¿Qué pasó con... Carlos Molina Castillo?
El remo y su enseñanza han sido hilo conductor de la trayectoria profesional de este sevillano que ejerce como director técnico del CEAR y regenta una consulta de osteopatía y quiromasaje
Nacido en Nueva York, vivió desde su niñez en Sevilla y encontró su casa en el Club Náutico, donde descubrió la pasión por la boga, que ha practicado, estudiado y enseñado. Carlos Molina (1955) estudió Derecho y Ciencias Económicas antes de convertirse en osteópata y ... masajista para terminar así de perfilar el perfil multifacético de este sevillano de padres nicaragüenses que es también precursor de la ilustre saga de remeros de los Molina Castillo.
¿Dejó ya la actividad como entrenador de remo?
Sí. Me retiré hace unos cuatro años.
¿Después de 45 años como entrenador está ya todo aprendido?
Nunca aprendes del todo. Sigo estudiando el remo, atento a los avances técnicos y de materiales. Es la clave de mi manera de trabajar, que siempre ha sido de mucha investigación. El éxito de los ochenta fue de alguna manera porque yo absorbí conocimientos que prácticamente se desconocían en España. Muchísimos entrenadores ni siquiera sabían que existían esos estudios y teorías que venían de la Europa del Este. Tuve la suerte y la ambición de arañar todo aquello. Fue revolucionario, pasar de estar en un nivel normal a la élite del mundo.
¿Cómo llega a esos conocimientos?
Hay tres personas que me dieron luz: Javier Díaz Ocaña, cuya manera de entusiasmarte en el entrenamiento era algo que me llegó; el entrenador francés Jean Tarcher, que vino a Bañolas desde Sevilla y del que me gustaba cómo dirigía a las tripulaciones y embarcaciones desde la motora; y el noruego Thor Nilsen, del que me gustó su sistemática, orden y programación. Junté esas tres filosofías y fue mi manera de hacer las cosas en todos aquellos años.
De todos sus hermanos fue usted quien comenzó con el remo.
Yo empecé de la nada. Estaba en el club, había visto barcos de remo, me llamaron la atención y un día probé. Aprendí a remar. Fui sacando mis medallas, pero sufrí un desprendimiento de retina y el médico me dijo que me lo tomara más tranquilo. A partir de ahí me dediqué solo a entrenar y me fue estupendamente.
Sus hermanos lo siguieron.
Alberto se inició desde chiquitito, con nueve o diez años. Fue campeón de España con once años. Es un talento que se mueve encima de un barco como si hubiera nacido allí. Y Fernando es una personalidad diferente. Logra las cosas a partir del trabajo, del empeño. Creo que ha sido el único remero español campeón del mundo en su primer año como sénior.
Ejerce como masajista y osteópata desde hace más de veinte años. ¿Cómo se inicia en ese ámbito?
Esto empieza en mi época de entrenador. Acudíamos a Leal Graciani para tratar a los chavales de sus dolencias. Con Leal, que era un encanto de persona, hablaba mucho. Y en el equipo nacional con Fernando Rodríguez, el médico, que era un tipo estupendo con el que hice una gran amistad, hablábamos horas y horas sobre fisiología, la manera de entrenar... Todo eso me hizo estudiar la parte de fisiología del funcionamiento del cuerpo. Cuando tuve tiempo, me puse a estudiar masaje, luego osteopatía, después medicina china avanzada... Ahora tengo mi consulta y estoy encantado.
Qué hiperactividad la suya.
Hubo un momento en que compatibilizaba tres trabajos y, además, estaba estudiando medicina china. Aquello fue una locura, pero estoy acostumbrado a hacerlas. Cuando empecé de entrenador, era aún deportista y estudiaba dos carreras. Y sufrí el desprendimiento de retina. Ser entrenador me absorbió totalmente. Empezamos a subir de nivel, cada vez era mayor. Los años 80 y 81 fueron un torbellino. Yo no sé lo que es aburrirse.
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