Crítica
Misticismo tan esperanzador y colorista como desconocido
En este caso el Hollande Baroque ha decidido revivir la música oculta en los monasterios de Brabante septentrional durante el siglo XVII
40 años de FeMÀS entre la meditación y el ardor

Parece que esta 40 edición del Femás vaya a ser la muestra que más música inexplorada nos haya presentado en su historia, sin que podamos saber con certeza si ha sido un perfil buscado para aportar mayor singularidad y 'modernidad' al certamen o responde a un movimiento general de la música antigua, que busca constantes novedades en las raíces de cada país.
En este caso el Hollande Baroque ha decidido revivir la música oculta en los monasterios de Brabante septentrional durante el siglo XVII, y en este programa especialmente se posiciona en la música inherente a los 40 días que van desde el Miércoles de Ceniza a la Pascua. El terreno físico, político y religioso ganado con el tiempo por los protestantes hizo que muchos católicos se tuviesen que marchar, mientras que otros optaron por mantenerse en la liturgia y música católica, ocultándose en todo tipo de viviendas y hasta en graneros, situación que milagrosamente se mantuvo intacta durante tres siglos.
En principio contábamos con cinco voces femeninas colocadas al fondo, como un pequeño coro, en el que también se contemplaban intervenciones individuales. Estaban escoltados a la izquierda por tres violines y a la derecha por tres instrumentistas de viento, en el que Moni Fischaleck alternaba el fagot con la flauta de pico, y los otros dos se encargaban de los sacabuches (Matthijs van der Moolen y Susanna Defendi).
En la pieza anónima del Gradual de Germent que abría el concierto, 'Jesu Redemptor omnium', destacaba la conjunción de las voces y la alta calidad de los instrumentistas sobre la única pieza de acompañamiento más acórdico, pesante, que al no volver a repetirse una textura parecida digamos que no resultó fatigoso.
A continuación, llegaban dos piezas de Benedictus à Sancto Josepho, donde ya destacaba la voz de la primera soprano Camille Allérat, no tan redonda como parecía al cantar con sus cuatro compañeras, y especialmente en este autor predominante en el programa, tal vez porque era el que alcazaba una tesitura más aguda, que fue a más en el 'Requiem' y sobre todo en el 'Tantum ergo', y que la obligó a destacar excesivamente del grupo al no poder mantener las notas tan altas sin elevar el volumen.
Sin embargo, en el 'Stabat mater' del mismo autor era una mezzo de voz casi completamente natural, de belleza sugestiva, la de alemana Ludmila Schwartzwalder, de perfecta dicción y expresividad (y aquí distinguimos entre la estupenda pronunciación del latín de las cinco cantantes y la inteligibilidad de esta mezzo, más meritoria en una voz más grave, que siempre tiende a oscurecer los sonidos). Su voz sola, emotiva, destacaba en una suerte de pasaje melódico que diríamos de canto gregoriano 'abrabantizado', es decir, pleno de esa espiritualidad gozosa, esperanzada, luminosa que caracteriza la música del programa, acompasada únicamente del elocuente órgano (Emmanuel Frankenberg).
Otro de estos momentos conmovedores vino de la conjunción de los tres violines (Judith Steenbrink, Chloe Prendergast y Filip Rekieć), en la obra de Carl Rosier y que las intérpretes tocaron de memoria. Parece que una de las características de esta música católica era el uso habitual del violín entre las mujeres, además del órgano (la directora y hermana de Judith, Tineke Steenbrink, se encargó del instrumento en algunas ocasiones, desde el que seguía dirigiendo), como en el 'O dulcissime Jesu' que seguía, a cargo de tres voces y los dos órganos.
En principio la desproporción entre mujeres y hombres podía parecer sorprendente, hasta que llegó el canto gregoriano titulado 'Media vita', donde las cantantes e instrumentistas femeninas cantaron en unísono perfecto y con voces bellísimas -las instrumentistas también-, lo que nos hace pensar que ellas básicamente proceden de coros, al margen de que luego cada una optase por los instrumentos citados o cantar.
Otro de estos compositores holandeses que incluían era Herman Hollanders. Con frecuencia nos venía a la cabeza la configuración tímbrica de la Accademia de este año, porque el resultado tímbrico ha sido igual de variado y colorista. En este caso las cinco voces eran soportadas por el continuo, con hermosos contracantos de los dos magníficos sacabuches, que aportaban una expresión dialogante y calidez al conjunto, primero en 'O vos omnes' y luego todos en 'Ecce clamo'.
En las últimas piezas del programa sobresalió Benedictus à Sancto Josepho, en primer lugar con una Triosonata en la que los dos violines volvían a embelesarnos por su belleza y complicidad, con un sonido terso y luminoso y la sola compañía de los dos órganos, en el que la Tineke participó más activamente desde el suyo. Luego en la citada 'Missa pro defunctis' convergieron todos, presentando finalmente dos versiones del 'Victimae paschali laudes', ambas con acompañamientos instrumentales -si bien con protagonismo de los órganos-, pero que al ser una secuencia gregoriana a lo sumo admitiría este último instrumento y sin voces femeninas, aunque es más que posible que se deba a las 'reconstrucciones' de las hermanas Steenbrink, no sabemos si a partir de las costumbres de esos coros clandestinos, o puede que al margen -de forma consciente o no- de la normativa papal. Por algo le llamaban a Brabante la 'pequeña Roma' ya en el siglo XVI.
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