en patera tras la guerra».

 

Es por ello que, a pesar de ciertos algodones, hay cicatrices que hieren a varias generaciones. Y la vida de artista -vivir pintando, pintar para vivir- no siempre es fácil. «Lo más difícil fue comprender que sólo te tienes a ti para seguir adelante. Tenía 16 años, y todos los jóvenes tienen la misma dificultad, pero a la vez tuve también que asumir este don que Dios me ha dado. Por qué yo y no los otros, por qué yo no salgo, o voy a escuchar música, por qué no sé socializarme, por qué necesito pintar para dormir… Eso ha sido lo más difícil de asumir, que necesito esto para vivir y que no es un peso, sino algo bello que tengo que utilizar para vivir, estar bien y comunicar, el último reto y el más importante».

LA EXPOSICIÓN: UN MEDIO NO BUSCADO

«Opus Caelli» es un conjunto de obras de esta artista que, ante todo, tienen al cielo y la infinidad del universo, como temas transversales

Leah Linh es una artista compleja que, por raro que parezca, tampoco ha buscado exponer como objetivo último. Al contrario: siempre son los expositores quienes le han empujado a ella a hacerlo, en un proceso extraño para este gremio: son ellos los que elegían entre las obras de esta artista, los que buscaban los hilos conductores de sus exposiciones. Ella no ha realizado ninguna de ellas con pretensiones y, sin embargo, siempre ha encontrado algo que decir. No trabaja sobre ningún tema, ni sobre ninguna base, petición o razón. Y, sin embargo, ahí está el mensaje. El sentimiento. Sencillo, humilde y directo.

 

En este caso, hace unos días que Leah Linh llevó a cabo una exposición en el Studio Hache de Sevilla. Bajo el nombre de «Opus Caelli» (obras del cielo), esta exposición intentaba hilar, con mucho acierto, una serie de obras de esta artista que, ante todo, tienen al cielo y la infinidad del universo como temas transversales. Como contexto de todo aquello que Leah Linh siente y quiere expresar en sus esculturas y cuadros. «Estas obras hablan del universo, el espiritual y religioso. Se hace un paralelismo entre el cielo, el universo y dios. Esta exposición habla del cielo protector, profundo, maternal y también el que conocemos, el más religioso. Pero encontrar un mismo mensaje: protección, espiritualidad, del más allá, del infinito», explica la propia artista.

 

 

 

Al final, esta forma de vivir, de sentir y de pintar, consigue traspasar esa línea fronteriza, salvar el mensaje de ese abismo viciado, y llegar al receptor directo, sin más ropaje que esa luz dorada, que ese cielo inmenso. Un mensaje tan nítido y claro que hasta los niños, al ver las obras de Leah Linh Vu, han sabido comprender sin necesidad de ninguna explicación. «Muchas veces la mirada de un niño puede entender este tipo de mensajes mejor que la de un adulto. De hecho, los niños que han visto la exposición, por iniciativa propia, me han enviado cartas, han escogido una de las obras, cada uno, y me han hecho cuadros y pinturas sobre ellas, con un mensaje detrás. Ha sido muy conmovedor, sobre todo, porque así sabes que el mensaje que quieres transmitir, al final les llega».

 

 

Para más información: https://www.leahlinhpainter.com/

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