Pensar en Milos Teodosic es pensar en el triple que eliminó a España de la última Copa del Mundo. En Turquía, el genio serbio tiró desde el Bósforo para estampar a la selección contra el muro de los cuartos de final, una acción que resume lo bueno, lo malo y lo extraordinario de Teodosic en solo unos trazos.
El base del CSKA es un genio peligroso. Ya con 27 años, tiene idénticas facultades para ganar un partido imposible y perder un partido imperdible. Si le visitan las musas, lo que con Serbia sucede a menudo, es un director de juego asombroso, un muy buen tirador y un hombre que vive mimetizado con el baloncesto: no hay milímetro de cancha que escape a su control.
En un mal día, Teodosic no mete un triple, intenta locuras, se desespera a sí mismo, desespera a sus compañeros y abronca a los árbitros. Lo que es constante es su defensa, siempre muy mejorable, otro rasgo que le convierte en un peligro propio. Pero con la inspiración que a veces ofrecen los torneos cortos y el control que ha tenido históricamente sobre los elementos con Serbia, Teodosic es más que una estrella.