Natación
¿Qué pasó con... Maite Trueba?
La nadadora más laureada del Club Náutico Sevilla posee once campeonatos de España (casi todos en 200 espalda) y fue designada mejor deportista de Andalucía en 1990
Discípula de Javier Díaz-Jargüin, a quien siente como un segundo padre, Maite Trueba (Sevilla, 1974) se marchó siendo una niña a Madrid para formarse en natación y en la capital de España, donde continúa residiendo, se especializó como espaldista hasta convertirse en una de ... las referencias nacionales de la piscina a finales de los ochenta y principios de los noventa.
¿Siempre con el Club Náutico?
Sí. Unos vecinos nuestros eran primos de Maribel Hierro y nos pusieron en contacto con Javier Díaz y Maribel, que tenían una piscina en la calle Alfarería. Empecé a nadar allí. Al cabo de un par de años me fui con ellos al Club Náutico, donde entrenaban, y ya me quedé hasta el final.
¿Por qué la natación?
En el colegio, todas mis amigas estaban en voleibol, pero el entrenador nunca me ponía. Y mi madre fue a hablar con él y le dijo que yo no valía para el deporte, que no tenía don para ser deportista. Mi madre me dijo que no me preocupara, que ella encontraba algo que me viniera bien.
Su profesor no fue precisamente un visionario...
No, la verdad. Con decirle que, cuando quedé campeona de España, mi madre fue con el artículo del periódico a enseñárselo.
Se marchó a Madrid muy pronto.
Sí, a un centro de alto rendimiento a nivel junior. Estaba en el San Estanislao de Kostka, el SEK. El entrenador era amigo de Javier y Javier confiaba en él. Era un colegio interno en el que entrenábamos y estudiábamos. Estuve desde los trece años hasta los 17 y entonces, al pasar a la categoría absoluta, me fui a la Blume.
¿Compatibilizaba la natación con los estudios?
Sí, tanto en el colegio como en la Blume. En el colegio tenías un seguimiento de la Federación para que aprobases. Y en la Blume igual, había que estar aprobando asignaturas. Hice tres años de marketing y me fui a Estados Unidos.
Otro salto más.
Fue al final de mi carrera deportiva. Lo veía como un paso muy positivo para mi futuro laboral. Fue a través de una beca. La solicité, me la dieron y me fui dos años a Washington.
Sumó 77 internacionalidades y once Campeonatos de España. Un gran palmarés, sin duda.
No lo disfruté como debería haberlo hecho, quizá porque desde muy pequeña te encuentras en un nivel muy alto de competición. La natación es un deporte muy exigente que te agota física y psicológicamente.
¿Psicológicamente más?
Sí. En cuanto a lesiones no es muy agresivo. Si embargo, psicológicamente, tantas horas mirando la raya del suelo al final te pasa factura.
¿Qué balance hace de aquella etapa?
Me ha aportado muchísimo. Aparte de que el deporte es salud, me ha ayudado mucho a organizarme en el día a día. Conoces a mucha gente, te abre muchísimo la mente. Una etapa preciosa, bonita, muy dura también. Desde que dejé de nadar, me pasé como diez años sin meterme en una piscina. Acabé muy cansada.
¿De qué éxitos se siente especialmente orgullosa?
A nivel de competición, cuando hice la mínima en Murcia para el Mundial de Roma. Y a nivel de premios, cuando fui reconocida como la mejor deportista de Andalucía en 1990.
¿Quiénes son las personas más importantes de su carrera deportiva?
Primero, mis padres, que me apoyaron y han estado muy pendientes de mí. Y luego, Javier Díaz, que es como mi segundo padre, y Maribel. A nivel de colegas, María Peláez o Jaime Fernández, que vivía a mi lado en Sevilla. Él fue a Madrid también, pero directamente a la Blume. De todos los que me han acompañado desde un principio tengo recuerdos buenos.
Ya sí volverá a la piscina cuando se va de vacaciones, ¿no?
Sí, tuve un periodo de desconexión, pero ya me limpié internamente. Mis hijos van a la piscina un día a la semana y ya aprovecho para nadar también. He vuelto por mis fueros.
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